La vida de Osama Bin Laden cambió en el año 1979, cuando decidió acudir a las montañas de Afghanistán para luchar contra la invansión soviética. Hasta aquella guerra, era un árabe universitario descendiente de una familia rica saudí, educado en las estrictas creencias Wahhabis; después de aquella guerra, se convirtió en un lider para los creyentes de la jihad violenta.
Su mitificada historia era atractiva para las almas radicales: el joven rico que se convirtió en guerrero.Su fama y riqueza le permitieron crear la organización Al Qaeda (la base). En un principio, nació como un mero registro de muyahidin, el ejército, financiado por saudíes y americanos, que combatió en Afghanistán contra la Unión Soviética. Con el fin de aquella guerra, Bin Laden convirtió a America en su gran objetivo: "Descubrí que no era suficiente con luchar en Afghanistán, pero que teníamos que luchar en todos los frentes contra el Comunismo y la opresión occidental. Lo urgente era el Comunismo, pero el siguiente objetivo era America", declaró en 1995 a un periodista francés, según redacta The New York Times. Al Qaeda se constituyó así como una red internacional y descentralizada de terroristas.
El 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda secuestró cuatro aviones americanos comerciales y los estrelló contra las Torres Gemelas en Nueva York, el Pentágono en Washington y un campo de Pensilvania. Murieron cerca de tres mil personas. La imagen de la caída de los dos rascacielos de Manhattan se grabó en nuestra memoria: las sociedades occidentales podían ser atacadas, los peligros eran mundiales, nuestra seguridad era vulnerable. Comenzó una nueva era occidental: nuestro mundo ya no era seguro.
Osama Bin Laden, el creador del grupo terrorista, fue el arquitecto de la matanza. El mundo personalizó aquella amenaza incierta. Su cara se convirtió en el rostro del terrorismo internacional. Su persona se convirtió en el símbolo del terror global.
El pasado domingo, cuando los americanos mataron a Bin Laden en su refugio pakistaní, miles de ciudadanos lo celebraron en las calles. Este hecho, y la legitimidad de la acción, ha sido apoyado por algunos, y cuestionado por otros.
El editorial del miércoles 4 de mayo del "New York Daily News" lo tiene claro y asume una tesis concreta: no hay nada inmoral en celebrar una victoria en una guerra y Osama Bin Laden era un enemigo de guerra. El profesor holandés de Derecho Internacional, Geert-Jan Knoops, encuentra interesante la cuestión, y opina lo contrario: la coherencia con el Derecho Internacional hubiera sido arrestar a Bin Laden y juzgarle en Estados Unidos.
Richard Bulliet, profesor en la Universidad de Columbia, ha concluído en el "New York Times" que Osama es un icono irreplazable para los jihadistas, y que eso perjudica al terrorismo. El que fuera alcalde de la ciudad de Nueva York en 2001, Rudi Guliani, comentó que Bin Laden era "más un símbolo que otra cosa", y que "también es importante que caigan los símbolos".
Una de las reacciones más comentadas ha sido la euforia desatada en muchas universidades del país, en Pensilvania, Washington, Tenneesse o California. Estos jóvenes estudiantes tenían apenas diez años cuando los ataques del 11 de septiembre. Precisamente por eso, comentan algunos expertos y los propios estudiantes, su mundo siempre ha estado amenazado por la sombra de Osama Bin Laden. Como afirma una noticia de CNN, la muerte de Bin Laden supone la muerte del coco para esta generación. Uno de mis contactos americanos en Facebook publicó el domingo por la noche: "Se acabó el juego del escondite más largo del mundo. Le tenemos. Vamos América".
La memoria infantil de estos niños se formó a la vez que el ideario colectivo adulto del siglo veintiuno. Osama Bin Laden era el "monstruo de debajo de la cama". Osama Bin Laden era el símbolo del terrorismo global, el icono de la inseguridad post-moderna.
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