martes, 14 de junio de 2011

Un año feliz en California

"Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar".
-Antonio Machado, Poesías Completas,
J.M. Serrat, Canción a canción.

Estas historias sobre mis aventuras en la ciudad y universidad de Los Ángeles comenzaron en mi cabeza hace mucho, mucho tiempo, mucho antes de mi aterrizaje físico en aquella cálida noche de verano del 19 de septiembre. La idea de estudiar en el extranjero planeaba por mis pensamientos desde hacía años, y, de repente, me decidí y conseguí la beca de intercambio. Después de un proceso de cansados trámites, me despedí de mis amigos y familiares, llené las maletas con ropas, libros e ilusiones y volé al Oeste.

Durante el pasado fin de semana de junio, estas aventuras han llegado a su fin. He acabado las clases en UCLA, y la carrera de periodismo. Me he mudado de la residencia de estudiantes a un viejo hotelito del barrio. He dado abrazos de despedida a muchos amigos: a muchos los veré pronto, a muchos puede que nunca.

Jacky se llevó su sonrisa tranquila a Alemania hace meses. Ha conseguido merecidamente lo máximo: en agosto empieza un doctorado en la mejor universidad del mundo, Harvard, en Boston.
Ángela volvió a finales de octubre a su rinconcito asturiano en el norte de España. Allí continúa sus investigaciones científicas, en un piso nuevo, desprendiendo ternura al mundo.
Iván regresó al sur de España en diciembre, para seguir con el doctorado. Le hemos echado de menos tanto como ganas tenía él de quedarse.
Guido volvió a las tierras de Holanda para bordar su tesis sobre historia contemporánea. Ahora tiene en mente viajar por Europa y buscar trabajo: espero verle por Madrid.
Aytekin volará pronto a Turquía, viajará con sus amigos durante las vacaciones y volverá a los laboratorios de UCLA en agosto. Está descontecto con la reelección de Erdogan y sueña con un mejor Galatasaray.
Julien seguirá haciendo surf en Malibú hasta que visite a sus familiares y amigos en Francia. Después, volverá a Los Ángeles a continuar formándose. Deseo de verás que nos volvamos a ver pronto, aquí o allí.
Pablo está haciendo un curso de verano en un paraíso rural cercano a Chicago. En agosto retomará sus estudios de postgrado como guionista en Los Ángeles. Antes, nos beberemos juntos unas cervezas en nuestro bar favorito. Después, estaremos siempre ahí, en Bilbao, en Madrid, en California, donde haga falta.
Alex, el rubio, cursará el trimestre de otoño en la ciudad de Berlín, para después volver a su tierra natal en California. Espero que venga a visitarme, que sigamos discutiendo sobre Mad Men, y que siga feliz.
Elisa continuará sus estudios sobre política en Escocia, tendrá la casa de sus padres en Inglaterra, visitará a sus abuelos en el País Vasco y volverá a ver a sus amigos en Alemania.
Jose, de la India, seguirá batiendo récords como mejor investigador joven de UCLA, y como mejor bailarín de música india del mundo. Sé que vendrá a España a conocer a mi gente, y la fiesta.
Kayvon, Jacob, Connor, Bruce, Benjamin y Brett volverán a la universidad el otoño próximo y seguirán formando el mejor equipo de fútbol de las competiciones internas.
Luis volverá a Brasil, después de recorrer la costa Este, y demostrará sus habilidades para el periodismo, y sus ganas de cambiar al mundo: cuenta conmigo.
Laia se queda en Los Ángeles, haciendo unas prácticas como psicóloga, y siendo feliz. Se lo ha ganado. Oriol no sabe bien donde estará el año que viene: pero seguirá disfrutando, y siendo el rey de la noche.
Omar ya ha aterrizado en Egipto, donde el año que viene reanudará sus estudios, peleará por la democracia y seguirá cantando los goles de Messi con pasión caliente.
Antonio seguirá acogiendo a todos los españoles recién llegados, haciendo surf en Hermosa y dejándose la piel por los colores del Málaga, y en contra de Mourinho.
Sergio volverá a Los Ángeles para terminar sus estudios de política, y empezará a dar forma a su programa político para presentar su candidatura a la presidencia de Méjico. Y, un día, lo conseguirá.
Phil seguirá siendo responsable por el día, y alguien con quien siempre contar por la noche. Seguiré tronchándome de risa con sólo escucharle hablar.  


