lunes, 28 de febrero de 2011

Los otros Óscar

Hoy, domingo 27 de febrero, se ha celebrado la entrega de los premios anuales de la Academia estadounidense de las Artes y Ciencias Cinematográficas, los Óscar, y ustedes ya habrán conocido por televisión los ganadores, las decepciones, los mejores vestidos, los más elegantes.

Si quieren atender a un análisis acertado sobre todo ello, les recomiendo visitar el blog de mi gran amigo Pablo, un prometedor guionista.

En Los Ángeles, la gran preocupación del día era la posible lluvia, pero, finalmente, California ha aportado su mejor solución: ha lucido su sol habitual. Nosotros, Pablo y yo, hemos querido comprobar cómo puede vivir este día un tipo normal y corriente, cualquier ciudadano medio, y nos hemos acercado a la zona de Hollywood hacia las tres de la tarde. Queríamos ver la otra manera de acercarse a la gala de los Óscar: la manera al alcance de todos aquellos que no conducen todoterrenos lujosos o tienen hermanos multimillonarios o amigos actores populares, hechos no muy frequentes.

El primer paso ha sido aparcar el coche cuatro o cinco bloques más abajo del lugar del evento, el teatro Kodak, en la calle Hollywood Boulevard. Entonces, hemos caminado hacia allí, entre palmeras, mientras veíamos pasar una cantidad ilimitada de limusinas. Dos intersecciones antes de llegar, la policía cortaba el paso a cualquier vehículo, salvo a las mencionadas limusinas. Por ello, hemos intentado probar suerte, y aplicar la táctica del ciudadano medio: la táctica de echarle cara. Hemos visto que había una limusina echando gasolina, a pocos metros de nosotros, sin ningún ocupante visible. Nos hemos acercado levemente, y le hemos dicho al conductor que ibamos hacia arriba, que si nos podía llevar. Esto hubiera significado soltarnos en plena alfombra roja, entre fotografos, pajaritas, damas y caballeros. El tipo, impasible, antipático, ha dicho, sin apenas vocalizar, que lo sentía, pero que tenía clientes.

Hemos continuado caminando hacia arriba, y después de callejear, nos hemos acercado lo máximo posible hacia el teatro. En el cruce de las calles Hollywood Boulevard y Highland Avenue, dos vallas alargadas encerraban a una gran multitud, en ambas aceras, entre el punto de la carretera donde todas las limusinas descargaban a los asistentes a la ceremonia. Y allí nos hemos colocado, después de pasar un control policial, entre jovencitas gritonas, muchachos excéntricos, turistas mirones, familias agradables.

Cada vez que alguien bajaba de alguna limusina, todos gritábamos, nos empujabamos, nos poníamos de puntillas. A muchos no les conocíamos, claro. Pero, de cuando en cuando, reconocíamos caras, personajes de ficción. Algunas han gritado que han visto a Matthew McConaughey o Justin Timberlake, pero nadie lo podía confirmar, y yo creo que eran rumores, nacidos del deseo.
A pocos metros, sin embargo, sí hemos podido admirar a Kevin Spacey, Reese Witherspoon y al gran triunfador de la noche, vestido con camisa blanca y pajarita negra, el británico Colin Firth.

Después, nos hemos vuelto en coche al barrio de Westwood, y, al rato, he bajado a cenar, con mi amiga Eva, al bar O'Haras para seguir la ceremonia por televisión. Y, allí, en una mesa de madera, con una cerveza y unas mini-hamburguesitas, he visto el desenlace de la ceremonia. Tranquilamente, como todos ustedes, y millones de personas más. Como ciudadanos normales y corrientes.
Yo creo que también nos merecemos un Óscar: el de los imprescindibles espectadores.

domingo, 20 de febrero de 2011

Nuevos líderes

"Somos la nación que pone coches en las carreteras y ordenadores en las oficinas, la nación de Edison y los hermanos Wright, de Google y Facebook. En EE UU, la innovación no se limita a cambiar vidas. Es como nos ganamos la vida". -Barack Obama, en una intervención durante el debate sobre "el estado de la nación".

Durante este fin de semana, Barack Obama se ha reunido con algunos líderes del mundo, pero casi nadie se ha enterado.
La prensa ha dedicado una cobertura muy escasa, no ha habido manifestantes anti-sistema en la localidad de la reunión, y los telediarios no han explicado las cuestiones debatidas.

