martes, 17 de mayo de 2011

Cuando éramos reyes

El balón lanzado desde el saque de esquina por Kiko voló entre las cabezas de los jugadores de la Fundación, golpeó en el cuerpo de un defensor y quedó abandonado, plácido, en un rincón del área grande. Entonces Sergio, nuestro ministro de defensa, nuestro número tres, empujó la pelota a gol con un tacón de magia. No podía ser otro: mi mejor amigo, mi compañero de equipo desde que debutamos con el Fuentelarreyna en una fría mañana de octubre allá por 1995. Aquella vez jugamos a las ocho de la mañana, el campo era de tierra con barro y nuestros padres nos corregían desde la grada. Perdimos por once goles a cero contra el equipo de otro colegio del barrio.

El partido iba empate a uno y necesitábamos la victoria para conseguir el ascenso a la modesta Segunda Regional madrileña.
Las bandas del polideportivo La Masó, en el acomodado barrio de Mirasierra, estaban abarrotadas por nuestras madres, amigos, novias, padres, hermanos, ex-compañeros, vecinos, ex-entrenadores. Quedaban apenas treinta y cinco minutos, y necesitábamos al menos un gol más. El murmullo de nuestra gente iba acompañando las jugadas. Nunca había sentido tal sensación en mis carnes. Siempre había sido al revés: yo era el que empujaba a los futbolistas desde el graderío.

De repente, dos jugadas elaboradas por nuestro equipo fueron finalizadas por el jugador más en forma, mi amigo Armandín. El carrilero de nuestra banda derecha acabó el partido en la zona de ataque, y remató dos centros laterales con perfecta puntería. Todos sabíamos que él marcaría el gol del desempate, ese que se recordaría para siempre.

Lo habíamos conseguido, y yo aún no me lo podía creer. Llevaba imaginándome aquel momento más de catorce años. Mi sueño de la infancia se había condensado en unos minutos. Cuando el árbitro señaló el final del encuentro, ví a mis amigos de siempre correr enloquecidos hacia todos lados. Nos juntamos en el centro del campo y saltamos entrelazados. Disfrutamos aquel momento como lo que era: un paraíso de emociones.


Yo sé que todas las personas guardan, en secreto, el recuerdo de un momento y lugar mágicos de su vida, un momento al que volverían encantados. Normalmente se localizan en la infancia o juventud. Para algunos son esas vacaciones en el pueblo del abuelo donde perseguían ranas con sus primos, después de merendar pan con chocolate. Para otros es aquel colegio mayor de la capital donde fumaron sus primeros cigarrillos y conocieron a su primera novia. Para algunos es el club de tenis de al lado de casa, donde pasaban horas y horas en pantalones cortos y camisetas de algodón. Para otros es el parque del barrio al que bajaban a beber cerveza a escondidas. Son micromundos perfectos, que van y vienen, pero que siempre están ahí, en nuestro recuerdo, para inspirarnos a ser mejores.

Para mí, ese momento y ese lugar se encuentran en un campito de fútbol, hoy de hierba, en la ladera de una larga calle que conduce hasta mi colegio, donde entrené y jugué partidos con mis amigos, semana tras semana, desde que era pequeño. Es la escuela de fútbol Fuentelarreyna dirigida con cariño y maestría por nuestro presidente Jesús.

Aquel partido contra la Fundación sucedió el 17 de mayo de 2009, hace exactamente dos años. Os doy las gracias a todos los que estabáis allí aquel día, en el campo y en la banda, y a los que estuvistéis en los años anteriores, y a los que vinistéis después, y a los que hoy defendéis nuestra camiseta. Habéis creado mi micromundo perfecto. Siempre Fuente.

3 comentarios:

  1. Ays, los micromundos... Verdaderos universos ¿eh? Qué gozada :) y ¡qué bien traído, Luisete!

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  2. Se me ha quedado pegada una sonrisa empática cojonuda (tenía que comentarlo). Muy buena entrada.

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  3. buff, se me ha puesto la piel de gallina...cómo te echo de menos!!

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