jueves, 28 de octubre de 2010

Los comensales tranquilos

El campus de la universidad UCLA incluye diversas residencias, de varias categorías y con muchísimas habitaciones, y variados comedores y restaurantes, algunos con comida rápida sólamente para llevar. Yo acostumbro a ir a uno de los grandes comedores, de nombre Covel, donde hay gran variedad de alimentos. En él uno puede comer realmente sano si se lo propone, y está todo bastante bueno. La oferta incluye ensaladas al gusto, pasta italiana variable, algunas raras sopas, pizzas americanas, hamburguesas y perritos calientes con patatas fritas, carne europea y filetes de pollo, arroces normales y con especias, y otras cosas que seguramente olvido, además de frutas, helados, cafés y pasteles y tartas sabrosas.

Resulta bastante curioso el modo en que los americanos conciben las actividades de comer y cenar: parece que tratan de quitarselas de encima cuanto antes, como si fuera un tiempo muerto del día o tuvieran ocho o nueve cosas mejor que hacer en ese momento, menospreciando su necesidad y disfrute. Yo nunca he tenido un gran paladar, lo reconozco, pero sí aprecio una comida tranquila y una larga sobremesa. Esta sensación se reconoce mejor fuera de los comedores universitarios, si uno se adentra en los restaurantes o puestos de comidas del barrio. En estos locales muchos comensales tienen sus ordenadores portátiles en la mesa y mandan importantes correos electrónicos, a la vez que echan ketchup sobre sus hamburguesas; otros terminan las páginas del último libro de Paul Auster, intercalando bocados de una pizza con pepperoni y extra de queso. Intuyo que esta es una de las razones por las que abundan y triunfan los puestos de comida rápida, unos lugares donde venden hamburguesas dobles, sanwiches rellenos de todo un poco, pizzas enormes, quesadillas mexicanas, todo ello metido en bolsas de papel o cajas de poliestireno.

Pero esta no es la razón que me ha movido a escribir sobre mis comidas y cenas. La razón son mis acompañantes habituales, gentes de todas partes del mundo, que conforman una mezcla de culturas interesante.

Prácticamente siempre comparto mesa con Alex C., mi compañero de habitación; Alex K., que vive en la otra habitación de nuestro apartamento; y José, un chico que hace vida en otro apartamento del mismo edificio. El primero nació en Fremont, una ciudad del norte de California, y sus padres nacieron y emigraron de Taiwan. El segundo nació en una ciudad a cuarenta y cinco minutos de Los Ángeles, y es descendiente en segunda generación de escoceses. Y el tercero nació y vivió en la India hasta los dieciocho años, cuando víno a California a estudiar, con los estudios pagados por una beca. En ocasiones, también me cruzo por el comedor y saludo a Hiroshi, un chico japonés que está un año de intercambio. Otras veces aparece Elisa, una chica nacida en Alemania, de madre vasca y padre alemán, que ha vivido y estudiado toda su vida en Londres. Marco, Matteo y Steffano, procedentes del norte de Italia, también suelen comer en estas mesas.

-Tengo un examen parcial mañana, estamos planeando un viaje para dentro de poco, no sé qué disfraz comprarme todavía, quiero dar un paseo por Hollywood una noche cualquiera, a ver si echamos un partido de fútbol de una vez.
Estas son algunas de las frases que se oyen mientras comemos. Nosotros no tenemos mucha prisa: solemos aprovechar la comida para hablar tranquilamente sobre cómo marchan las cosas.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Pasión por Halloween

En una época de discusiones entre los americanos, unos a favor de los demócratas, otros de los republicanos, unos apostando por los Miami Heat de Lebron James, otros confiando en Los Angeles Lakers, se acerca una celebración que consigue el consenso de toda la nación: todo el mundo está deseando que llegue la fiesta de Halloween del 31 de octubre.

