martes, 14 de junio de 2011

Un año feliz en California

"Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar".
-Antonio Machado, Poesías Completas,
J.M. Serrat, Canción a canción.

Estas historias sobre mis aventuras en la ciudad y universidad de Los Ángeles comenzaron en mi cabeza hace mucho, mucho tiempo, mucho antes de mi aterrizaje físico en aquella cálida noche de verano del 19 de septiembre. La idea de estudiar en el extranjero planeaba por mis pensamientos desde hacía años, y, de repente, me decidí y conseguí la beca de intercambio. Después de un proceso de cansados trámites, me despedí de mis amigos y familiares, llené las maletas con ropas, libros e ilusiones y volé al Oeste.

Durante el pasado fin de semana de junio, estas aventuras han llegado a su fin. He acabado las clases en UCLA, y la carrera de periodismo. Me he mudado de la residencia de estudiantes a un viejo hotelito del barrio. He dado abrazos de despedida a muchos amigos: a muchos los veré pronto, a muchos puede que nunca.

Jacky se llevó su sonrisa tranquila a Alemania hace meses. Ha conseguido merecidamente lo máximo: en agosto empieza un doctorado en la mejor universidad del mundo, Harvard, en Boston.
Ángela volvió a finales de octubre a su rinconcito asturiano en el norte de España. Allí continúa sus investigaciones científicas, en un piso nuevo, desprendiendo ternura al mundo.
Iván regresó al sur de España en diciembre, para seguir con el doctorado. Le hemos echado de menos tanto como ganas tenía él de quedarse.
Guido volvió a las tierras de Holanda para bordar su tesis sobre historia contemporánea. Ahora tiene en mente viajar por Europa y buscar trabajo: espero verle por Madrid.
Aytekin volará pronto a Turquía, viajará con sus amigos durante las vacaciones y volverá a los laboratorios de UCLA en agosto. Está descontecto con la reelección de Erdogan y sueña con un mejor Galatasaray.
Julien seguirá haciendo surf en Malibú hasta que visite a sus familiares y amigos en Francia. Después, volverá a Los Ángeles a continuar formándose. Deseo de verás que nos volvamos a ver pronto, aquí o allí.
Pablo está haciendo un curso de verano en un paraíso rural cercano a Chicago. En agosto retomará sus estudios de postgrado como guionista en Los Ángeles. Antes, nos beberemos juntos unas cervezas en nuestro bar favorito. Después, estaremos siempre ahí, en Bilbao, en Madrid, en California, donde haga falta.
Alex, el rubio, cursará el trimestre de otoño en la ciudad de Berlín, para después volver a su tierra natal en California. Espero que venga a visitarme, que sigamos discutiendo sobre Mad Men, y que siga feliz.
Elisa continuará sus estudios sobre política en Escocia, tendrá la casa de sus padres en Inglaterra, visitará a sus abuelos en el País Vasco y volverá a ver a sus amigos en Alemania.
Jose, de la India, seguirá batiendo récords como mejor investigador joven de UCLA, y como mejor bailarín de música india del mundo. Sé que vendrá a España a conocer a mi gente, y la fiesta.
Kayvon, Jacob, Connor, Bruce, Benjamin y Brett volverán a la universidad el otoño próximo y seguirán formando el mejor equipo de fútbol de las competiciones internas.
Luis volverá a Brasil, después de recorrer la costa Este, y demostrará sus habilidades para el periodismo, y sus ganas de cambiar al mundo: cuenta conmigo.
Laia se queda en Los Ángeles, haciendo unas prácticas como psicóloga, y siendo feliz. Se lo ha ganado. Oriol no sabe bien donde estará el año que viene: pero seguirá disfrutando, y siendo el rey de la noche.
Omar ya ha aterrizado en Egipto, donde el año que viene reanudará sus estudios, peleará por la democracia y seguirá cantando los goles de Messi con pasión caliente.
Antonio seguirá acogiendo a todos los españoles recién llegados, haciendo surf en Hermosa y dejándose la piel por los colores del Málaga, y en contra de Mourinho.
Sergio volverá a Los Ángeles para terminar sus estudios de política, y empezará a dar forma a su programa político para presentar su candidatura a la presidencia de Méjico. Y, un día, lo conseguirá.
Phil seguirá siendo responsable por el día, y alguien con quien siempre contar por la noche. Seguiré tronchándome de risa con sólo escucharle hablar.  


