William R. Hearst (1863-1951) fue una persona ejemplar: demostró al mundo cómo ser un gran empresario, y, al mismo tiempo, un pésimo periodista. En consecuencia, fue un rico multimillonario, compró objetos de arte en todos los lugares del mundo, hizo amistades con los personajes más deseados de su época y se construyó un castillo en una finca inmensa en la costa de California. Su vida fue reflejada en la famosa película Ciudadano Kane, de Orson Wells.
Después de una cuidada formación académica, Hearst comenzó su carrera periodística en San Francisco, en el diario "The Daily Examiner". La dirección del periódico fue un regalo de su padre. En él aprendió su fórmula mágica para captar lectores: inventaba noticias, publicaba rumores y distorsionaba hechos. El objetivo era alarmar y atraer los sentimientos más profundos del ser humano: el miedo y la curiosidad. Después de enriquecerse en la costa Oeste, Hearst decidió mudarse a la ciudad de Nueva York en 1895. Allí, en un solo año, elevó la tirada del diario "New York Morning Journal" de 77.000 ejemplares a 1 millón. Sus páginas estaban cubiertas con historias de deportes, escándalos, crímenes, sexo y sucesos. Había perfeccionado el estilo comenzado por su máximo competidor, Joseph Pulitzer, con el diario World: el sensacionalismo o amarillismo.
Uno de sus redactores, Arthur James Pegler, lo resumió en una frase: "Un periódico de Hearst es como una mujer gritando corriendo por la calle con su garganta cortada".
Entre sus métodos novedosos, estaban los grandes titulares, las imágenes espectaculares y la tira cómica satírica. En 1898, decidió ir más allá y provocó una guerra entre Estados Unidos y España por la isla colonial de Cuba. El gobierno de Estados Unidos no aguantó más: los españoles estaban maltratando sin piedad a los cubanos. La situación era delicada, pero todos aquellos últimos sucesos no eran sino ingeniosas mentiras vertidas por el periódico de Hearst. Él estaba encantado: todo el mundo sabe que las guerras venden periódicos.
Cuando heredó el patrimonio de sus padres, decidió volver a vivir en California. Allí construyó un gran castillo en un rancho 68.000 hectáreas en la localidad de San Simeon. Esta construcción se encuentra en lo alto de unas montañas deshabitadas, en frente del océano Pacífico, a medio camino entre Los Ángeles y San Francisco. Ahora es propiedad del estado de California y es visitada diariamente por miles de turistas, como mi amigo Pablo y yo, que alucinamos entre sus salones, piscinas y habitaciones. La arquitectura del castillo es una mosaico de estilos europeos mal combinados, sin orden ni coherencia. Tiene habitaciones de invitados con baños particulares, pistas de tenis, salones comedor, una habitación con billares. En todas ellas, hay objetos de arte colocados al azar, desentonando con las paredes, con los suelos o fachadas. También hay un edificio que imita a una capilla, y dos piscinas espectaculares, una cubierta, la otra con adornos romanos. En el bosque que se extiende en las laderas de la finca, hay ciervos y cebras, donde en su día se ubicó el mayor zoo privado que jamás ha existido.
William Hearst fue un ejemplo de buen empresario y de mal periodista. Su castillo, donde gastó parte de su fortuna, también se puede considerar un ejemplo, un ejemplo de mal gusto.