Para entender en qué consiste esta fiesta tenemos que remontarnos tiempo atrás. En otra época, en otro lugar. El origen lo encontramos en los pueblos celtas que poblaron las tierras de Reino Unido, Irlanda y el norte de Francia hace cerca de dos mil años. Estos pueblos celebraban la llegada del nuevo año el día uno de noviembre, cuando terminaba el verano y la época de cosecha, y empezaban los días fríos y oscuros. Los celtas creían que, en la noche previa al uno de noviembre, la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se difuminaba, dejando a los espíritus, buenos y malos, merodear libremente. Esa noche los celtas hacían hogueras, sacraficaban animales para sus dioses y se vestían con pieles y cabezas de animales. La conquista de estas tierras por los romanos introdujo otras costumbres que se fueron añadiendo. Durante mucho tiempo, esta celebración se mantuvo en las tierras celtas de Europa. Tiempo después, los cristianos empezaron a celebrar el día uno de noviembre la festividad de Todos los Santos, recordando a los familiares difuntos, y aportaron un matiz religioso.  

Fueron los inmigrantes irlandeses quienes llevaron estas costumbres a las tierras de Estados Unidos. El momento culminante se produjo en 1846, con la llamada "hambruna irlandesa", cuando millones de irlandeses huyeron a América. La gente, en aquellos días, se vestía con disfraces y visitaba las casas vecinas, pidiendo dinero o comida. Así empezó la tradición del "truco o trato". Poco a poco, la fiesta fue juntando prácticas de todas sus raíces históricas, y los americanos fueron ganando entusiasmo. Durante el siglo diecinueve y principios del veinte, un movimiento recorrió Estados Unidos con la intención de retocar el espíritu de las fiestas: se quería implicar a toda la comunidad, eliminando los símbolos de miedo y superstición. Así, los niños y adolescentes se fueron incorporando a las celebraciones, y se popularizaron las fiestas de disfraces, los juegos, y los grandes desfiles. Durante los años setenta y ochenta, la publicidad y las películas de Hollywood se encargaron de difundir estas costumbres por todo el mundo.

En la actualidad, los norteamericanos sienten pasión por Halloween. Solamente hace falta un paseo por un barrio normal de una ciudad cualquiera para darse cuenta de ello. Desde hace tres semanas, los locales, tiendas, cafeterías y casas del barrio de Westwood de Los Ángeles están decorados con grandes calabazas, fantasmas y telas de araña. Los universitarios llevan mucho tiempo pensando si se disfrazarán de Drácula o de Freddic Krueger, mientras las chicas dudan entre la versión sexy de Avatar o la versión erótica de Catwoman. El profesor de una de las asignaturas que curso nos ha traído chocolatinas en una bolsa con forma de calabaza, y todos los apartamentos preparan fiestas para las noches de este fin de semana.

Para participar en todo ello, los americanos gastan cada año cerca de siete billones de dólares en estas fiestas. El periódico "Usa Today" recoge, en cambio, que la situación económica está afectando al gasto medio este año. Cada persona se dejará de media "sólamente" sesenta y seis dólares con veintiocho centavos.

domingo, 24 de octubre de 2010

Lectores de novela policiaca

Michael Connelly, uno de los mejores escritores de novela policiaca de Estados Unidos, nació en Florida, donde se graduó como periodista. Años después, mientras trabajaba como redactor, escribió un reportaje para una revista sobre los supervivientes de un accidente aéreo y fue nominado al premio Pulitzer. Aquello le cambió la vida: fue contratado por el periódico "Los Angeles Times" como reportero de crímenes y se marchó a vivir a la ciudad donde había vivido y escrito novelas su gran ídolo, Raymond Chandler,: Los Angeles. 


Allí trabajo como periodista y comenzó a escribir novelas policiacas, protagonizadas por el detective privado Harry Bosch. El éxito le permitio abandonar la profesión en los periódicos y dedicarse por completo a la literatura. Todas sus últimas novelas están situadas en la ciudad de Los Ángeles y basadas en las aventuras y casos del abogado defensor Mickey Haller. Una ciudad tan grande, con gentes tan diversas, social y culturalmente, es un lugar ideal para inventar historias de misterio y pistolas.

