lunes, 29 de noviembre de 2010

Medidas de seguridad

Había una vez un grupo de amigos que compartían un terreno donde construyeron una casa. Después de terminar la construccion del edificio, decidieron crear un jardín con unas pistas de tenis, una piscina de tamaño mediano, un pequeño local donde celebrar cumpleaños en invierno, y algunas zonas con bancos donde sentarse a descansar.

Cuando todo estaba construído, se sentaron una tarde a planear las medidas de seguridad con que defenderían el edificio y, sobre todo, a sus habitantes: niños y mayores. Ninguno tenía duda de que su edificio, que habían construido con esfuerzo y paciencia, estaba en una zona residencial tranquila, fuera de peligros. Pero todos sabían también que nunca se sabe, que siempre hay personas malas por ahí fuera, dispuestas a ir hasta el edificio y ponerles en problemas.

Debido a ello, los amigos que habían construido la casa no se ponían de acuerdo.

Unos eran partidiarios de blindar el edificio con largas verjas con espinas, querían colocar video-cámaras que grabasen los lugares de entrada y salida y contratar un vigilante de seguridad que hiciese guardia a todas horas. Estos formaban el grupo partidario de primar la seguridad. Otros eran partidarios de colocar verjas, pero sin espinas, creían que no era necesario instalar cámaras de video que les grabasen yendo y viniendo, día tras día, y no veían necesario contar con un vigilante de seguridad las veinticuatro horas del día. Estos formaban el grupo partidario de primar la libertad.

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, las medidas de seguridad de los aeropuertos de Estados Unidos se han incrementado sin parar, y desde hace días, 70 aeropuertos de Estados Unidos han añadido métodos de control nuevos en la entrada de pasajeros.

En la zona de control, uno debe quitarse los zapatos, deshacerse de cualquier recipiente con líquido, incluso de una botella de agua contra la tos seca, y colocar todo lo que lleve en unas bandejas. La novedad está en el siguiente paso: cuando pasan por el arco detector de metales, los pasajeros son sometidos a un escáner corporal que es capaz de ver a través de la ropa, y las imágenes son revisadas en otra habitación. Si uno se niega a pasar este control, es sometido a un cacheo manual exhaustivo en una habitacíón privada, pero eso conlleva diez o quince minutos. Desde diferentes rincones del país, se animó a los ciudadanos a protestar contra estos sistemas y boicotearlos durante los vuelos de las vacaciones del "Día de Accion de Gracias". Pero solo hubo gestos que quedaron como anécdotas: como una mujer que pasó los controles en bikini o unos tipos que vistieron calzoncillos opacos.

El Jefe de la Administración de Seguridad en el Transporte, John S. Pistole, ha asegurado que, a pesar de las protestas, "no habrá cambios inmediatos". Barack Obama, el presidente del país, ha afirmado que comprende el malestar del ciudadano pero que son medidas necesarias para proteger a la nación.

Estados Unidos sí tiene claro cuáles quiere que sean las medidas de seguridad de su edificio.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Feliz Día de Acción de Gracias

Hace muchos, muchos años, en los inicios del siglo diecisiete, ingleses e irlandeses aventureros cogieron barcos y provisiones, y cruzaron el océano Atlántico buscando tierras donde rehacer sus vidas. Así llegaron a Norteamérica, donde fundaron las 13 colonias consideradas el origen de Estados Unidos.

Un grupo de estos colonos, llamados los peregrinos, buscaban un lugar donde practicar libremente su fe religiosa, que contradecía la norma inglesa: eran puritanos radicales y habían formado la Iglesia Separatista de Inglaterra. En diciembre de 1620 llegaron con su barco, el Mayflower, a las tierras de Plymouth Rock, en la región de Nueva Inglaterra, en el noreste de Estados Unidos, en el actual estado de Massachusetts. Allí formaron la colonia de Plymouth.

El primer invierno fue tan crudo que murieron la mitad de aquellos hombres. El otoño de 1621, sin embargo, fue amable, los supervivientes tuvieron una gran cosecha, y llegaron buenos tiempos. Como agradecimiento a Dios, el gobernador de los colonos, William Bradford, decidió organizar una gran cena, donde comieron patos salvajes y gansos asados. A la cena fueron invitados los indios nativos americanos. Querían agradecerles su ayuda: sin ellos, ningún colono habría sobrevivido.

