Seguramente fue en una de mis primeras clases en la facultad de Derecho cuando me explicaron el principio de separación de poderes. Esta teoría establece la necesidad de que las funciones del Estado se distribuyan en tres cuerpos públicos diferentes, conformando así el poder ejecutivo, que gobierna; el poder judicial, que juzga y hace ejecutar lo juzgado; y el poder legislativo, que elabora las leyes. Aunque no siempre se ha logrado, el objetivo final es evitar que haya un poder absoluto que acabe por olvidarse del pueblo, de los ciudadanos corrientes que no siempre visten traje y corbata.
En la actualidad, todos los países democráticos han asumido este principio. Existen diferencias, sin embargo, a la hora de elegir a sus componentes.
El sistema parlamentario opta por unas elecciones conjuntas para el poder legislativo y el ejecutivo. Así se hace en España. En las elecciones generales nosotros votamos unas listas de los partidos políticos. Las cámaras legislativas, el Congreso y el Senado, se llenan de tipos con traje y maletín, en número proporcional a los votos, y el partido más votado se hace con la presidencia del gobierno. Lo hacemos todo de golpe. El sistema presidencialista establece dos elecciones diferentes: unas en las que se elige al presidente del gobierno, y otras en las que se eligen los miembros de las cámaras legislativas y otros cargos públicos. Así se hace en Estados Unidos. Las elecciones legislativas tienen lugar dos años después de las presidenciales, y se celebran el próximo 2 de noviembre. En estas elecciones los norteamericanos elegirán a todos los 435 miembros del Congreso, y a la mitad del Senado, votando a un miembro por cada estado.
La importancia de estas elecciones es enorme. Este sistema de elecciones permite que, según la voluntad de los votantes, el presidente del gobierno sea de un partido político y el Congreso y/o Senado sean dominados por el partido de la oposición. Imagínense el panorama: el Partido Popular controlando el Congreso de los Diputados con un presidente socialista como Zapatero. O el gobierno de Aznar con unas cámaras del Partido Socialista. Resulta dificil creer que alguna vez pudieran ponerse de acuerdo en algo más que la hora del café de media mañana.
Eso mismo puede pasar en Estados Unidos. Los demócratas son mayoría en las dos cámaras, y Barack Obama ganó hace dos años las elecciones presidenciales. Pero su popularidad ha ido cayendo desde entonces, y las encuestas pre-electorales anuncian una victoria del partido republicano. El periódico "Usa Today" ha publicado esta semana la encuesta del Gallup, un organismo realmente fiable que se encarga de medir la opinión de los norteamericanos en cualquier tema. Según esta fuente, los votantes se inclinan por el partido republicano en un 56-53%, y por el partido demócrata en un 40-38%. Las razones que alegan no tienen mucho que ver con las ideas del partido conservador: están hartos de Obama.
Todo indica que el partido vencedor será aquel que consiga calentar más a sus votantes para que acudan a las urnas y no se queden en casa. Mientras tanto, la edición dominical de "The New York Times" informa de una práctica que se ha convertido en moda entre los programas electorales: los candidatos de ambos partidos se dedican a criticar al contrario y culparle de vender puestos de trabajo a China, una país al que ven como un rival económico. No parece la mejor manera de animar al ciudadano a que se levante temprano la mañana del 2 de noviembre y salga a votar por sus candidatos.
qué haremos tú y yo en la mañana del 2 de noviembre? Votar no, desde luego...
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