Alberto ya está en España, y el año que viene empezará carrera laboral en Brasil, mejor lugar imposible. Seguirá haciendo reir a la gente, lo cual siempre es muy dificil, y animando al Real Madrid, lo cual ahora no es fácil.
Tammy seguirá bordando su carrera de comunicación, haciendo prácticas en las grandes compañías de Hollywood y disfrutando del momento como sólo ella sabe: lo tiene todo.
Andy visitará a sus familiares y amigos en China, Alemania y Europa, para volver al nuevo curso en Los Ángeles, donde seguirá liderando a las fraternidades y enseñando bondad y simpatía.
Eduardo volverá de Nueva York para terminar sus estudios en Los Ángeles, y logrará llevar a su grupo de música lejos. Le veré en España, en Méjico o California.
Hayley y Sarah están de vuelta en San Francisco, después de graduarse: ahora viene algo nuevo, lo mejor. Sus fiestas caseras serán inolvidables.
María descansará unas semanas en España para volver a California: la carrera de actriz no es fácil, pero no hay nadie mejor que ella. Tiene más valor y simpatía que nadie.
Thomas, Victor y Laure vuelven a Francia. Caro y Edward van y vuelven. Son el grupo de franceses, siempre juntos, pero siempre con los demás. Mucha buena gente haciendo tan poco ruido.
Eva se marchó hace semanas para trabajar durante el verano en Lanzarote. En su fiesta de despedida no cabía nadie más: estaban todos. Seguirá dando ejemplo de felicidad allá donde vaya. Gracias.


Ayca descansará un mes en Turquía, antes de volver a Los Ángeles, donde continuará su doctorado, conocerá los mejores restaurantes, discotecas, cafeterías y bares de la ciudad: nadie mejor que ella sabe exprimir la vida de esta ciudad. La voy a echar de menos.
Julia se queda en Los Ángeles en verano, para demostrar sus ganas de comerse el mundo en unas prácticas como psicóloga. Después, en Inglaterra o Estados Unidos, se comerá el mundo. Se lo merece, y espero estar ahí para verlo en primera persona. Gracias por tu cariñosa acogida, durante todo el año.
Alex, mi hermano pequeño, continuará por tres años sus estudios de ingeniería informática en UCLA. Después, será el creador del nuevo Facebook, y viajaremos juntos por el mundo: a Bilbao, a Taiwan, a Vietnam. Sabe que es mi mejor sorpresa de esta aventura.
Keiji llegará pronto a Japón, y en verano visitará a todos sus amigos por Europa. Nadie tiene más amigos que él por el mundo. De él no me despido, porque viene en menos de un mes a mi casa madrileña, y porque no podría: ha sido mi mejor compañero, amigo, confidente durante todo el año y siempre lo será.

"Los Ángeles es la clase de sitio donde todo el mundo es de algún otro lugar y donde nadie echa realmente anclas. Es un lugar de paso. Gente arrastrada por el sueño, gente huyendo de la pesadilla", dice Michael Connelly en el libro "El Veredicto".
Los Ángeles es una ciudad increíble: el lugar donde todas estas aventuras, sueños, emociones, amistades se han encontrado, unido, mezclado y alimentado. Sin todos ellos estas historias del blog, vividas y narradas, no hubieran existido. Por ello, son de ellos, y para ellos, y hoy se acaban.



California es un lugar increíble: una tierra legendaria que invita a soñar y cuya realidad está a la altura del mito. Su geografía está a la altura de su gente. Echaré de menos sus paisajes, carreteras, costas, ciudades y personas, y creo que sólo acabo de empezar a conocerla. Ahora quiero volver a leerla, a verla, a sentirla, y la seguiré recorriendo con buenos amigos durante dos semanas. Y en el futuro volveré a visitarla.

Después de estas dos semanas, llegaré a España, desharé mi equipaje y empezaré a trabajar como becario temporal en un periódico nacional. No es el final de una etapa: es el principio de otra nueva.
Que tengan un buen día, reciban un abrazo.

lunes, 6 de junio de 2011

Los fines de semana, brunch

La vida de los americanos es, como la de los ingleses, madrugadora.

