La Universidad de California de Los Ángeles (de ahora en adelante, UCLA) tiene 38.476 alumnos. Todos ellos pueden inscribirse en cualquiera de las 950 asociaciones de alumnos que hay a su disposición.
Las hay de arte, de negocios, de deporte, de medio ambiente, de derecho, de periodismo, de activismo social, de política, de música, de liderazgo, de religiones, de cine. De todo lo que puedan imaginarse y de aquello que no se imaginan. Las más numerosas son las de religión y culturales. Algunos ejemplos son: "Afrikan Mens Collective", "Muslim Students Association at UCLA", "Bruins for Israel", "Friends of the Spartacus Youth Club", "Film & Photography Society", o "Figure Skating Club at UCLA".
Lo más incómodo de este afán asociacionista está en su manera de reclutar seguidores. Todas estas asociaciones ocupan una serie de pequeñas mesas y puestecitos a lo largo de la calle más transitada del campus de la universidad durante las mañanas laborales. Se trata del "Bruin Walk", un camino que preside una estatua del oso Bruin, la mascota de la universidad. Por este camino hay que pasar, casi sin otra opción, para acudir a las facultades, y aquí se colocan los portavoces de las asociaciones. Aquí gritan sin piedad, regalan café con magdalenas gigantes, cantan himnos, agitan pancartas, lanzan bolígrafos. Algunos lo hacen incluso disfrazados de héroes de tebeos y te chocan la mano al pasar. Otros te ruegan atención por un minuto para salvar a la nación. Todo con la intención de ganar adeptos.
Por aquí camino yo todas las mañanas, unas a las nueve, otras a las once, unas más dormido, otras menos despierto. Cuando enfilo este cruce de vidas anónimas, me hago el antipático, alzo la vista al horizonte e ignoro cualquier ofrecimiento. Acostumbro a llevar los cascos de música, con rock and roll de Pereza, The Rolling Stone o Bob Dylan, y evito mirar hacia los lados. A veces me confío, cruzamos miradas y me tienden un folleto informativo. Unas veces lo recogo, y lo suelto en la cuarta papelera de reciclaja que veo, y otras les dio las gracias, sin sacar mis manos de los bolsillos.
Esto demuestra que los universitarios americanos tienen ganas, posibilidades e intenciones de involucrarse en una vida comunitaria con sus compañeros. El lazo de unión es variable. Pero la intención es similar. Los universitarios españoles suelen acudir a clase, beber cafés entre horas, recoger apuntes y fotocopiar libros, y se marchan a casa. No quieren saber nada más de la universidad. Para hacerse una idea de la diferencia, sólo hay que atender a los números: la Universidad Carlos III de Madrid tiene 18.950 alumnos, y un número de asociaciones en torno a 40; y la Universidad Autónoma de Madrid, con un número de alumnos en torno a los 33.000, tiene cerca de 60 asociaciones.
En el camino a estas facultades, en cambio, uno puede caminar relajado, sin necesidad de esquivar a incómodos portavoces de asociaciones de estudiantes.
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