Las novelas policiacas son un género muy especial. Suelen basarse en un esquema tipo: la razón crea un caso criminal, basado en temores y misterios que averiguar, y la propia razón de unos hombrecillos peculiares, ya sean abogados o detectives, bebedores de whisky y fumadores de cigarrillos, divorciados, y con una moral en entredicho, tiene que resolver la situación. Los grandes clásicos del género son escritores reconocidos: Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle o Raymond Chandler.

La semana pasada el escritor Michael Connelly presentó su última novela, "The Reversal", en una pequeña librería del barrio de Westwood, donde dio una charla breve, contestó preguntas y firmó libros. La libreria estaba ambientada con la temática, y el tiempo era nublado y lluvioso aquella tarde. La inmensa mayoría de los oyentes rondaba los sesenta años. Muchos llevaban boinas y jerseys de lana, otros tenían patillas grises y perillas refinadas, y casi todos tenían la mirada pérdida. Hay que ser un tipo inquieto por entender el mundo para leer novelas policiacas. A mi me introdujeron en este mundo dos grandes amigos de la universidad, Jacobo y Tomás, buenos consversadores y mejores personas, con los que he compartido cervezas, cafés con leche, sandwiches mixtos y muchas horas de vida en común. Yo estuve en aquella librería alternativa escuchando a Michael Connelly. Pero quienes merecían estar allí eran ellos.

jueves, 21 de octubre de 2010

Mañanas de fútbol

Hacía tiempo que algo me tenía preocupado. Era algo que venía temiendo desde que llegué a América. No tenía nada que ver con la adaptación, las clases o las comidas. Era algo mucho más grave. Tenía miedo de no poder seguir con regularidad los partidos de fútbol de la Liga española y la Copa de Europa. La poca afición que existe en estas tierras, las dificultades horarias y el desconocimiento de un lugar de reunión donde ver los partidos, me habían obligado a seguir por Internet el desarrollo de estas competiciones durante un mes. O sea, me habían obligado a no enterarme de lo fundamental: las sensaciones de los equipos, los jugadores revelación, los golazos de la jornada.

Pero todo se ha solucionado esta semana. Hace poco me puse en contacto con Alberto, un amigo de unos hermanos increíbles, Miguel y Vicente Silvestre, amigos míos desde siempre. Alberto es un madridista de los buenos, y no se pierde un partido. Así que me puse en sus manos para solucionar mi problema. El fin de semana pasado fuimos a casa de Antonio, un malagueño amigo suyo, en Hermosa Beach. Allí me recibieron encantados, y disfrutamos de una buena jornada de Liga. Vimos los partidos Barcelona-Valencia y Málaga-Real Madrid, mientras tomamos un rico aperitivo y comentamos los regates de Ozil, la fuerza sobrehumana de Carles Puyol o el estado de forma de Xabi Alonso. Una de las peculiaridades de nuestra reunión fue que se desarrolló desde las 11 de la mañana hasta las 3 del mediodía, lo que en España se realiza de 8 de la tarde a 12 de la noche. Esto provoca algunos cambios: hay que madrugar el sábado, se come en lugar de cenar y no puedes irte a dormir inmediatamente si tu equipo ha sido humillado. Pero la sensación de placer fue la misma: vimos fútbol entre amigos, y sentimos, por fin, la emoción de la Liga.