Esta celebración se repitió en el verano de 1676. Fue proclamada oficialmente por el presidente Lincoln en 1863, y se convirtió en día legalmente festivo en el año 1941, con la aprobación del Congreso de la nación. La fecha elegida fue el cuarto jueves del mes de noviembre. Desde entonces, los americanos esperan ansiosos la llegada del Día de Accion de Gracias o "Thanksgiving Day".

En los tiempos recientes, la fiesta ha perdido su significado religioso, pero sigue siendo la favorita del pueblo.

En estas fechas, las familias americanas viajan, en avión o por carretera, de un rincón a otro del país, se reúnen y comparten una cena cálida en la noche del jueves. Un aeropuerto es un lugar perfecto para sentir las ilusiones de la gente: si uno observa bien, puede captarlas en el ambiente. Hoy, los americanos han cogido aviones, con abrigos y sonrisas, leyendo libros de bolsillo y jugando con sus Ipads, bebiendo cafés ardientes, sin molestarse por las esperas y retrasos: la ilusión de la vuelta a casa les envolvía.

El plato estrella en la cena del jueves es, en el noventa y cinco por ciento de hogares, el pavo, que se ha convertido en un símbolo de la fiesta, y es acompañado de patatas asadas, salsa de arándanos, y pastel de calabaza. Después de la cena las familias charlan tranquilamente, sin intercambio de regalos, recuerdan historias pasadas, y ven fútbol americano y dibujos de Charlie Brown en la televisión.

Podríamos imaginar por un momento que yo soy el colono, recién llegado de Europa, que da gracias al americano nativo, mi compañero de habitación y amigo, Alex, por ayudarme a instalarme en las nuevas tierras de América. Por eso, en la mañana del miércoles cogimos un avión en el aeropuerto de Los Ángeles y volamos hacía San José, en el norte del estado de California, para reunirnos con sus padres taiwaneses y su hermano pequeño. Por eso, en la noche de hoy, jueves, cenaremos pavo y patatas asadas, y compartiremos mesa. Por eso, les deseo que tengan un feliz Día de Acción de Gracias.

martes, 23 de noviembre de 2010

Capacidad de asociación

La Universidad de California de Los Ángeles (de ahora en adelante, UCLA) tiene 38.476 alumnos. Todos ellos pueden inscribirse en cualquiera de las 950 asociaciones de alumnos que hay a su disposición.

Las hay de arte, de negocios, de deporte, de medio ambiente, de derecho, de periodismo, de activismo social, de política, de música, de liderazgo, de religiones, de cine. De todo lo que puedan imaginarse y de aquello que no se imaginan. Las más numerosas son las de religión y culturales. Algunos ejemplos son: "Afrikan Mens Collective", "Muslim Students Association at UCLA", "Bruins for Israel", "Friends of the Spartacus Youth Club", "Film & Photography Society", o "Figure Skating Club at UCLA".

Lo más incómodo de este afán asociacionista está en su manera de reclutar seguidores. Todas estas asociaciones ocupan una serie de pequeñas mesas y puestecitos a lo largo de la calle más transitada del campus de la universidad durante las mañanas laborales. Se trata del "Bruin Walk", un camino que preside una estatua del oso Bruin, la mascota de la universidad. Por este camino hay que pasar, casi sin otra opción, para acudir a las facultades, y aquí se colocan los portavoces de las asociaciones. Aquí gritan sin piedad, regalan café con magdalenas gigantes, cantan himnos, agitan pancartas, lanzan bolígrafos. Algunos lo hacen incluso disfrazados de héroes de tebeos y te chocan la mano al pasar. Otros te ruegan atención por un minuto para salvar a la nación. Todo con la intención de ganar adeptos.

Por aquí camino yo todas las mañanas, unas a las nueve, otras a las once, unas más dormido, otras menos despierto. Cuando enfilo este cruce de vidas anónimas, me hago el antipático, alzo la vista al horizonte e ignoro cualquier ofrecimiento. Acostumbro a llevar los cascos de música, con rock and roll de Pereza, The Rolling Stone o Bob Dylan, y evito mirar hacia los lados. A veces me confío, cruzamos miradas y me tienden un folleto informativo. Unas veces lo recogo, y lo suelto en la cuarta papelera de reciclaja que veo, y otras les dio las gracias, sin sacar mis manos de los bolsillos.