El americano se despierta cerca de las siete de la mañana y devora un buen desayuno, compuesto por frituras, dulces, frutas y zumos. Después acude al trabajo, con el café en un pequeño termo portátil, y no vuelve a casa hasta que acaba la jornada laboral, en torno a las cinco, seis o siete de la tarde. La comida se realiza a las doce del mediodía. A las seis o siete de la tarde el americano toma la cena en su casa familiar, y echa la persiana al día. La vida social termina temprano: entonces empieza la vida casera, se ve en la televisión el Daily Show con Jon Stewart o la serie de moda, Glee, y se pregunta la lección a los muchachos.

Los españoles también arrancamos nuestras vidas temprano. Después, sin embargo, somos más tranquilos: estiramos más la vida social o en la calle, y retrasamos la cena hasta las nueve o diez de la noche. La comida también es más tardía y pasa del mediodía, entre las dos y las tres de la tarde. Antes de caer el sol, la gente está en los comercios, tomando cañas con amigos o entrenando en el gimnasio.

Este horario provoca un problema, en el mundo anglosajón, cuando llega el fin de semana.

Los sábados y los domingos la gente remolonea entre las sábanas hasta las diez de la mañana. Nunca madruga. Al despertar, el americano no sabe qué hacer: la hora del desayuno ya se ha esfumado, la hora de la comida aún no ha llegado. La solución la proporciona una combinación de ambas comidas, entre horas, desde las 10 y media de la mañana, hasta las 3 de la tarde: el brunch. La palabra, como la comida que define, procede de la unión de otras dos palabras: breakfast (desayuno) más lunch (almuerzo o comida).

El brunch ofrece alimentos de ambas comidas: huevos, salchichas, jamón, bollos dulces, tortitas, frutas del desayuno; y ensaladas, sopas calientes, verduras, tortillas francesas, platitos de pasta, carnes ligeras, de la comida. Las bebidas pueden ser cafés, tés, zumos de frutas, o refrescos de todo tipo.

Las familias acostumbran a tomar el brunch en la calle, reunidos, en diferentes tipos de establecimientos. Son muy populares los bufés: el Sweet Tomatoes, en la ciudad de Fremont, al abrigo de la bahía de San Francisco, al que acudí con mi amigo Alex y su familia taiwanesa, era encantador y mi estómago acabó agradablemente satisfecho. En la relajada ciudad de Santa Mónica, destaca el Urth Caffe, una cafetería orgánica con cafés a la europea y ensaladas, tortillas y pasteles deliciosos: un lugar perfecto para el encuentro de dos apasionados desconocidos en cualquier película romántica de Woody Allen.

En el campus de la universidad, los alumnos no siguen horarios y llevan vidas desordenadas. Los comedores, sin embargos, son más estrictos: los fines de semana suprimen las dos primeras comidas del día, y sólo ofrecen brunch. Algunos estudiantes hacen mezclas arriesgadas que no merecen ninguna línea. Los burritos grasientos del desayuno con unas bolitas de patata frita, por ejemplo, desprenden un olor que marea mis primeras horas del día.
Los fines de semana, sin embargo, me he acostumbrado a tomar una sabrosa tortilla francesa con taquitos de jamón, después de amanecer cuando me viene en gana: ese es mi querido brunch.

miércoles, 1 de junio de 2011

¿Qué es el Tea Party?

Fueron la tendencia política triunfante en las elecciones intermedias de noviembre. Rand Paul y Marco Rubio, por ejemplo, dos de sus jóvenes estrellas, obtuvieron un asiento en el Senado por Florida y Kentucky. Su popularidad en la América rural es contundente. Los liberales los califican de extremistas, radicales, arcaicos o racistas. Es el Tea Party: un movimiento político situado en el ala más conservadora del partido republicano americano.

Desde su irrupción, muchos artículos, reportajes y programas han opinado sobre este fenómeno: ¿quiénes forman el Tea Party y cuál es la esencia del movimiento?

Una encuesta de la televisión CBS y The New York Times despeja bastante el panorama: son blancos, mayores y están enfadados.

Un 18% de los americanos se identifica como seguidores del Tea Party, y el 89% de ellos son blancos. Un escaso 1% son negros. Son generalmente personas mayores: el 75% tiene 45 años o más, y un 29% supera los 65.
El 36% de lo seguidores proviene del Sur del país (la región del río Mississipi), y tan sólo un 18% reside en el Noreste (en ciudades como Nueva York, Boston o Philadelphia). Gozan de una buena educación: el 37% tiene estudios universitarios, frente al 25% de la población americana total.

