martes, 12 de abril de 2011

Los estereotipos del fútbol

Puedo afirmar bien alto, sin miedo a contradecir mis principios tolerantes, que he visto prejuicios. Siento decirselo así, a través de una pantalla fría e impersonal, pero puedo prometer que existen: los estereotipos son verdades.

Ustedes coincidirían conmigo si tuvieran la oportunidad de bajar al estadio de deportes de UCLA todos los viernes por la tarde, cuando el reloj pasa ligeramente de las tres. Todas las semanas a la misma hora nos acumulamos en el césped estudiantes llegados desde todos los rincones del mundo.

La dinámica es la del juego auténtico: seguimos las normas aprendidas en el patio del colegio. No hay fueras por las bandas, las porterías se marcan con mochilas y el final del partido llega con el cansancio generalizado. Los equipos se hacen según el color de las camisetas, y se admite a todo aquel que pregunta con timidez si puede meterse al partido.

Durante el desarrollo del juego, uno puede casi adivinar la nacionalidad del jugador que lleva el balón atendiendo a sus movimientos, su actitud, su trato del balón. Y es que la gente deja ver el estilo nacional en su carácter deportivo.

Recuerdo uno de los casos más llamativo. A mitad de partido, entró un nuevo jugador en el equipo rival. El tipo pidió la pelota, la controló y se la quedó con él. La pisaba y volvía a pisar, cubriéndola con el cuerpo, manoseándola. Lo hacía en cualquier lugar del campo, y no se la pasaba a nadie. Era como bailar un tango, despacio, con ritmo, pero sin prisa. Como era de esperar, en su tercer intento, un americano descontrolado le entró con todas sus fuerzas, haciéndole una falta espectacular. El bailarín se quejó con aspavientos, rodó por los suelos, gritó con fuerzas, insultó sin parar. Era argentino, siempre dandole vueltas a las cosas.

De vez en cuando, aparecen dos o tres asiáticos desconocidos. Siempre llegan juntos, en silencio, y están apartados de los demás: tratan de mantener el balón entre ellos, y no interactuán. Son misteriosos. A veces, algunos deciden abandonar la timidez y mostrarse al mundo. Muchos son muy buenos jugadores, técnicos y desequilibrantes. Hace semanas, uno decidió desperezarse y no dudó en placarme, con una zancadilla en el aire, cuando le robe el balón y encaraba portería. Nunca se sabe que se esconde detrás del misterio asiático.

El pasado viernes me quedé bastante sorprendido con la incorporación de dos o tres americanos nuevos. Eran fuertes, incansables en carrera, se dejaban la piel en el césped. Entraban a por el balón con ansia y sin control. Cumplían a la perfección el molde americano, salvo por un detalle importante: eran buenos jugadores. Además del entusiasmo americano, sabían desmarcarse, mover el balón, controlar el juego. Uno de ellos, de nombre Oliver, acertó, incluso, a marcar muchos goles. Yo no podía dar crédito. Al acabar el partido, Pablo explicó mi asombro: aquellos tipos eran británicos, la versión refinada de los americanos.

Uno puede reconcer el lugar de nacimiento, la personalidad del jugador, con sus andares, su control del balón. Los estereotipos se cumplen.

Pero les recuerdo que estamos hablando de fútbol: como dijo Jorge Valdano, la cosa más importante del mundo, dentro de las menos importantes. En las otras cosas, los prejuicios también existen. Pero no deberían.

1 comentario:

  1. No, no deberían pero...

    Por lo demás, me ha encantado tu análisis de nacionalidades en función del fútbol de cada uno; es gracioso lo de los estereotipos :)

    Marta.-

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