Esto demuestra que los universitarios americanos tienen ganas, posibilidades e intenciones de involucrarse en una vida comunitaria con sus compañeros. El lazo de unión es variable. Pero la intención es similar. Los universitarios españoles suelen acudir a clase, beber cafés entre horas, recoger apuntes y fotocopiar libros, y se marchan a casa. No quieren saber nada más de la universidad. Para hacerse una idea de la diferencia, sólo hay que atender a los números: la Universidad Carlos III de Madrid tiene 18.950 alumnos, y un número de asociaciones en torno a 40; y la Universidad Autónoma de Madrid, con un número de alumnos en torno a los 33.000, tiene cerca de 60 asociaciones.

En el camino a estas facultades, en cambio, uno puede caminar relajado, sin necesidad de esquivar a  incómodos portavoces de asociaciones de estudiantes.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Masas

Si usted ha leído cada uno de los siete libros protagonizados por Harry Potter, incluso algunos hasta en dos o tres ocasiones, y ha visto sus películas en el cine, acudiendo sin pereza el primer día que eran estrenadas en su país, seguramente se considere un verdadero seguidor de sus novelas. Usted irá diciendo por ahí que es un incondicional, fiel y orgulloso, que no pierde detalle y que es capaz de reproducir incluso diálogos entre Harry y Ron.

Olvídese: no tiene nada que hacer. La pasión demostrada por cantidad de jóvenes americanos ante el estreno de la película "Harry Potter y las Reliquías de la Muerte. Parte 1" en Estados Unidos es infinitamente mayor.

La sesión de la película fue en la medianoche que dejaba atrás el jueves 18 y daba paso al viernes 19 de noviembre, en los cines Village y Bruin del barrio universitario de Westwood. La hora exacta del comienzo de la película eran las 00:05, y las puertas de los teatros se abrieron a las 22:00 , para que los espectadores cogiesen asiento según orden de llegada. Yo bajé al barrio con mi amigo Pablo cerca de las 20:30 con la intención de comer un par de hamburguesas y beber buena cerveza. Mientras bajábamos por la calle Gayley, vimos, de repente, un montón de gente alineada contra un edificio. Seguimos caminando unos metros y confirmamos nuestras peores sospechas: una serpiente de personas daba la vuelta a un manzana entera de edificios desde la puerta del teatro Village. La línea de espera en el otro teatro, al que nosotros íbamos, era algo más pequeña, pero también bastante considerable. Les recuerdo la peculiaridad que hace del momento algo incomprensible: todavía quedaban cuatro horas para que se proyectase la película.

Todas estas personas estaban apoyadas contra los edificios, con cojines, colchones, mantas, y comían a la desesperada pizzas y bocadillos. Muchos de ellos eran, más que personas, pequeños magos. Llevaban pintada la cicatriz de Harry Potter en la frente, vestían las chaquetas del colegio Hogwart, se abrigaban con bufandas con rayas amarillas y granates y se apuntaban unas a otras con varitas mágicas. Creánme: no exagero ni una pizca. Cuando entramos al teatro, la gente se fue colocando en sus asientos. Cuando aparecieron los trailers y anuncios publicitarios, la gente aplaudió y chilló con emoción. Les vuelvo a recordar la peculiaridad que hace del momento algo incomprensible: todavía quedaban dos horas para que se proyectase la película.

Pablo, Alex y yo escogimos una buena localidad, compartimos una bolsa mediana de palomitas con mantequilla y esperamos al inicio. Yo reconozco que me desenganché del mundo mágico de Harry Potter hace años: me leí los cuatro primeros libros cuando salieron en su día, pero no conseguí interesarme por los siguientes. Quizás por eso, la película no me pareció gran cosa y desentoné con la reacción final. Mientras la masa del público gritaba excitada, yo me limité a aplaudir.

martes, 16 de noviembre de 2010

La carretera más bonita del mundo

Dice George Steiner que en Europa "al viajero siempre le parece estar cerca del campanario del próximo pueblo". Y es verdad. Las ciudades europeas fueron construidas por los hombres para ser paseadas a pie. En Norteamérica, sin embargo, las distancias entre los poblados de hombres son enormes, y la naturaleza impone su ley. Por ellos, los viajes se realizan por carretera, en coche, y los paisajes son abiertos, impresionantes, inmensos. Concluye Steiner diciendo que el americano suele sentir algo así como claustrofobia entre los edificios europeos, y que el europeo acostumbra a quedar asombrado con los "grandes cielos" americanos.