Un 66% afirma que vota siempre o generalmente al partido republicano, mientras que tan sólo un 5% apoya regularmente al partido demócrata. El 40% cree que Estados Unidos necesita un tercer partido.
Casi 3 de cada 4 se considera una persona conservadora, y un 39% se identifica como muy conservadora.
Un 61% de ellos es protestante y un 22%, católico.

El 53% está enfadado con el Gobierno de Obama, y el 19% está enfadado con la situación del país, en general. Las causas principales del enfado son: la reforma sanitaria, el alejamiento de los políticos del pueblo, el gasto público y el paro.
El 92% de los entrevistados afirma que las políticas de Obama conducen al país hacia el socialismo. Del total del pueblo americano, un 52% comparte ese pensamiento.

Algunos investigadores han querido profundizar más. Quieren entender por qué muchas personas del país apoyan algunas cuestiones que resultan increíbles: el 30% de los seguidores del Tea Party, y el 20% del pueblo americano, cree que Obama no nació en Estados Unidos, a pesar de las claras pruebas que demuestran lo contrario.

Tres profesores de psicología universitarios, Sheldon Solomon, Jeff Greenberg y Tom Pyszczynski, apuntan a la conexión entre una vieja teoría, la "Terror Management Theory", ideada por el antropólogo Ernest Becker, con las tendencias más conservadoras.
Según esta doctrina, todas las actividades del ser humano están encaminadas a superar su miedo feroz: la mortalidad. Según Becker, las personas somos los únicos seres vivos capaces de saber que si existimos, un día dejaremos de existir, y moriremos. Somos, por tanto, tan insignificantes como un lagarto o una patata, y ello nos agobia. Para superar este miedo, las personas, de manera inconsciente, hemos creado la "cultura". Compartimos una visión del mundo con  grupos de personas, y eso nos tranquiliza: las representaciones culturales sobrevivirán siempre, y, con ellas, nosotros, los seres humanos. Si defendemos tajantemente una idea o creencia, dice Becker, tenemos el sentimiento de que viviremos para siempre: literalmente según las religiones, simbólicamente según la cultura.


Esta investigación apunta a que el discurso del Tea Party busca agitar a sus seguidores con recuerdos sutiles, encubiertos e implícitos, de su propia mortalidad. La gran premisa del Tea Party advierte de lo peor: el genuino pueblo americano camina hacia la desaparición, y, con ella llegará la de los americanos. El territorio libre, cristiano, de hombres blancos, está siendo estropeado: América ya no es América. Esto explica el éxito de los rumores que lanza el Tea Party: Obama no nació en Hawaii sino en Kenia, y fue educado en el islamismo. Su segundo nombre es Hussein. El presidente tuvo, incluso, que enseñar publicamente su partida de nacimiento para aclarar su origen.

La población más conservadora del país ha apoyado la esencia del Tea Party: no quieren morir como pueblo, para no morir como individuos.

domingo, 29 de mayo de 2011

Compromiso

Ronald acude puntualmente a sus clases de periodismo, luce pelo cortado a lo cepillo y siempre viste pantalón bermudas de color clarito. Nació, se crió y fue a la escuela en la ciudad de Sacramento, la capital de California. Habla de su ciudad con palabras cariñosas y media sonrisa. Dice que allí no hay nada que atraiga a los turistas como en San Francisco o Los Ángeles, pero que tienen a los Kings de baloncesto y los edificios públicos que dirigen el estado dorado. Tiene veinte años y cursa su tercer año en UCLA.

Ronald vive en un apartamento dos pisos más arriba que el mío, en un edificio rectangular, bajito, construido con tejas marrones de madera falsa. En los alrededores sólo hay otros edificios iguales, pinos de copa piramidal y un silencio tranquilo que recorre la carretera que sube por la colina del campus.

Recuerdo perfectamente mi primera semana en la universidad de Los Ángeles, y mi necesidad de enterarme dónde estaban las facultades o los comedores, dónde se podía comprar cerveza y cómo moverme por unas instalaciones que me parecían inaccesibles. El barrio de Westwood y el campus universitario están construidos para servir al estudiante americano, que vive en un ambiente idílico: en una bonita postal de personas y asfalto. El lunes de aquella semana, un veintipocos de septiembre, había un acto de inauguración del año académico en el estadio de fútbol americano. Yo estaba en mi habitación ordenando la lámpara nueva, las perchas y los zapatos debajo de la cama, cuando llamaron a la puerta. Era Ronald. Se presentó como uno de los encargados de nuestra residencia, el responsable del edificio E, y nos agrupó a todos los inquilinos para llevarnos al acto. Le dijé que era recién llegado, español y estudiante de periodismo. En seguida me preguntó si jugaba al soccer y me felicitó por la Copa del Mundo que ganaron los nuestros en la punta de África.