En una región del norte de California, el presidente afro-americano ha compartido cena con Mark Zuckerberg, creador de Facebook; Steve Jobs, fundador de Apple; Eric Schimdt, consejero delegado de Google; Carol Bartz, presidenta de Yahoo, entre otros. Son los nuevos líderes del mundo. O los líderes de un mundo nuevo. No dirigen países, no mandan sobre ejércitos, no están al frente de bancos mundiales. Se dedican a organizar, innovar y mejorar las tecnologías de la comunicación, y las redes de Internet. Pero su influencia sobre la vida privada de las personas es indudable, y en pocos años han cambiado los comportamientos del mundo.

Cojan un día cualquiera de su vida, y compárenlo con cómo era ese día hace veinte, diez años atrás. La diferencia es abismal si la comparación la hacen en relación a la generación de sus padres, o de sus abuelos.

Los jóvenes se despiertan con las alarmas de sus teléfonos móviles. Estudian en los ordenadores los apuntes que los profesores cuelgan en páginas de Internet. Hablan con sus primos que viven en países de otro continente a través de mensajes electrónicos. Ya no hay correo antiguo, relojes despertadores, apuntes a mano. Cada vez somos menos capaces de concentrarnos en una sola tarea y necesitamos solapar actividades, pero después de horas navegando por Internet, nos damos cuenta de que no hemos completado ninguna en condiciones.

Todos estos cerebritos se concentran en una región llamada Silicon Valley, que comprende el valle de Santa Clara y la mitad sur de la península de San Francisco. Allí se ubican todas las compañías del sector: Facebook, Apple, Microsoft, Ebay, Google, Twitter, Yahoo. Una gran parte de sus trabajadores son ingenieros recién licenciados, que visten sudaderas de capucha y pantalones vaqueros. Los edificios de estas compañías está adaptados a ellos y parecen campus universitarios: sus jardines tienen pistas de volley-playa para descansar y sus cafeterías ofrecen buffets y refrescos rellenables. Hace unos meses estuve por allí y me enseñaron las instalaciones de Yahoo.

El nuevo icono de todos estos líderes es Mark Zukerberg, el fundador de Facebook, el multimillonario más jóven del mundo. La película que Hollywood ha creado sobre su vida le presenta como un tipo sin amigos, egoísta, arrogante, de modales despreocupados: siempre calza chanclas de piscina y no cuida el lenguaje. A pesar de tener esta actitud, para la cena con Barack Obama, Zukerberg hizo una excepción y vistió cazadora americana y camisa. Y es que no todo lo antiguo es malo, ni todo lo nuevo es bueno, ni tampoco lo contrario.

miércoles, 16 de febrero de 2011

I left my heart in San Francisco

Entre el océano Pacífico y una bahía, delimitada por dos puentes, y plagada de colinas que suben y bajan, se encuentra la preciosa ciudad de San Francisco, una aglomeración compacta y abarrotada. Destruída en el año 1906 por un terremoto provocado por la falla de San Andrés, en ella conviven gentes locales, turistas, soñadores, vagabundos, escritores y más personas orgullosas de su bahía.

Existen muchos mitos sobre la ciudad (bohemia, bonita, hippie, política), y todos tienen su verdad, su barrio, su lugar. Cada uno puede encontrar su parte, y disfrutar.

Uno puede perderse por el barrio de North Beach, donde abundan las cafeterías italianas, mientras descubre los lugares míticos que frecuentaron los escritores de la generación Beat, Jack Kerouc, Allen Ginsgberg: la librería City Lights y el café Vesubio.
Uno puede acudir al puente rojo anaranjado, el Golden Gate, icono de la ciudad, reconocido en películas y series de televisión, y disfrutar las vistas de la ciudad y la isla de Alcatraz.
También es recomendable andar por la antigua lonja pesquera, Fisherman Warf, donde venden una sopa de almeja en cuencos de pan, se avistan leones marinos y merodean turistas impacientes; o curiosear por las calles del barrio de Hight y Ashbury, donde los hippies protestaron en los años sesenta contra la guerra y a favor de la contracultura y las drogas psicodélicas. Otro lugar mítico es el colorido barrio de Castro, donde la comunidad homosexual comenzó la lucha por sus derechos.

En cualquiera de estos lugares, son fácilmente reconocibles las casas de estilo victoriano, y los tranvías y trolebuses, que permiten moverse con facilidad por las colinas empinadas de una ciudad paseable, accesible, visitable en transporte público, a la manera europea.

El jueves pasado un grupo de amigos, estudiantes en Los Ángeles, viajamos en varios coches y aviones hasta San Francisco. Éramos una mezcla variopinta de jóvenes internacionales: brasileños, españolas, italianas, chilenos, japoneses, americanas. Las conversaciones, los buenos ratos y la peculiaridad de todos nosotros parecían extraidos de los personajes de la película "Little Miss Sunshine". Juntos visitamos la ciudad, transnochamos en un hostal baratillo y fuimos parte del encanto de la ciudad.

