martes, 15 de marzo de 2011

Rutina

El diccionario de la Real Academia dice lo siguiente:
Rutina: Costumbre inveterada, hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas.
En general, la gente ha otorgado a este concepto un carácter negativo. La rutina es aburrida, la rutina es desesperante. Se asocia el término con el trabajo diario, con los estados permanentes, con las relaciones duraderas: con todo aquello que deja de ser novedoso. Es lo que damos por hecho, y, por tanto, nos aburre. Queremos sorpresas.

Yo comprendo esta opinión, pero quiero descubrir otro carácter de la rutina. Desde hace años, he intentado adoptar costumbres que se convierten en práctica, y que me llenan de gusto. Ni les digo la felicidad con la que acudo al Santiago Bernabéu todo los domingos, con la misma camiseta y los mismos pantalones vaqueros, parando a tomar el mismo pincho de tortilla, y bebiéndome las mismas cervezas. Pero es que el fútbol en la grada es lo máximo, dirán. También saboreaba con gusto los cafés que me bebía en la facultad con mis amigos, antes o en horas de clase, día sí, día también.

Estas rutinas son placenteras, y en Los Ángeles he adoptado algunas que celebro con ustedes.

Julien, francés; Keiji, japonés; Aysha, turca, Julia, española; y un servidor llevamos semanas realizando una cena semanal, con estricta puntualidad, en restaurantes con servicio de nuestros países originarios. Cada semana, un participante se encarga de elegir mesa, menú y restaurante: todos acabamos más que satisfechos. Hemos probado vinos y quesos franceses, noodles y bocaditos de carne roja japoneses, carnes turcas bañadas con yogurt, y croquetas y paella a la española. No negarán que es una rutina deliciosa.

Cada domingo, hacia las ocho de la tarde, acudo al mismo bar americano con mi amigo Pablo, degustamos varias cervezas y conversamos sin prisa, en la misma mesa, bajo la misma luz tenue. El bar, acostumbrado al bullicio del fin de semana, nos recibe agradecido cada domingo. Cuando alguna obligación nos impide reunirnos, rara vez, nos adaptamos sin duda a la noche del lunes. No negarán que es una rutina insustituible.

Cualquier día de la semana, sin mucha demora, veo uno o dos capítulos de la serie de televisión "Mad Men", con mi compañero de habitación, Alex. Entre ratos de estudio, después de un largo día de turismo, en mañanas con resaca: cualquier momento es adecuado para disfrutar de los Estados Unidos de los sesenta en forma de obra de arte. No negarán que es una rutina reconfortante.

No se atreverán a negar ustedes que las rutinas también pueden ser positivas.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Crítica al mundo de los adultos

"Somoza may be a son-of-a-bitch, but he is our son-of-a-bitch".
"Somoza puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
- el presidente americano Roosvelt, in 1939, sobre Anastasio Somoza, dictador de Nicaragua desde 1936 hasta su asesinato en 1956.
Tomo prestada la anécdota de Aytekin, un amigo turco.

Eran otros tiempos, durante la Guerra Fría: las dos superpotencias Estados Unidos y la Unión Soviética se dedicaban a jugar al risk con el mundo para expandir sus ideologías: el capitalismo y el comunismo. Para ello, ambos países apoyaban a dictadores, provocaban golpes de Estado, o armaban revoluciones. Cualquier medio era válido para defendir la ideología global. En uno de tantos casos, Estados Unidos defendió a la dinastía de los Somoza, dictadores de Nicaragua, que se mantuvo en el poder hasta 1979.

Los primeros meses del invierno de 2011 han sido protagonistas del levantamiento de los pueblos árabes contra sus dictadores. Túnez, Egipto, Libia. También hay protestas en Yemén, Omán, Bahrein, Argelia, y Marruecos. Y aún quedan muchas revoluciones contra dictadores por suceder, que sucederán, en estos y otros lugares del mundo: Cuba, Korea del Norte, Arabia Saudí, etcétera.

Estos acontecimientos provocan en un joven occidental, en primer lugar, admiración: tarde o temprano, ningún tirano está a salvo del hartazgo de su pueblo. Las opiniones de todas las personas se tienen en cuenta a la hora de gobernar, y la democracia se expande en el mundo.
Estos acontecimentos también provocan orgullo, pues han sido los jóvenes quienes han liderado los movimientos.
Estos acontecimientos también provocan incertidumbre: los rebeldes no tienen un plan político asentado e inmediato. Existe miedo por la radicalización de las oposiciones en alza. Muchos rebeldes son jóvenes árabes que sólo quieren libertad, dignidad y futuro. Quieren elegir su vida, y tienen derecho a ello. Les da igual la política.