El martes por la mañana quedamos para ver el partido de Copa de Europa entre Real Madrid y Milan. Esta vez fuimos a un bar en el barrio de Westwood, que tenía una pantalla gigante, rodeada de otras más pequeñas, y una barra americana en la planta de arriba, justo enfocada hacia las televisiones. Estuvimos Alberto, Antonio, un chico italiano, y nos acompañó Pablo durante la primera parte. Allí pedimos coca-colas, cervezas, hamburguesas y sandwiches, y nos emocionamos con el partido. El Real Madrid jugó muy bien, creó ocasiones, marcó dos goles y falló unos cuantos, y demostró que vuelve a ser un candidato a ganar títulos. Yo disfruté con jugadas ordinarias como hacía tiempo que no hacía. Sentí el ambiente del Bernabéu, canté los goles y recuperé la fe en mi equipo. Después, con una sonrisa, me marché a la habitación, cogí mi mochila y fui a clase. Es lo que tiene el fútbol por las mañanas.

domingo, 17 de octubre de 2010

Bill Clinton y palabras de otra época

"I have lived my life, and it was great. I just want you to have the chance I had. " 
("Yo ya he vivido mi vida, y ha sido fantástica. Sólo quiero que vosotros también tengáis la oportunidad que yo tuve").

Con esta frase, Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos entre 1993-2001, para quien el atardecer en el mirador de San Nicolás en Granada es el más bonito del mundo, terminó su discurso.

Fue el viernes 15 de octubre, una nublada noche de otoño, entre los árboles de un parque de la universidad de Los Ángeles, a dos semanas de las elecciones intermedias de congresistas y senadores. Estaba ya anocheciendo, pero las farolas y focos mantenían una luz amarilla y espesa, mientras los universitarios vibraban con las palabras emocionantes de los miembros del Partido Demócrata. Un rato antes, varios músicos habían entretenido la larga espera con canciones de los Rolling Stone, Bruce Springsteen y otros. Incluso un grupo de cantantes a capela había entonado el himno nacional, momento en que muchos se giraron orgullosos hacia la bandera americana que, junto con la californiana del oso, presidía el acto.

Este evento se enmarca dentro de la campaña electoral que recorre el país, de estado a estado, durante estas semanas de octubre. El Partido Demócrata actualmente tiene la presidencia del gobierno y controla el Congreso y el Senado. Pero el pasado y el presente indican que por poco tiempo: el pasado, porque sólamente dos veces en la historia de Estados Unidos el partido del presidente ha ganado las elecciones intermedias; y el presente, porque las encuestas señalan que los demócratas perezosos no van a acudir a las urnas y los republicanos van a acudir en masa, todos ellos decepcionados por la labor de Obama.

Con la intención de despertar a un sector de sus votantes, el Partido Demócrata de California organizó un "meeting" político en la universidad, donde estudian, viven y sueñan muchos de sus fieles seguidores. Acudieron el candidato a gobernador, Jerry Brown; el candidato a vice-gobernador, Gavin Newsom; y el ex-presidente Bill Clinton. Los dos primeros expusieron sus propuestas para el estado de California. Sus discursos fueron cortos y brillantes, y la audiencia gritó y coreó sus nombres. El presidente Bill Clinton fue el encargado de cerrar el acto. Su voz sonaba envejecida: parecía la de un actor de película de sobremesa. Su discurso fue largo y espectacular. Apoyó a sus compañeros, y comentó medidas concretas de sus políticas. Pero sus mejores palabras fueron las que buscaban encender la emoción de los oyentes. Clinton invitó a no volver al pasado, a seguir construyendo el futuro, a creer en los jóvenes y en la tierra de California, a cuidar las tierras de la naturaleza. Los norteamericanos universitarios creyeron a su líder, le miraron embobados, aplaudieron su discurso.

La retórica de los oradores había sido apasionada y directa. Aludieron a sentimientos y encontraron su objetivo: los oyentes devolvieron la pasión entusiasmados. Entre todos ellos, Ayketin, un turco hincha del Galatasaray; Pablo, un bilbaíno con el que comparto cervezas y buenos momentos; y yo, vuestro servidor, atendíamos envueltos por la atmósfera del momento. Pablo y yo nos mirabamos, sintiéndonos en otra época, en la década de los setenta, clamando por los derechos civiles de todo el mundo.

