jueves, 30 de septiembre de 2010

Un pequeño hogar

Mi habitación en el campus de la universidad pertence al edificio E de la residencia llamada Saxon Suites. Cada apartamento está compuesto por 2 habitaciones dobles, un baño con dos lavabos y ducha, y un salón amplio con varios armarios. En él tenemos un sofá grande, varios sillones, una mesa, un frigorífico y un microondas. Todas las residencias del campus están en la parte noreste: hay que andar entre veinte minutos y media hora para llegar a las facultades, bibliotecas y otros edificios. Lo más interesante de estos apartamentos son, sin embargo, sus ocupantes.

Yo comparto habitación con Alex, un chico de 18 años nacido en Freemont, una ciudad cercana a San Francisco, en la parte central del estado de California. Tiene rasgos asiáticos porque su familia es de Taiwan, estudia ingeniería informática, y le vuelven loco los videojuegos y la comida china. Es muy buena persona y se define políticamente como liberal. Teóricamente es díficil encontrar rasgos que nos unan o aficiones que compartamos. Pero solemos pasarlo muy bien. Vamos a cenar juntos, hablamos de nuestra vida diaria y nos reímos mucho. Estamos muy unidos: él trata de ayudarme en mi adaptación, y yo le enseño nuevas palabras en español callejero. Nos hemos hecho amigos.

En la otra habitación duermen Alex y Eduardo, ambos de ciudades cercanas a Los Ángeles. Alex tiene 20 años, estudia ciencias políticas y viste pantalones estrechos. Es un tío alegre, muy buena gente. Le gusta salir a fiestas, siempre lleva sus gafas Ray-Ban Walfare y ha hecho las pruebas para el club de canto a-capella de la universidad. Se preocupa por cualquier asunto que tengo que hacer y siempre está sonriendo. Eduardo tiene 21 años, estudia sociología y sólo puede comer cómida orgánica. Toca la guitarra eléctrica, hace pesas y es muy caluroso. Su madre es española, de Badalona, y su padre es mexicano. Ha pasado menos días en la residencia y el trato ha sido menor con él. Pero vamos juntos a las facultades los martes y jueves por la mañana, y es muy atento conmigo en todo momento.

Un hogar es algo más que una residencia o una casa. Es un lugar donde uno se siente cómodo y tranquilo. Cualquier lugar vale si reune los elementos que pueden otorgar esa comodidad y calma: puede ser una casa enorme, una habitación ridícula, un barco o una cabaña. Sólo hay que añadirle unas gotas de magia. En muchas habitaciones de las residencias del campus he visto pantallas gigantes de tele, consolas modernas, banderas, posters y otros artilugios. Hay gente que ha elegido esos elementos para crear su hogar. Mi pequeño hogar lo forman los amigos con los que convivo: los dos Alex y Eduardo. Nuestra puerta es el número 13 del edifico E de la residencia Saxon Suites. No duden en llamar si pasan por aquí.

sábado, 25 de septiembre de 2010

¿Soccer or football?

La Universidad de Los Ángeles tiene un departamento para estudiantes internacionales realmente efectivo. Organizan muchas actividades y tienen servicios de todo tipo. Es obligatorio apuntarse a tres: el objetivo es que te relaciones con gente de todas partes del mundo. La noche del pasado viernes, día 24 de septiembre, sus encargados organizaron un viaje para el partido de fútbol (soccer en Estados Unidos) entre Los Angeles Galaxy y los Red Bulls de Nueva York. La actividad incluía desplazamiento en autobús, entrada pagada y un ticket para un perrito caliente y una bebida en el estadio. Allí acudí con Iván, un amigo de Málaga que investiga en un laboratorio de la universidad.

Cualquier futbolero sabe que los dos equipos son los dos más glamourosos de la liga estadounidense. Teóricamente, también dos de los mejores equipos. Los Galaxy son los actuales líderes de la clasificación general y de la Conferencia Oeste, mientras que los Red Bull son los segundos de la Conferencia Este. Además, los primeros cuentan con David Beckham en sus filas; y los segundos, con Thierry Henry, Rafa Márquez y Juan Pablo Ángel. Los ingredientes hacían intuir un buen partido. La realidad destrozó cualquier expectativa: el juego de ambos equipos fue lento, los delanteros fallaron goles cantados y los visitantes ganaron el partido por cero a dos. Los goles fueron un penalti y un rebote involuntario. Las demás acciones del juego son totalmente olvidables.

Fue curioso observar el comportamiento de los aficionados americanos. Su buen ánimo fue uniforme durante todo el encuentro y no se alteró con la derrota. Todos se marcharon contentos a sus casas, después de beber coca-cola sin parar y golpear unos globos alargados cuando el balón se acercaba a las porterías. El juego y el resultado no les importaron en absoluto. Lo más interesante del partido fue la conversación que mantuve con Guido, un chico holandés muy simpático, y el perrito caliente que nos comimos en el descanso. Guido es hincha del PSV de Eindhoven. Echa de menos los partidos de Copa de Europa y confía en la evolución de su selección para los próximos campeonatos internacionales. Hablamos de Johan Cruyff, Philippe Cocu y Ruud Van Nistelrooy. Al final, los dos sacamos una conclusión de aquella visita. Aprendimos porque los americanos lo llaman "soccer": porque el juego que vimos no puede llamarse fútbol.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Un lugar llamado California

Cuentan las guías de viajes sobre el lejano oeste de Norteamérica que en 1848 James W. Marshall gritó, mientras trabajaba junto a las aguas del río Americano,: "Muchachos, creo que he encontrado oro". Aquella noticia cruzó con el viento las tierras de Estados Unidos. Los comerciantes y hombres de mar la difundieron por el resto del mundo. Tiempo después, cualquier persona anhelaba con viajar a aquel lugar donde podías llegar sin ropas ni centavos, encontrar oro en la naturaleza y comenzar una vida nueva. Muchos hombres y mujeres de todo el mundo emprendieron el viaje y poblaron aquellas tierras semi-salvajes. Aquel hecho comenzó la leyenda de un lugar llamado California.

En la actualidad, las cosas han cambiado: antes de la fiebre del oro, California tenía cerca de 15.000 habitantes; ahora, tiene 38 millones. Aquellos poblados se han convertido en las ciudades más grandes del mundo. Los paisajes silvestres han sido sustituidos por autopistas de diez carriles y calles con diez mil números. Los lugareños han dejado paso a ricos actores de cine y estrellas de rock sin escrúpulos. Es evidente que las cosas han cambiado. Pero el deseo sigue siendo el mismo que en los primeros tiempos. Aquel que viene a California, lo hace en busca de la leyenda: crecer como persona, cambiar de estilo de vida, viajar al futuro. Bienvenidos.