Cuando todo estaba construído, se sentaron una tarde a planear las medidas de seguridad con que defenderían el edificio y, sobre todo, a sus habitantes: niños y mayores. Ninguno tenía duda de que su edificio, que habían construido con esfuerzo y paciencia, estaba en una zona residencial tranquila, fuera de peligros. Pero todos sabían también que nunca se sabe, que siempre hay personas malas por ahí fuera, dispuestas a ir hasta el edificio y ponerles en problemas.
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, las medidas de seguridad de los aeropuertos de Estados Unidos se han incrementado sin parar, y desde hace días, 70 aeropuertos de Estados Unidos han añadido métodos de control nuevos en la entrada de pasajeros.
En la zona de control, uno debe quitarse los zapatos, deshacerse de cualquier recipiente con líquido, incluso de una botella de agua contra la tos seca, y colocar todo lo que lleve en unas bandejas. La novedad está en el siguiente paso: cuando pasan por el arco detector de metales, los pasajeros son sometidos a un escáner corporal que es capaz de ver a través de la ropa, y las imágenes son revisadas en otra habitación. Si uno se niega a pasar este control, es sometido a un cacheo manual exhaustivo en una habitacíón privada, pero eso conlleva diez o quince minutos. Desde diferentes rincones del país, se animó a los ciudadanos a protestar contra estos sistemas y boicotearlos durante los vuelos de las vacaciones del "Día de Accion de Gracias". Pero solo hubo gestos que quedaron como anécdotas: como una mujer que pasó los controles en bikini o unos tipos que vistieron calzoncillos opacos.
Estados Unidos sí tiene claro cuáles quiere que sean las medidas de seguridad de su edificio.