A veces me gusta atribuir a las ciudades cualidades de personas, y si Los Ángeles es divertida, inaccesible, violenta, San Francisco es una ciudad encantadora, agradable, rebelde. Una ciudad de la que uno podría hasta enamorarse. Como yo hice el fin de semana pasado.

martes, 8 de febrero de 2011

Fiestas americanas

"Mientras he estado en el extranjero, yo he tenido un punto de referencia para juzgar a los hombres y las cosas: España. Pero esto era únicamente porque yo soy español y no porque España me parezca la medida ideal de todos los valores", afirmó Julio Camba, el corresponsal gallego, maestro de maestros.

Yo, a mi manera, hago lo mismo: las comparaciones son inevitables.

Las fiestas en Estados Unidos tienen un carácter muy distinto al de las españolas, y las razones principales son dos: los horarios nocturnos, en bares, pubs y discotecas, son muy tempraneros, pues cualquier local cierra sus puertas a las 2 de la madrugada, pudiendo encontrar alguna rara discoteca que lo haga a las 4 de la madrugada; y la ley federal que prohibe beber cualquier líquido con alcohol, e, incluso, entrar en cualquier bar o pub, a los menores de 21 años.

Estas dos limitaciones marcan el carácter de la típica fiesta americana: las fiestas caseras en apartamentos.

Todos los estudiantes viven en el barrio de la universidad, fuera de sus casas familiares, bien en las residencias del campus, bien en pisos modestos. En estos apartamentitos, uno puede esquivar las dos grandes limitaciones: uno puede trasnochar hasta largas horas de la madrugada sin problema, pues los vecinos son otros estudiantes que también trasnochan, y la circulación de alcohol entre veinteañeros es libre y fluida. Muchos de ellos morían de placer por un liquidito español desconocido, de nombre "tinto de verano", que fabricaba en su piso mi amigo malagueño Iván.

El jovencito nocturno español se siente coartado por ese horario madrugador, y, a veces, echa de menos volver a casa con el sol del amanecer. Pero también saborea y disfruta los atractivos de la fiesta americana. Estos tipos comienzan la noche con un juego popular llamado "beer pong". El asunto consiste en encestar pelotas de ping-pong en 10 vasos de cerveza, colocados en los extremos de una larga mesa, entre dos parejas enfrentadas. Cuando uno encesta, la pareja rival elimina el vaso, y se bebe la cerveza. Quien elimina todos los vasos, gana. Los americanos son maestros en este arte, pero todo es cuestión de práctica: yo ya he ganado a unos cuantos.

Otra peculiaridad de estas fiestas es el afán de otorgarles una temática. Ya sea Halloween, Navidad o San Valentín, o ya sea una excusa inventada. Uno tiene que disfrazarse y seguir la regla establecida. El otro día la norma nos sorprendió: sólo se podía acudir con "una pieza de ropa". Mis amigas lo encontraron algo infantil, y decidieron ausentarse. Mis amigos y yo lo encontramos encantador, y decidimos acudir. Bañadores, calzoncillos, pijamas de niño, albornoces, fulares, gabardinas: aquello fue lo que encontramos, mientras nos preguntábamos si aquellas americanas cumplían la regla a raja tabla. La fiesta fue un éxito, pero el premio al mejor vestido cayó en mi amigo japonés Keiji, quien acudió con un calzón de sumo.

Yo, mientras tanto, trataré de seguir indagando en este concepto, y conociendo mejor sus peculiaridades.

sábado, 5 de febrero de 2011

La Super Bowl

Confieso que aún no termino de entender todos los detalles del deporte americano por excelencia: el "football" americano. Aún así, y como todos los norteamericanos, ya he hecho planes para ver el gran partido.

Mañana, 6 de febrero, se juega la Super Bowl, la final del campeonato de "football" americano en el estadio de la ciudad de Arlington, Texas. Los equipos finalistas son los Pittsburgh "Steelers", del estado de Pensilvania, y los Green Bay "Packers", del estado de Wisconsin. Ambos han sido los campeones de las dos conferencias nacionales.

Los "Steelers" son el equipo franquicia que más veces ha ganado el trofeo -seis ocasiones-, seguido por los Dallas Cowboys y San Francisco 49ers -cinco ocasiones-. Los "Packers" la han ganado tres veces, la última de ellas en 1996.