Les puedo prometer que esto es así, porque el fin de semana pasado recorrí la autopista número 1 del Pacífico (Highway 1), desde Los Ángeles a Santa Cruz, haciendo paradas en pueblos, playas y rincones, y todavía sigo asombrado.

 Creo que es la carretera más bonita del mundo que he recorrido nunca.

Nuestro viaje comenzó en Los Ángeles, donde vimos amanecer, entre calles vacías, a las siete de la mañana, desde la playa de Santa Mónica. Los ocupantes del coche fuimos: Julien, un chico francés, alegre y decidido; Aytekin, un chico turco muy simpático y con arte para hacernos reír; Laure, una chica francesa tierna y prudente; Julia, mi amiga madrileña, una chica valiente y soñadora; y yo, el tipo del pelo encrespado. La planificación solo incluía una noche en hostal en la localidad norteña de Santa Cruz. Lo demás, lo importante, estaba en la ruta, en el viaje por carretera.

Nuestra primera parada fue en la localidad de Santa Bárbara, un lugar acogedor, con aire mediterráneo, rodeado de tiendas y casas elegantes, bares irlandeses y cafeterías americanas. El puerto deportivo, con construcciones de madera, pelícanos buscando peces y grandes palmeras, estaba desierto en las primeras horas del día. Después elegimos la ciudad de Solvang, construída imitando el estilo urbano de Dinamarca, con cervecerías y panaderías, iglesias y molinos, con tejados negros y fachadas rojas. Uno de sus parques rinde homenaje al escritor de cuentos Hans Christian Andersen.

Hicimos una pequeña pausa para comer unos trozos de pizza y sandwich en la localidad de San Luis Obispo, una ciudad fundada por misioneros españoles, y continuamos por la autopista rumbo al norte. Cerca de San Simeon pudimos ver a lo lejos el castillo de William Hearts, el magnate de la prensa americana que inspiró la película "Ciudadano Kane", y saludamos a una colonia de amistosos elefantes marinos en la Punta de Piedras Blancas.

A partir de entonces, la carretera del Pacífico comenzó a circular en paralelo a grandes montañas de arbustos, los montes Santa Lucía, y se estrechó, cogiendo forma de serpiente, dejando a nuestra derecha acantilados y playas salvajes. Nos estábamos adentrando en el Big Sur, un paisaje de unos 150 kilómetros entre San Simeon y Carmel, donde conviven artistas, nómadas y viajeros. Las sensaciones desde el coche eran asombrosas: el cielo despejado, la luz del sol en el atardecer y el inmenso océano conformaban un contraste de colores cautivador, inimaginable. Entre aquellas curvas hay lugares acondicionados para que los viajeros paren sus coches y miren, disfruten, sientan. Nosotros elegimos una pequeña cala que esconde una cascada de agua, de nombre McWay, donde vimos la caída del sol.

Después, encontramos la pequeña librería en memoria del escritor norteamericano y habitante de estas tierras bohemias, Henry Miller. Sus playas y bosques inspiraron su literatura y le atraparon para vivir, como también sucedió con Hunther S. Thompson o Jack Kerouc. Todos ellos escribieron durante el siglo veinte contra la cultura establecida en Estados Unidos y llevaron vidas errantes, salvajes, desafiantes. Exactamente como estas tierras: a pocos kilómetros del corazón de la sociedad occidental pero totalmente diferentes de la normalidad.

Aquella noche dormimos en Santa Cruz, paraíso de surfistas, en una encantadora noche de un noviembre cálido. Al día siguiente recorrimos las localidades de Monterrey y el Carmel, una ciudad de millonarios con galerías de arte y playas donde se pueden pasear perros, y después volvimos a dormir a Los Ángeles. Creo que nunca olvidaré los paisajes de aquella costa salvaje y su trayecto por carretera. Y, por supuesto, volveré.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Veterans Day

A las 11 de la mañana del día 11 del mes 11 del año 1918. En aquel momento se produjo el cese definitivo de hostilidades entre los combatientes de la Primera Guerra Mundial. Aunque aquella "Gran Guerra" terminó oficialmente con el Tratado de Paz de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919 entre las potencias aliadas y Alemania, la verdad es que el cese efectivo de los disparos en tierras europeas se había producido en el mes de noviembre.