Alberto ya está en España, y el año que viene empezará carrera laboral en Brasil, mejor lugar imposible. Seguirá haciendo reir a la gente, lo cual siempre es muy dificil, y animando al Real Madrid, lo cual ahora no es fácil.
Tammy seguirá bordando su carrera de comunicación, haciendo prácticas en las grandes compañías de Hollywood y disfrutando del momento como sólo ella sabe: lo tiene todo.
Andy visitará a sus familiares y amigos en China, Alemania y Europa, para volver al nuevo curso en Los Ángeles, donde seguirá liderando a las fraternidades y enseñando bondad y simpatía.
Eduardo volverá de Nueva York para terminar sus estudios en Los Ángeles, y logrará llevar a su grupo de música lejos. Le veré en España, en Méjico o California.
Hayley y Sarah están de vuelta en San Francisco, después de graduarse: ahora viene algo nuevo, lo mejor. Sus fiestas caseras serán inolvidables.
María descansará unas semanas en España para volver a California: la carrera de actriz no es fácil, pero no hay nadie mejor que ella. Tiene más valor y simpatía que nadie.
Thomas, Victor y Laure vuelven a Francia. Caro y Edward van y vuelven. Son el grupo de franceses, siempre juntos, pero siempre con los demás. Mucha buena gente haciendo tan poco ruido.
Eva se marchó hace semanas para trabajar durante el verano en Lanzarote. En su fiesta de despedida no cabía nadie más: estaban todos. Seguirá dando ejemplo de felicidad allá donde vaya. Gracias.


Ayca descansará un mes en Turquía, antes de volver a Los Ángeles, donde continuará su doctorado, conocerá los mejores restaurantes, discotecas, cafeterías y bares de la ciudad: nadie mejor que ella sabe exprimir la vida de esta ciudad. La voy a echar de menos.
Julia se queda en Los Ángeles en verano, para demostrar sus ganas de comerse el mundo en unas prácticas como psicóloga. Después, en Inglaterra o Estados Unidos, se comerá el mundo. Se lo merece, y espero estar ahí para verlo en primera persona. Gracias por tu cariñosa acogida, durante todo el año.
Alex, mi hermano pequeño, continuará por tres años sus estudios de ingeniería informática en UCLA. Después, será el creador del nuevo Facebook, y viajaremos juntos por el mundo: a Bilbao, a Taiwan, a Vietnam. Sabe que es mi mejor sorpresa de esta aventura.
Keiji llegará pronto a Japón, y en verano visitará a todos sus amigos por Europa. Nadie tiene más amigos que él por el mundo. De él no me despido, porque viene en menos de un mes a mi casa madrileña, y porque no podría: ha sido mi mejor compañero, amigo, confidente durante todo el año y siempre lo será.

"Los Ángeles es la clase de sitio donde todo el mundo es de algún otro lugar y donde nadie echa realmente anclas. Es un lugar de paso. Gente arrastrada por el sueño, gente huyendo de la pesadilla", dice Michael Connelly en el libro "El Veredicto".
Los Ángeles es una ciudad increíble: el lugar donde todas estas aventuras, sueños, emociones, amistades se han encontrado, unido, mezclado y alimentado. Sin todos ellos estas historias del blog, vividas y narradas, no hubieran existido. Por ello, son de ellos, y para ellos, y hoy se acaban.



California es un lugar increíble: una tierra legendaria que invita a soñar y cuya realidad está a la altura del mito. Su geografía está a la altura de su gente. Echaré de menos sus paisajes, carreteras, costas, ciudades y personas, y creo que sólo acabo de empezar a conocerla. Ahora quiero volver a leerla, a verla, a sentirla, y la seguiré recorriendo con buenos amigos durante dos semanas. Y en el futuro volveré a visitarla.