Para ver este partido, todos los americanos se reúnen en bares, restaurantes o casas, y pasan el día entero. La atracción no está solo en el juego: para muchos es, incluso, lo de menos. El día es considerado fiesta nacional, y se consume más comida y bebida que en cualquier otro día del año, exceptuando en la reunión familiar del "Día de Acción de Gracias".

La popularidad del evento ha disparado, año tras año, la audiencia por televisón, y, con ello, el precio de la publicidad.
En la primera edición de la Super Bowl, la tasa pagada por un minuto de publicidad eran 42.000 dólares; en la edición de mañana, la tasa tendrá un coste de 3 millones de dólares por un minuto. Algunas grandes marcas reservan sus mejores anunciones comerciales para esta fecha, y algunos son fijos, como el de Disney. Muchos americanos están ansiosos por verlos.

El partido también está acompañado de mucho espectáculo. Conciertos musicales animan a las aficiones antes del partido, cuando también se canta el himno del país. El espectáculo favorito del público tiene lugar en el tiempo de descanso: artistas como Mickael Jackson o el grupo U2 son algunos de los más recordados. La actuación de Justin Timberlake, en 2004, fue la más polémica y comentada: al final de la interpretación, el cantante levantó el vestido de Janet Jackson dejando al aire uno de sus pezones. Desde entonces, la emisión de espectáculos en directo se hace con 5 minutos de retraso.

Mañana el himno nacional será cantado por Christina Aguilera, y el espectáculo del descanso será obra de "Black Eyed Peas" y "Lea Michele".

Para ver todo ello, he quedado mañana con mi amigo americano Brandon, pasadas las 2 del mediodía, en el pub de Westwood, "Barney's and Beanery", donde beberemos cerveza, entre americanos entusiasmados. Yo he tomado la decisión de animar, con gritos, cánticos y nervios, a los Green Bay "Packers". No pienso dejar que mi desconocimiento del juego me conviertan en un aficionadillo neutral, y me roben la emoción. La gloria del hincha, que sabe que puede ganar o perder la eternidad en tan solo segundos, es deliciosa.

Go Packers.

martes, 1 de febrero de 2011

La fábula del sushi

Hay hechos que, de repente, colocan nombres, pueblos, lugares, ideas o personajes, en el desconocido mapa del mundo para los ojos de los señores alemanes, franceses, estadounidenses, canadienses, españoles, austriacos, australianos, italianos, escoceses. Con la marcha del mes de enero, el mundo occidental tiene la mirada fija en las revoluciones populares que sacuden Túnez, Egipto y todo Oriente Medio.

En relación con estos acontecimientos, quiero rescatar una breve reflexión de uno de mis profesores en UCLA, Kelly W. Su asignatura, "Promoting dialogue between diverse worlds", trata teorías políticas y filosóficas, a favor y en contra, sobre la necesidad del diálogo entre las culturas del mundo.

Esa breve reflexión es la siguiente: aunque es verdad que los americanos llenan sus tripas con hamburguesas cocinadas en masa, la mayoría reconoce que la comida de otros lugares del mundo es mejor, y suspira por unos trocitos de sushi japonés, una buena carne argentina o una tortilla de patatas española. También en Europa, lugar de buenos comedores, el sushi japonés se ha convertido en una pasión de paladeres, e, incluso, en devoción de personas sofisticadas, interesantes, refinadas.

Lo que el profesor nos quiere decir con ello es que ninguna visión del mundo es totalmente completa, que ningún problema es totalmente ajeno y que el entendimiento entre los pueblos del mundo necesita dar este primer paso: reconocer que la historia la construimos juntos, entre todos. Según nuestro profesor, esta falta de perspectiva suele ser más frecuente en los grupos dominantes, y ahí es donde se encuentra Occidente. Todo el mundo reconoce la cultura de Estados Unidos, y come sus hamburguesas con patatas fritas.

Yo confieso que no es fácil, y sé que adoro mis gafas de sol Rayban porque Jack Nicholson no se las quita ni para ver a los Lakers, pero me empeñó en intentar lo contrario: y desayuno, a veces, unas galletitas venidas de Singapore llamadas "Hello Panda", admiro con locura la música africana del cantante jamaicano Bob Marley, tengo un amigo indio que me está introduciendo en las películas de Bollywood, y me sé de carrerilla la alineación de la selección brasileña que ganó el Mundial de fútbol en 1994.

A lo mejor es verdad que Occidente -Estados Unidos y Europa- no es todo, sino solo una parte.

Anímense, y vean, descubran, escuchen, viajen, coman sushi.