Al año siguiente, el presidente americano Wilson proclamó que aquel día sería rememorado como el día del armisticio y los soldados americanos serían honrados en toda la nación. Después de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, aquella fiesta federal se transformó en el Veterans Day o Día de los Veteranos de Guerra, una fecha dedicada a honrar a los soldados americanos que hayan luchado en cualquier guerra. La celebración de los caídos en combate tiene lugar otro día, el último lunes de mayo con la fiesta del "Memorial Day".

En la actualidad hay aproximadamente 23.2 millones de militares veteranos en Estados Unidos. De estos, 9.2 millones superan los 65 años de edad; 1.9 millones tiene menos de 35 años; 1.8 millones son mujeres.

De todos ellos, 7.8 millones sirvieron durante la guerra de Vietnam (1964-1975), lo que representa un 33 % de todos los veteranos; 5.2 millones sirvieron durante la guerra del Golfo (desde 1990 hasta el presente); 2.6 millones sirvieron durante la Segunda Guerra Mundial (1941-1945); 2.8 millones sirvieron durante la guerra de Corea (1950-1953); y 6 millones sirvieron en tiempos de paz.

Algunos estados del país cuentan incluso con más de un millón de veteranos entre su población: California tiene 2.1 millones; Florida, 1.7 millones; Texas, 1.7 millones; Nueva York, 1 millón; y Pensilvania, 1 millón. Como se puede observar, los veteranos de guerra son una población importante de Estados Unidos, son respetados y honrados, y han influído directamente en las actitudes del país ante las relaciones internacionales y la guerra.

El continente europeo ha asumido desde hace años una profunda conciencia contra la guerra como medio de solución de conflictos, y en ello camina también la comunidad internacional. Las secuelas culturales del terror de la Segunda Guerra Mundial, que destrozó el continente entero, han conducido a esta tendencia.

Supongo, por tanto, que esta celebración sugiere en los europeos sensaciones contradictorias. Algunos ciudadanos rechazarán en ella un fuerte carácter patriótico y militarista, otros sentirán simpatía por una práctica que reconoce el mérito de los que lucharon en defensa de su país.

Yo he desarrollado una teoría pequeñita, no muy original y seguramente errónea, sobre la actitud de los americanos ante los veteranos de guerra. Creo que el pueblo americano, en líneas generales, no celebra la guerra como tal, en sentido abstracto. Lo que el pueblo americano honra con esta celebración y tantas más es la historia de todos los soldados que se han visto obligados a acudir al frente en alguna ocasión. Estados Unidos ha estado involucrado en muchas guerras y todos esos soldados anónimos no son uniformes abstractos. Son hermanos, primos, vecinos, compañeros de universidad. Son a ellos a quienes honran.

Aunque, quizás, la mejor honra sería que, un día, dejase de haber veteranos de guerra.

martes, 9 de noviembre de 2010

Football americano

Quizás ustedes creían que conociendo a unos pocos americanos nativos, leyendo alguna obra de Mark Twain o Jack Kerouc, comprando algunos electrodomésticos en el establecimiento Macy's y cenando varias noches de otoño en la hamburguesería In-N-Out, uno puede llegar a entender en qué consiste la sociedad americana. Pero se equivocan: el proceso es mucho más lento y complejo, y uno nunca puede confiarse, pues siempre hay situaciones nuevas, sorprendentes, inexplicables a los ojos de un europeo.

El football americano es uno de esos fenómenos díficiles de captar. Aunque he preguntado a varias personas más expertas en este deporte, y he entendido algunas nociones básicas, reconozco que aún se me escapa su esencia. No termino de entender todas las formas de puntuar ni las continuas paradas de juego ni el propósito de algunas jugadas. Perdonen ustedes, por tanto, mis meteduras de pata.

El pasado sábado el equipo de la universidad (UCLA) jugaba uno de los últimos partidos de la temporada contra la universidad de Oregon. El partido se divide en cuatro cuartos de quince minutos. Eso suma un total de sesenta minutos: una hora. Sumando todas las interrupciones del juego el tiempo final se convierte en ciento ochenta minutos o tres horas. Y si añadimos el viaje hasta el estadio de la universidad, ida y vuelta, con la barbacoa previa al encuentro, tenemos un total de cuatrocientos veinte minutos o siete horas.

Todas las mañanas de partido una caravana de autobuses amarillos escolares parte de la universidad hacia el estadio, cargando con un ejército de estudiantes con camisetas azules y doradas y las caras pintadas. El trayecto dura cerca de una hora, puesto que el estadio de juego, el Rose Bowl, está en Pasadena. No crean que hablamos de un estadio cualquiera: el Rose Bowl tiene capacidad para noventa y dos mil quinientas personas, y aquí se jugó la final de la Copa del Mundo de fútbol de 1994, en la que Brasil venció a Italia tras el fallo del maestro Roberto Baggio en la tanda de penaltis.