Después de estas dos semanas, llegaré a España, desharé mi equipaje y empezaré a trabajar como becario temporal en un periódico nacional. No es el final de una etapa: es el principio de otra nueva.
Que tengan un buen día, reciban un abrazo.

lunes, 6 de junio de 2011

Los fines de semana, brunch

La vida de los americanos es, como la de los ingleses, madrugadora.

El americano se despierta cerca de las siete de la mañana y devora un buen desayuno, compuesto por frituras, dulces, frutas y zumos. Después acude al trabajo, con el café en un pequeño termo portátil, y no vuelve a casa hasta que acaba la jornada laboral, en torno a las cinco, seis o siete de la tarde. La comida se realiza a las doce del mediodía. A las seis o siete de la tarde el americano toma la cena en su casa familiar, y echa la persiana al día. La vida social termina temprano: entonces empieza la vida casera, se ve en la televisión el Daily Show con Jon Stewart o la serie de moda, Glee, y se pregunta la lección a los muchachos.

Los españoles también arrancamos nuestras vidas temprano. Después, sin embargo, somos más tranquilos: estiramos más la vida social o en la calle, y retrasamos la cena hasta las nueve o diez de la noche. La comida también es más tardía y pasa del mediodía, entre las dos y las tres de la tarde. Antes de caer el sol, la gente está en los comercios, tomando cañas con amigos o entrenando en el gimnasio.

Este horario provoca un problema, en el mundo anglosajón, cuando llega el fin de semana.

Los sábados y los domingos la gente remolonea entre las sábanas hasta las diez de la mañana. Nunca madruga. Al despertar, el americano no sabe qué hacer: la hora del desayuno ya se ha esfumado, la hora de la comida aún no ha llegado. La solución la proporciona una combinación de ambas comidas, entre horas, desde las 10 y media de la mañana, hasta las 3 de la tarde: el brunch. La palabra, como la comida que define, procede de la unión de otras dos palabras: breakfast (desayuno) más lunch (almuerzo o comida).

El brunch ofrece alimentos de ambas comidas: huevos, salchichas, jamón, bollos dulces, tortitas, frutas del desayuno; y ensaladas, sopas calientes, verduras, tortillas francesas, platitos de pasta, carnes ligeras, de la comida. Las bebidas pueden ser cafés, tés, zumos de frutas, o refrescos de todo tipo.

Las familias acostumbran a tomar el brunch en la calle, reunidos, en diferentes tipos de establecimientos. Son muy populares los bufés: el Sweet Tomatoes, en la ciudad de Fremont, al abrigo de la bahía de San Francisco, al que acudí con mi amigo Alex y su familia taiwanesa, era encantador y mi estómago acabó agradablemente satisfecho. En la relajada ciudad de Santa Mónica, destaca el Urth Caffe, una cafetería orgánica con cafés a la europea y ensaladas, tortillas y pasteles deliciosos: un lugar perfecto para el encuentro de dos apasionados desconocidos en cualquier película romántica de Woody Allen.

En el campus de la universidad, los alumnos no siguen horarios y llevan vidas desordenadas. Los comedores, sin embargos, son más estrictos: los fines de semana suprimen las dos primeras comidas del día, y sólo ofrecen brunch. Algunos estudiantes hacen mezclas arriesgadas que no merecen ninguna línea. Los burritos grasientos del desayuno con unas bolitas de patata frita, por ejemplo, desprenden un olor que marea mis primeras horas del día.
Los fines de semana, sin embargo, me he acostumbrado a tomar una sabrosa tortilla francesa con taquitos de jamón, después de amanecer cuando me viene en gana: ese es mi querido brunch.

miércoles, 1 de junio de 2011

¿Qué es el Tea Party?

Fueron la tendencia política triunfante en las elecciones intermedias de noviembre. Rand Paul y Marco Rubio, por ejemplo, dos de sus jóvenes estrellas, obtuvieron un asiento en el Senado por Florida y Kentucky. Su popularidad en la América rural es contundente. Los liberales los califican de extremistas, radicales, arcaicos o racistas. Es el Tea Party: un movimiento político situado en el ala más conservadora del partido republicano americano.

