Ronald acude puntualmente a sus clases de periodismo, luce pelo cortado a lo cepillo y siempre viste pantalón bermudas de color clarito. Nació, se crió y fue a la escuela en la ciudad de Sacramento, la capital de California. Habla de su ciudad con palabras cariñosas y media sonrisa. Dice que allí no hay nada que atraiga a los turistas como en San Francisco o Los Ángeles, pero que tienen a los Kings de baloncesto y los edificios públicos que dirigen el estado dorado. Tiene veinte años y cursa su tercer año en UCLA.
Ronald vive en un apartamento dos pisos más arriba que el mío, en un edificio rectangular, bajito, construido con tejas marrones de madera falsa. En los alrededores sólo hay otros edificios iguales, pinos de copa piramidal y un silencio tranquilo que recorre la carretera que sube por la colina del campus.
Recuerdo perfectamente mi primera semana en la universidad de Los Ángeles, y mi necesidad de enterarme dónde estaban las facultades o los comedores, dónde se podía comprar cerveza y cómo moverme por unas instalaciones que me parecían inaccesibles. El barrio de Westwood y el campus universitario están construidos para servir al estudiante americano, que vive en un ambiente idílico: en una bonita postal de personas y asfalto. El lunes de aquella semana, un veintipocos de septiembre, había un acto de inauguración del año académico en el estadio de fútbol americano. Yo estaba en mi habitación ordenando la lámpara nueva, las perchas y los zapatos debajo de la cama, cuando llamaron a la puerta. Era Ronald. Se presentó como uno de los encargados de nuestra residencia, el responsable del edificio E, y nos agrupó a todos los inquilinos para llevarnos al acto. Le dijé que era recién llegado, español y estudiante de periodismo. En seguida me preguntó si jugaba al soccer y me felicitó por la Copa del Mundo que ganaron los nuestros en la punta de África.
Ronald es el vice-presidente de una de las residencias de la universidad, los apartamentitos que se agrupan bajo el nombre de Saxon Suites. Acude todos los lunes, al caer la tarde, a una reunión con otros representantes de los edificios. Discuten qué hay que cambiar y dónde invertir el dinero. Sacan poco en claro y no han avanzado mucho durante al año. También es el organizador-entrenador del equipo de fútbol de la residencia en las competiciones internas, donde yo juego de extremo derecho, pegado a la línea de banda. El equipo, Saxon United, ganó la liga de fútbol sala en otoño y cayó en los cuartos de final en el torneo de fútbol siete de invierno. Ronald nos dio las gracias por el esfuerzo y nos citó para el año que viene.
Además, es colaborador en la sección de deportes del periódico de la universidad, el Daily Bruin, e hizo de guía por el campus a los grupos de padres que vinieron de visita un fin de semana de marzo. Ronald está orgulloso de ser de UCLA. A pesar de salir con una muchacha americana y acudir a fiestas en apartamentos, encuentra tiempo para participar activamente en la organización de la vida en el campus.
El otro día me lo encontré en la plaza de Rieber. Vestía sus pantalones de verano, una camiseta con el logo de la universidad en el pecho, y tenía prisa: iba o venía de alguna reunión, tenía asuntos que resolver y pensaba en qué hacer por su universidad querida.
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