Ronald es el vice-presidente de una de las residencias de la universidad, los apartamentitos que se agrupan bajo el nombre de Saxon Suites. Acude todos los lunes, al caer la tarde, a una reunión con otros representantes de los edificios. Discuten qué hay que cambiar y dónde invertir el dinero. Sacan poco en claro y no han avanzado mucho durante al año. También es el organizador-entrenador del equipo de fútbol de la residencia en las competiciones internas, donde yo juego de extremo derecho, pegado a la línea de banda. El equipo, Saxon United, ganó la liga de fútbol sala en otoño y cayó en los cuartos de final en el torneo de fútbol siete de invierno. Ronald nos dio las gracias por el esfuerzo y nos citó para el año que viene.

Además, es colaborador en la sección de deportes del periódico de la universidad, el Daily Bruin, e hizo de guía por el campus a los grupos de padres que vinieron de visita un fin de semana de marzo. Ronald está orgulloso de ser de UCLA. A pesar de salir con una muchacha americana y acudir a fiestas en apartamentos, encuentra tiempo para participar activamente en la organización de la vida en el campus.

El otro día me lo encontré en la plaza de Rieber. Vestía sus pantalones de verano, una camiseta con el logo de la universidad en el pecho, y tenía prisa: iba o venía de alguna reunión, tenía asuntos que resolver y pensaba en qué hacer por su universidad querida.

lunes, 23 de mayo de 2011

En California también brilla el Sol madrileño

"Great minds discuss ideas;
average minds discuss events;
small minds discuss people" -Eleanor Roosvel
En el pintoresco paisaje de la playa de Venice, en Los Ángeles, había un elemento nuevo en la soleada mañana del sábado pasado. Un grupito de gente se reunía, pintaba carteles y coreaba canciones, entre el parque de patinadores, y la comisaría de policía del barrio. No buscaban la atracción de los turistas, ni vendían fotografías de las playas.

Eran un grupo de españoles e italianos, llegados desde diferentes lugares del sur de California. Su intención era mostrar su apoyo a la ola de protestas que recorre España desde el domingo 15 de mayo.

Había, por ejemplo, un ingeniero de telecomunicaciones que lleva cuatro años trabajando en Estados Unidos, acaba de tener un hijo, y le encantaría volver a su país. No encuentra ninguna oferta. Y un periodista de veintinueve años, que se marchó de España hace año y medio cuando estaba en las colas del paro. Ahora trabaja para una televisión americana. Y también un investigador en una universidad de prestigio de la ciudad, que denunciaba la escasa inversión en investigación científica en España.


Allí estuve también yo: un buen estudiante de último año de carrera que termina un programa de intercambio en el extranjero. Ahora intento asomar la cabeza al mundo laboral, y estoy inquieto, expectante, tengo ganas de hacerlo bien, de poder empezar. El consejo que más he recibido en estos últimos meses, sin embargo, ha sido: si puedes, buscate algo por allí, porque aquí está la cosa mu'mal. La situación es dificil, pero mis sueños siguen intactos, en lo más alto.


Lamento no haber estado en España cuando esto ha sucedido. No he podido comprobar con mis propios sentidos el ambiente de las plazas. No he podido conocer la fuente de la energía: la madrileña plaza de Sol. Ni participar activamente.

Me han narrado buenos amigos, y he leído por muchas fuentes, que la tolerancia en la protesta es verdadera. Que los jóvenes no excluyen a los mayores, ni a los que llevan camisas y zapatos. Que los de las rastas hablan con los que llevan corbatas. Ese era mi mayor miedo. Los más jóvenes y más progresistas, a veces, son víctimas de su propio discurso: piden derechos para todo el mundo, pero abuchean a su vecino del quinto, el que conduce el cochazo nuevo. Es que vota al Partido Popular. También pasa al revés: los más conservadores insultan a los que votan a los partidos socialistas. Es que ese es un rojo, un perroflauta.