En sus alrededores, familias enteras, adolescentes, universitarios, se reúnen desde primeras horas del día, esperando la hora del partido. Allí aparcan sus grandes coches, sacan neveras plagadas de cerveza fría, colocan sillones, ponen televisores con deporte y música moderna, y comen hamburguesas y salchichas a la brasa. Esta parte del día es tan importante, o más, que el propio desarrollo del juego. Lo mismo sucede con todos los ritos que acompañan al partido. Me refiero al espectáculo complementario: la banda de música que abre el encuentro con el himno nacional, las sensuales cheerleaders que bailan hacia la grada en cada parada, y los gritos y cánticos de todo el estadio. Todo ello conforma un espectáculo único que genera más atención que el propio juego.

El equipo de la UCLA no pasa por uno de sus mejores momentos. Para que se hagan una idea, su último campeonato en la Conferencia del Pacífico fue en 1998, y el único año en que se proclamaron campeones nacionales fue en 1954. Por aquel entonces, el actual rector de la universidad, Gene Block, tenía seis años. A pesar de ello, la asistencia al partido contra Oregon fue superior a los sesenta mil espectadores.

El sábado el partido caminaba por la normalidad durante el último cuarto, con un empate a catorce en el marcador, cuando quedaban cuatro segundos. En ese momento un jugador de la UCLA corría como un enérgumento hacia la linea de anotación. Un rival le golpeó y cayó fuera del campo. Los árbitros dedicieron que faltaba un segundo de juego. El equipo de la UCLA tenía la posesión del balón, pero a una distancia de de los postes de gol superior a cincuenta yardas, desde donde muy pocos jugadores son capaces de anotar. Sin embargo, el jugador de la UCLA lo hizo, tres puntos subieron al marcador y ganamos el partido. Los jugadores corrieron enloquecidos, las cheerleaders menearon sus caderas, los estudiantes saltaron en sus asientos. Entonces, me abracé a mis acompañantes y grité como un forofo más. No había entendido muchas reglas del juego, pero había interiorizado lo fundamental: la pasión de la grada. Y es que la pasión no es americana ni europea. Es universal.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Datos y valoraciones

Las elecciones intermedias de Estados Unidos han dejado conclusiones bastante claras. El partido republicano ha obtenido el poder del Congreso con una holgura tremenda; los demócratas han sostenido la mayoría en el Senado, aunque perdiendo asientos; algunos representantes del movimiento ultra-conservador del Tea-Party se han convertido en governadores, aunque menos de los esperados; y California ha respondido a su fama de tierra liberal, pues los demócratas han vencido en todas las elecciones. Barack Obama ha perdido.

Todo esto se puede sostener en hechos, en datos.

El partido demócrata tenía 255 escaños en el Congreso, y ahora tiene 185. El partido republicano tenía 178, y ahora tiene 239. La mayoría se establece con 218 escaños. Esto significa que los republicanos han arrasado en todo el país, y todo apunta a que John A. Boehner, de Ohio, será el presidente de la cámara.

En el Senado se han renovado 37 escaños de un total de 100. Los demócratas tenían 59, y ahora tienen 51; y los republicanos tenían 41 y ahora tienen 46. Los demócratas siguen siendo mayoría pero han perdido asientos en favor de los republicanos.

Y, por último, se eligieron 37 gobernadores de los 50 estados. Los demócratas tenían 26, y ahora tienen 16; mientras que los republicanos tenían 23 y ahora tienen 29.

Todo lo demás, lo que no sean estos datos, es opinable o discutible. Estos resultados se han analizado desde dos puntos de vista: buscando causas y previendo consecuencias.

Si buscamos las causas, los análisis de prensa apuntan a que el pueblo americano ha demostrado su enfado y frustración ante la crisis económica del país. Los ciudadanos prefieren que Obama centre todos sus esfuerzos en rebajar la tasa de paro y aparque las demás políticas. Esta sensación ha venido acompañada por otra realmente decisiva. Los americanos tienen pánico a un Estado intervencionista y aman la libertad individual. Creen que las actuaciones del presidente -seguro médico universal, impuestos, reforma financiera- están poniendola en peligro, y por ahí no pasan. (Otro día intentaré reflexionar sobre este concepto de libertad, y las grandes diferencias entre el sistema americano y europeo en ese sentido).