Estas revoluciones también se pueden mirar desde la perspectiva del adulto de Estados Unidos o Europa. La perspectiva de ese que, con el culo en su salón, lee las noticias en el Ipad. Entonces, la perspectiva cambia, claro.
Para los europeos, lo más preocupante de estos acontecimientos son la subida del precio del petróleo y la posible llegada de inmigrantes del norte de África y Oriente Medio. Para los americanos, lo más preocupante de estos acontecimientos son la subida del precio del petróleo y el juego de alianzas de los países árabes con Israel. A cambio de que todo esto permanezca en calma, los políticos occidentales han abrazado sin rechistar la eternidad de los dictadores que ahora están cayendo. Ningún país democrático occidental hizo nada por mejorar la situación de estos pueblos.

Desde una mirada alejada de la política, esta posición resulta difícil de entender. Es lo que los expertos llaman intereses geopolíticos, realpolitik, o diplomacia política.
La sentencia de Roosvelt puede despejar bastantes dudas: eran hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta.

(Este artículo no tiene vocación política. No es una crítica a gobiernos de derechas ni a gobiernos de izquierda, sino una crítica a todos los gobiernos poderosos. Creer en una política internacional diferente, verdadera, multilateral y democrática suele calificarse de idealista, inocente, de jóvenes. Este artículo es una crítica al mundo de los adultos: seremos jóvenes y pensaremos como tal hasta cuándo nos dé la gana, incluso cuándo ya no lo seamos).

jueves, 3 de marzo de 2011

Estudiantes

(Comencemos reconociendo el vicio humano de dejar todo para el último momento. Por qué hacer hoy lo que podemos hacer mañana. Existen algunas personas excepcionales que se empeñan en demostrar lo contrario, claro, pero son eso, excepcionales.
Les solicito también disculpas por la subjetividad y la generalización comparativa.

Después de esto, les sirvo un nuevo artículo, esta vez sobre los estudiantes universitarios).

Las tradicionales licenciaturas universitarias en España se organizan, en su mayoría, en dos cuatrimestres. Después de cada uno de estos periodos, se celebran los exámenes, en los meses de enero o febrero, y junio.

Esta fórmula permite al estudiante español llevar una vida bastante desahogada. Recuerden sus años de facultad, ya lejanos, o aún actuales. Durante dos o tres meses, usted se dedica a fumar pitillos en la calle, practicar deportes de equipo, ir de cañas y tapas, beber copas baratas hasta el amanecer, ver películas clásicas, bailar con desconocidos, intentar aprender inglés. Incluso se echa unas siestas que parecen noches de sueño. Metánse en una biblioteca pública en el mes de octubre, o de marzo, y podrán escuchar el silencio.

Después, durante uno o dos meses, toda su actividad se condensa en un sólo lugar: la biblioteca o su mesa de estudio. Entonces es el momento de conseguir, subrayar, leer, comprender, resumir y memorizar los apuntes de sus asignaturas. Todos los conceptos explicados durante tres o cuatro meses se asimilan en tres o cuatro días o noches. No hay tiempo más que para estudiar. Intenten ir a una biblioteca pública en el mes de enero, o de junio, y tendrán que hacer hasta cola de espera.

Reconozco que mi experiencia académica es parcial: se limita al terreno de las letras, y mis escritos parten de esta experiencia. Sé también, porque conozco a buenos muchachos implicados, que los estudiantes para médicos, arquitectos o ingenieros, tienden a estudiar durante periodos más largos. Pero, en general, todos los estudiantes tendemos hacia la misma rutina: hacer lo máximo factible en el menor tiempo posible.

El sistema aplicado en la Universidad de Los Ángeles es distinto, pues se basa en tres trimestres. Estos periodos duran diez semanas, y son tan cortos que aceleran el paso de los días. En la mitad del periodo, durante las semanas cuatro y cinco, se celebran los exámenes parciales. Después, en las dos semanas finales, tiene lugar la segunda tanda de exámenes. En ambos casos, la cantidad de materia que uno debe estudiar es breve: son los apuntes de apenas un mes de explicaciones. Entre tanto, uno tiene que ir entregando trabajos, haciendo discursos, leyendo artículos.

Esta estructura hace que la exigencia sea mucho más moderada, pero más difusa. Siempre hay algo que hacer, pero nunca hay tanto que hacer. En la biblioteca de la universidad, la majestuosa Powell Library, siempre hay gente preparando presentaciones, consultando manuales, memorizando fórmulas. Los exámenes no son nada difíciles, y la evaluacion del alumno se fracciona. Esto hace que el aprobado sea asequible, y que poca gente pierda el año.

El sistema, por tanto, es muy diferente. Pero no se equivoquen. Los estudiantes americanos hacen exactamente lo mismo: dejan todo para la fecha final. Lo que pasa es que, en la Universidad de Los Ángeles, la fecha final se reparte entre varias fechas finales, y llega antes.