Los políticos norteamericanos suelen presumir de que la sociedad civil norteamericana es mucho más vibrante que la europea. Quizás tengan razón. Al menos en estos años. Dudo mucho que alguna vez vaya a un "meeting" político en mi país. En éste, sin embargo, estuve encantado.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Frente a frente con Bruce Willis

Grandes estrellas de cine y del rock and roll. Glamour. Caras guapas y conocidas globalmente. Famosos en la cumbre o declive de sus carreras. Derroche de dinero y vicio. Todo eso es lo que uno espera ver cuando viaja a Los Ángeles, o lo que se imagina que va a encontrar. Al menos eso es lo que todos asociamos con esta ciudad y, más concretamente, con el barrio de Hollywood. La realidad es que esta zona de la ciudad tiende a desilusionar al visitante y que todo se reduce a las calles Hollywood Boulevard y Sunset Boulevard, en cuya esquina se encuentran el Teatro Chino y el Paseo de la Fama.

Yo aún no he recorrido estos rincones lo suficiente para formarme una opinión sobre el lugar. Pero el lunes pude comprobar que sí es posible ver a esos actores y estrellas del mundo del cine y la televisión.

Ya habían pasado las tres de la tarde y yo descansaba en mi habitación, después de comer con mi amigo Alex algo de pasta y filetes. Julia me avisó entonces de que esa tarde era el estreno en el Teatro Chino de la película "RED (Retired Extremely Dangerous)". Sus protagonistas son Bruce Willis, Morgan Freeman, John Malkovich y Helen Mirren. Habíamos quedado en poco tiempo en la estación de autobuses de Ackerman. Cogí la cartera, mi cámara de fotos y bajé caminando a prisa. Allí nos encontramos Julia e Iván, dos grandes amigos con los que comparto aventuras en Los Ángeles, y Stefano y Mateo, dos chicos italianos que también estudian aquí.

Tiempo después llegamos al famoso barrio de Hollywood. Doblamos una esquina y empezaron a aparecer las estrellas grabadas en el suelo. Bob Marley. Miles Davis. Johnny Depp. Chuck Norris. John Fogerty. Entonces llegamos al punto donde la gente empezaba a amontonarse: la acera de enfrente al Teatro Chino, donde una alfombra roja cubría la entrada. La gente llevaba posters de la película, papeles para autógrafos y fotos gigantes con las caras de los protagonistas. Poco a poco, fueron llegando coches de lujo y algunos actores iban posando en la alfombra roja. El primero al que reconocimos fue a John Malkovich, que saludó timidamente a los que esperabamos pacientemente. Poco después, un hombre negro, elegante y esbelto, bajó de uno de los todoterrenos. Reconocí rápidamente su cabeza con pelo afro. Era Morgan Freeman. La gente gritó su nombre sin parar. Pero él siguió adelante por la alfombra, posó para los fotógrafos y entró en el teatro. Mientras tanto, más mujeres guapas y hombres con esmoquin andaban y eran fotografiados por los periodistas. Uno de ellos era Silvester Stallone, que venía a apoyar a su amigo Bruce Willis. Yo tiraba fotografías entre las cabezas de la gente, aunque no reconocía a ninguno de mis objetivos, casi todos ellos de espaldas a nosotros.

Y el mejor momento llegó con el último de los actores en aparecer. Bruce Willis bajó del coche y miró hacia donde estábamos todos los espectadores. Fue al paso de cebra y cruzó la calle rodeado de guardaespaldas (uno de ellos era enormemente gigante). Entonces recorrió la calle, en paralelo a todos nosotros, haciendo paradas cada tres metros para dejarse fotografiar, con una sonrisa gigante, traje negro perfecto y camisa blanca. La gente, de muchas nacionalidades, enloqueció, gritó su nombre, corrió por la calle para poder verle de cerca. Y en ese momento entendí que Hollywood es mucho más que tres calles, dos teatros y muchas estrellas. Hollywood es un concepto, una idea. Es un lugar donde se fabrica la cultura popular del mundo, donde se fabrican películas, imágenes y personajes que dan la vuelta al cielo y vuelven a Los Ángeles. Y que todos somos capaces de reconocer cuando caminamos por estas calles. Eso es Hollywood.