Si esa tolerancia se esfuma, dejarán de contar conmigo.

La verdadera magia de este movimiento no está en su ideología sino en su idea: es una revolución de las mentes. Llevaban años diciendo que a los jóvenes nos daba igual todo, pero los jóvenes han sido los artífices. La tasa de paro y la actitud de la clase política han sido la chispa, las redes sociales de Internet han sido el medio. El resultado ha sido una revuelta pacífica extraña: ni sus mismos miembros conocen su desenlace. La idea de fondo está clara. Los ciudadanos corrientes están hartos de los gobernantes occidentales, políticos y económicos, cuya forma de aplicar el sistema lo hace insostenible. El sistema ve números en vez de personas, y eso no es política ni de izquierdas ni de derechas. Eso es inhumano.

Echarán de menos que mencione las propuestas o la falta de ellas, pero perdónenme: el despertar, el grito para un cambio, la toma de conciencia, me saca una sonrisa. Es un proceso nuevo. Los nombres empleados no encajan bien: revolución, acampada o protesta no son exactos. Es algo nuevo, un cambio, una incertidumbre.

Y ante todo cambio, las personas, las familias, los pueblos, las sociedades, tenemos miedo. Pero después, lo afrontamos y damos forma, y siempre sale algo bueno. Mientras tanto, que siga brillando el Sol.

martes, 17 de mayo de 2011

Cuando éramos reyes

El balón lanzado desde el saque de esquina por Kiko voló entre las cabezas de los jugadores de la Fundación, golpeó en el cuerpo de un defensor y quedó abandonado, plácido, en un rincón del área grande. Entonces Sergio, nuestro ministro de defensa, nuestro número tres, empujó la pelota a gol con un tacón de magia. No podía ser otro: mi mejor amigo, mi compañero de equipo desde que debutamos con el Fuentelarreyna en una fría mañana de octubre allá por 1995. Aquella vez jugamos a las ocho de la mañana, el campo era de tierra con barro y nuestros padres nos corregían desde la grada. Perdimos por once goles a cero contra el equipo de otro colegio del barrio.

El partido iba empate a uno y necesitábamos la victoria para conseguir el ascenso a la modesta Segunda Regional madrileña.
Las bandas del polideportivo La Masó, en el acomodado barrio de Mirasierra, estaban abarrotadas por nuestras madres, amigos, novias, padres, hermanos, ex-compañeros, vecinos, ex-entrenadores. Quedaban apenas treinta y cinco minutos, y necesitábamos al menos un gol más. El murmullo de nuestra gente iba acompañando las jugadas. Nunca había sentido tal sensación en mis carnes. Siempre había sido al revés: yo era el que empujaba a los futbolistas desde el graderío.

De repente, dos jugadas elaboradas por nuestro equipo fueron finalizadas por el jugador más en forma, mi amigo Armandín. El carrilero de nuestra banda derecha acabó el partido en la zona de ataque, y remató dos centros laterales con perfecta puntería. Todos sabíamos que él marcaría el gol del desempate, ese que se recordaría para siempre.

Lo habíamos conseguido, y yo aún no me lo podía creer. Llevaba imaginándome aquel momento más de catorce años. Mi sueño de la infancia se había condensado en unos minutos. Cuando el árbitro señaló el final del encuentro, ví a mis amigos de siempre correr enloquecidos hacia todos lados. Nos juntamos en el centro del campo y saltamos entrelazados. Disfrutamos aquel momento como lo que era: un paraíso de emociones.


Yo sé que todas las personas guardan, en secreto, el recuerdo de un momento y lugar mágicos de su vida, un momento al que volverían encantados. Normalmente se localizan en la infancia o juventud. Para algunos son esas vacaciones en el pueblo del abuelo donde perseguían ranas con sus primos, después de merendar pan con chocolate. Para otros es aquel colegio mayor de la capital donde fumaron sus primeros cigarrillos y conocieron a su primera novia. Para algunos es el club de tenis de al lado de casa, donde pasaban horas y horas en pantalones cortos y camisetas de algodón. Para otros es el parque del barrio al que bajaban a beber cerveza a escondidas. Son micromundos perfectos, que van y vienen, pero que siempre están ahí, en nuestro recuerdo, para inspirarnos a ser mejores.