Si buscamos las consecuencias, los análisis de prensa destacan el papel nuevo de los republicanos. Ahora mismo, han dejado de ser parte de la oposición, y deberán ser parte de la solución, como afirma William A. Galston, quien fuera consejero del gobierno de Bill Clinton. Esto significa que su victoria podría aupar el relanzamiento de la popularidad de Obama. Si los republicanos bloquean cualquier propuesta del presidente y no construyen propuestas viables, el pueblo americano les culpará del estancamiento. Y Obama volverá a vencer en las próximas elecciones presidenciales de 2012.

Pero para saberlo, tendremos que esperar a las próximas elecciones. Tendremos que esperar a que tengamos más datos y no tantas valoraciones.

martes, 2 de noviembre de 2010

Sobre el sol y la lluvia

-Buenos días. Pues a ver si vuelve el buen tiempo de una vez, ¿no?
-Tú me dirás, lleva dos semanas que no hay quien salga de casa.
-Bueno, que vaya bien, recuerdos a tus padres.
-Adiós, adiós.

            Se ha instalado entre la gente la creencia de que el tiempo meteorológico no es sino un tema banal para llenar conversaciones de ascensor. Yo no puedo estar más en desacuerdo. Reconozco que es una táctica utilizada con astucia por las personas para evitar silencios incómodos con personas incómodas. Todos nos hemos encontrado en la situación alguna vez: hay tipos con los que te cruzas a menudo y tienes la educación y el placer de saludar, pero que no te generan ninguna confianza para comentarles apenas algún dato relevante o detalle sobre tu día a día. A veces son vecinos, a veces compañeros de gimnasio, a veces amigos de tus amigos, a veces antiguos compañeros de colegio. Entonces, le comentas que a ti siempre te han gustado las lluvias y tormentas, pero que ya es hora de pasear al perro a gusto en un día soleado, y se acabó.

        Pero la verdad es que el tiempo meteorológico es algo muy importante. El clima de los continentes, países, regiones y ciudades determina, junto con sus condiciones geográficas, aspectos decisivos de la economía del lugar y de la personalidad de los ciudadanos. No es ninguna casualidad que los finlandeses sean tipos tan serios, meticulosos y trabajadores: sus inviernos son muy crudos, y siempre se recogen en casa después de la jornada de trabajo, pues la temperatura no permite salir a bares o comercios. Los ingleses han optado por la resignación y han generado un humor irónico, ácido, hartos de ver llover y llover sin parar; mientras que los españoles somos un pueblo extrovertido, con ganas de salir a bailar y beber vinos bajo el cielo despejado.

      Cuando llegué a la ciudad de Los Ángeles, a mediados de septiembre, me sorprendió el caluroso tiempo que hacía en comparación con la ciudad de Madrid de la que partí. Cuando los días fueron pasando, aquella sorpresa se convirtió en normalidad. Recuerdo que el veintisiete de septiembre se alcanzaron las temperaturas más altas en la historia de la ciudad: 113º Fahrenheit o 45º grados centígrados. Yo apenas le dí importancia. Durante este mes y medio hemos tenido una semana y un par de días lluviosos, en los que eran necesarios paraguas y chaqueta. Pero siempre volvía el sol de California, con unas temperaturas en torno a los veintidós, veintitrés grados de media. Hace una semanas, un gran amigo que estudia en Londres me comentó que allí no se quita el abrigo desde que amanece hasta que anochece. He querido dar de margen todo el mes de octubre, pensando que esto acabaría una noche cualquiera, pero la llegada del mes de noviembre en estas condiciones me ha obligado a escribir unas líneas sobre el tiempo meteorológico.

En la mañana de hoy, dos de noviembre, he acudido a clase a hacer un examen, he comido en un bar viendo el partido entre el Tottenham y el Inter de Milan de Copa de Europa, y he merodeado por el barrio, leyendo el periódico del día previo a las elecciones, con la misma ropa que suelo llevar en la playa de la Barrosa de Chiclana, Cádiz, cuando voy a tomar helados de stracciatella o batidos en una calurosa tarde del mes de agosto: con un pantaloncillo corto, una camiseta y mis gafas de sol. Y para mañana se prevén 35º grados. Claro que no es normal. Es California.