domingo, 10 de octubre de 2010

Elecciones legislativas del 2 de noviembre

Seguramente fue en una de mis primeras clases en la facultad de Derecho cuando me explicaron el principio de separación de poderes. Esta teoría establece la necesidad de que las funciones del Estado se distribuyan en tres cuerpos públicos diferentes, conformando así el poder ejecutivo, que gobierna; el poder judicial, que juzga y hace ejecutar lo juzgado; y el poder legislativo, que elabora las leyes. Aunque no siempre se ha logrado, el objetivo final es evitar que haya un poder absoluto que acabe por olvidarse del pueblo, de los ciudadanos corrientes que no siempre visten traje y corbata.

En la actualidad, todos los países democráticos han asumido este principio. Existen diferencias, sin embargo, a la hora de elegir a sus componentes.

El sistema parlamentario opta por unas elecciones conjuntas para el poder legislativo y el ejecutivo. Así se hace en España. En las elecciones generales nosotros votamos unas listas de los partidos políticos. Las cámaras legislativas, el Congreso y el Senado, se llenan de tipos con traje y maletín, en número proporcional a los votos, y el partido más votado se hace con la presidencia del gobierno. Lo hacemos todo de golpe. El sistema presidencialista establece dos elecciones diferentes: unas en las que se elige al presidente del gobierno, y otras en las que se eligen los miembros de las cámaras legislativas y otros cargos públicos. Así se hace en Estados Unidos. Las elecciones legislativas tienen lugar dos años después de las presidenciales, y se celebran el próximo 2 de noviembre. En estas elecciones los norteamericanos elegirán a todos los 435 miembros del Congreso, y a la mitad del Senado, votando a un miembro por cada estado.

La importancia de estas elecciones es enorme. Este sistema de elecciones permite que, según la voluntad de los votantes, el presidente del gobierno sea de un partido político y el Congreso y/o Senado sean dominados por el partido de la oposición. Imagínense el panorama: el Partido Popular controlando el Congreso de los Diputados con un presidente socialista como Zapatero. O el gobierno de Aznar con unas cámaras del Partido Socialista. Resulta dificil creer que alguna vez pudieran ponerse de acuerdo en algo más que la hora del café de media mañana.

Eso mismo puede pasar en Estados Unidos. Los demócratas son mayoría en las dos cámaras, y Barack Obama ganó hace dos años las elecciones presidenciales. Pero su popularidad ha ido cayendo desde entonces, y las encuestas pre-electorales anuncian una victoria del partido republicano. El periódico "Usa Today" ha publicado esta semana la encuesta del Gallup, un organismo realmente fiable que se encarga de medir la opinión de los norteamericanos en cualquier tema. Según esta fuente, los votantes se inclinan por el partido republicano en un 56-53%, y por el partido demócrata en un 40-38%. Las razones que alegan no tienen mucho que ver con las ideas del partido conservador: están hartos de Obama.

Todo indica que el partido vencedor será aquel que consiga calentar más a sus votantes para que acudan a las urnas y no se queden en casa. Mientras tanto, la edición dominical de "The New York Times" informa de una práctica que se ha convertido en moda entre los programas electorales: los candidatos de ambos partidos se dedican a criticar al contrario y culparle de vender puestos de trabajo a China, una país al que ven como un rival económico. No parece la mejor manera de animar al ciudadano a que se levante temprano la mañana del 2 de noviembre y salga a votar por sus candidatos.

martes, 5 de octubre de 2010

Todo empezó en San Diego

La ciudad más extensa del estado de California no es Los Ángeles, sino San Diego. Nuestra mente tiende a pensar lo contrario. La diferencia está en el ambiente: la ciudad de San Diego está ligada a sus playas y mares, y resulta mucho menos agobiante. En Los Ángeles todo parece caótico, inmenso y desordenado.