Para mí, ese momento y ese lugar se encuentran en un campito de fútbol, hoy de hierba, en la ladera de una larga calle que conduce hasta mi colegio, donde entrené y jugué partidos con mis amigos, semana tras semana, desde que era pequeño. Es la escuela de fútbol Fuentelarreyna dirigida con cariño y maestría por nuestro presidente Jesús.

Aquel partido contra la Fundación sucedió el 17 de mayo de 2009, hace exactamente dos años. Os doy las gracias a todos los que estabáis allí aquel día, en el campo y en la banda, y a los que estuvistéis en los años anteriores, y a los que vinistéis después, y a los que hoy defendéis nuestra camiseta. Habéis creado mi micromundo perfecto. Siempre Fuente.

lunes, 9 de mayo de 2011

La personalidad americana

Cuando se cruzan con un visitante europeo, algunos americanos son muy americanos, en el buen sentido de la palabra. Con esto quiero decir que son amables a raudales, campechanos como un aldeano, entregados a la acogida de los viajantes. Los americanos saben que, salvo los indios nativos, todos fueron recién llegados en su día. Es la personalidad americana.

Si por alguna razón, usted llega a ser el invitado de un americano, amigo suyo, amigo de su amigo, conocido de su tío, tenga claro que no le faltará de nada. El americano le guiará por la cultura, explicándole lo que va sucediendo, le llevará a visitar lugares, y no suavizará su entusiasmo inicial. Su cantidad de energía es ilimitada.

Recuerdo cuando fui a ver un partido de fútbol americano de los Bruin en el estadio Rose Bowl allá por el mes de noviembre. Iba con una amiga francesa que había conseguido entradas a través de un chico de Taiwan que, a su vez, había sido invitado por un americano. Todos los invitados (cuatro asiáticos, la francesa y yo) fuimos acogidos por este americano. Durante el trayecto en autobús a Pasadena, nos preguntó nuestros conocimientos sobre aquel deporte raro, y respondimos con tímidas muecas de verguenza: apenas sabíamos algo más que el nombre. Nuestro anfitrión nos explicó las jugadas, las normas, las posiciones, las estrategias, y atendió nuestras tontas preguntas, sin vacilar con marcharse. Todo ello con una explicación imaginativa, llena de energía. ¡Imagínense! ¡Un europeo nos hubiese mandado al carajo a la media hora!

Al llegar a los alrededores del estadio fuimos a una barbacoa con el grupo de amigos de nuestro americano. Fuimos presentados como los invitados, y nos llovieron ofrecimientos de cervezas, a los que respondí agradecido, thank you, nice to meet you, ¿una cerveza más?, please, ¡claro, pongáme dos! Después me autoserví una hamburguesa, y seguí atendiendo las explicaciones.
Durante el juego, el americano nos explicó qué cánticos estábamos coreando y por qué, con infinita paciencia, de manera entuasiasta, sin mostrar cansancio alguna por nuestra cargante compañía. Al final, los visitantes correspondimos la amabilidad saltando de alegría con la victoria de los Bruin en el último segundo.

Aprecié lo mismo hace dos veranos cuando, por el centro financiero de la ciudad de Boston, buscaba con dos buenos amigos el parque Boston Common. Estábamos parados en una esquina de la ciudad, analizando el mapa, cuando un buen hombre nos preguntó nuestro propósito y nos dijo que le siguiéramos, que nos llevaría hasta las cercanías de aquel entretenido jardín.

Esta forma de ser también se manifiesta en algunos americanos en una energía arrolladora. Conozco a varios chicos de la universidad que saludan con una efusividad sorprendente, sacudiendo tu mano con tal fuerza, que pueden dejar a uno temblando. Son gentes que también gustan de hablar en público. Levantan la mano en clase sin prudencia y disfrutan de los minutos de oratoria. He cursado varias asignaturas sobre discursos, y los americanos son especialistas. Dominan el escenario, el protagonismo. Se les enseña desde las aulas.

También queda patente en los comercios de cualquier barrio. En todos los establecimientos hay un trabajador en la entrada que le saluda al llegar, le pregunta cómo está y le desea que tenga un buen día cuando usted se marcha. Los comerciantes son eternamente amables, muy pacientes y cuidan al cliente.

Aunque todo esto no son más que generalidades y también puede usted encontrar casos que demuestren lo contrario: como la regente de una compañía de alquiler de coches de mi barrio, que tiene muy malas pulgas, y medio responde antipática cualquier duda. La personalidad americana también tiene excepciones.