En la ciudad de San Diego nació el estado norteamericano de California. Todo sucedió a finales del siglo dieciocho. A estas tierras llegó el fraile franciscano y mallorquín Fray Junípero Serra, al frente de una expedición de misioneros, con la intención de construir una capilla, unas cuantas cabañas y establecer un asentamiento. El objetivo era evangelizar esta región salvaje. Así, en el año 1769 fue fundada la misión y ciudad de San Diego, la primera de la zona de la Alta California. En 1821 la ciudad pasó de manos españolas a mexicanas; y en 1848, de manos mexicanas a manos estadounidenses. El medio de adquisición fue diferente: España renunció pacificamente y Estados Unidos guerreó concienzudamente.

En los años siguientes fueron fundadas las misiones de Monterrey, Los Ángeles, San Francisco, Sacramento y otras. Nunca he sido partidario de la colonización de los hombres blancos occidentales: no creo en civilizaciones moralmente superiores e inferiores. Creo en las civilizaciones. Pero así fue como nacieron las actuales grandes ciudades de California.

La ciudad de San Diego fue el destino de nuestro primer viaje por estas tierras. Allí fuimos en un coche automático, alquilado, bastante feo. El conductor fue Iván, un malagueño responsable y bonachón. Los demás ocupantes eramos Ángela, una chica alegre y dulce de Asturias; Jackie, una chica muy simpática y tranquila de Alemania; Aysha, una jóven curiosa de Turquía; y yo, el chico pequeño con pelo rizado y mochila. Julia, nuestra amiga madrileña, se quedó estudiando en Los Ángeles pero fue una de las organizadoras del viaje, y la sentimos siempre con nosotros. El sábado por la mañana cogimos la autopista interestatal 405 y condujimos hacia el sur. Durante todo el fin de semana visitamos todos los lugares de interés turístico: el Parque Balboa, la zona antigua de Old Town, el centro financiero del Downtown, el puerto viejo y su base naval, y las playas de Pacific Beach y La Jolla.

Los mejores momentos de nuestro recorrido fueron:

-los paseos por Old Town, un lugar que evoca al Lejano Oeste de las películas, con cactus, salones de baile, casas de sherrifs y bancos antiguos, todo ello mezclado con el sabor mexicano de sus gentes y restaurantes.
- nuestra cena de hamburguesa y cerveza en un bar cercano a la concurrida calle de Gaslamp, donde los americanos salían a pubs y discotecas, en una de las cuales había un toro mecánico, donde iban subiendo borrachos y aventureros.
-la exposición de Fords Mustangs, viejos y nuevos, en el puerto antiguo de la ciudad, donde el ejército americano tiene la base naval más grande del país y donde expone al público dos enormes barcos porta-aviones.
-la comida en la playa de Pacific Beach, donde los surfistas esperaban una gran ola que no llegó en toda la mañana, y la presencia de leones marinos en una cala de las playas de La Jolla, un lugar de veraneo de gente adinerada.

El domingo a media tarde recogimos nuestros ligeros equipajes, retomamos la autopista y fuimos en dirección norte. Nuestra llegada a la ciudad fue caótica. Tardamos cerca de una hora en encontrar la compañía de alquiler de coches en la calle West Manchester Boulevard, número 1030. La calle es largísima, los números suben y bajan aleatoriamente, sin orden ni lógica, la calle cambia de nombre en diferentes puntos. Después, cogimos un taxi para los cinco desde el aeropuerto. Un hombre musulmán condujo el coche amarillo con violencia entre un tráfico agotador. Aquello nos recordó donde estábamos: habíamos dejado atrás la tranquilidad de San Diego, y estábamos en Los Ángeles.