Desde su irrupción, muchos artículos, reportajes y programas han opinado sobre este fenómeno: ¿quiénes forman el Tea Party y cuál es la esencia del movimiento?

Una encuesta de la televisión CBS y The New York Times despeja bastante el panorama: son blancos, mayores y están enfadados.

Un 18% de los americanos se identifica como seguidores del Tea Party, y el 89% de ellos son blancos. Un escaso 1% son negros. Son generalmente personas mayores: el 75% tiene 45 años o más, y un 29% supera los 65.
El 36% de lo seguidores proviene del Sur del país (la región del río Mississipi), y tan sólo un 18% reside en el Noreste (en ciudades como Nueva York, Boston o Philadelphia). Gozan de una buena educación: el 37% tiene estudios universitarios, frente al 25% de la población americana total.

Un 66% afirma que vota siempre o generalmente al partido republicano, mientras que tan sólo un 5% apoya regularmente al partido demócrata. El 40% cree que Estados Unidos necesita un tercer partido.
Casi 3 de cada 4 se considera una persona conservadora, y un 39% se identifica como muy conservadora.
Un 61% de ellos es protestante y un 22%, católico.

El 53% está enfadado con el Gobierno de Obama, y el 19% está enfadado con la situación del país, en general. Las causas principales del enfado son: la reforma sanitaria, el alejamiento de los políticos del pueblo, el gasto público y el paro.
El 92% de los entrevistados afirma que las políticas de Obama conducen al país hacia el socialismo. Del total del pueblo americano, un 52% comparte ese pensamiento.

Algunos investigadores han querido profundizar más. Quieren entender por qué muchas personas del país apoyan algunas cuestiones que resultan increíbles: el 30% de los seguidores del Tea Party, y el 20% del pueblo americano, cree que Obama no nació en Estados Unidos, a pesar de las claras pruebas que demuestran lo contrario.

Tres profesores de psicología universitarios, Sheldon Solomon, Jeff Greenberg y Tom Pyszczynski, apuntan a la conexión entre una vieja teoría, la "Terror Management Theory", ideada por el antropólogo Ernest Becker, con las tendencias más conservadoras.
Según esta doctrina, todas las actividades del ser humano están encaminadas a superar su miedo feroz: la mortalidad. Según Becker, las personas somos los únicos seres vivos capaces de saber que si existimos, un día dejaremos de existir, y moriremos. Somos, por tanto, tan insignificantes como un lagarto o una patata, y ello nos agobia. Para superar este miedo, las personas, de manera inconsciente, hemos creado la "cultura". Compartimos una visión del mundo con  grupos de personas, y eso nos tranquiliza: las representaciones culturales sobrevivirán siempre, y, con ellas, nosotros, los seres humanos. Si defendemos tajantemente una idea o creencia, dice Becker, tenemos el sentimiento de que viviremos para siempre: literalmente según las religiones, simbólicamente según la cultura.


Esta investigación apunta a que el discurso del Tea Party busca agitar a sus seguidores con recuerdos sutiles, encubiertos e implícitos, de su propia mortalidad. La gran premisa del Tea Party advierte de lo peor: el genuino pueblo americano camina hacia la desaparición, y, con ella llegará la de los americanos. El territorio libre, cristiano, de hombres blancos, está siendo estropeado: América ya no es América. Esto explica el éxito de los rumores que lanza el Tea Party: Obama no nació en Hawaii sino en Kenia, y fue educado en el islamismo. Su segundo nombre es Hussein. El presidente tuvo, incluso, que enseñar publicamente su partida de nacimiento para aclarar su origen.

La población más conservadora del país ha apoyado la esencia del Tea Party: no quieren morir como pueblo, para no morir como individuos.

domingo, 29 de mayo de 2011

Compromiso

Ronald acude puntualmente a sus clases de periodismo, luce pelo cortado a lo cepillo y siempre viste pantalón bermudas de color clarito. Nació, se crió y fue a la escuela en la ciudad de Sacramento, la capital de California. Habla de su ciudad con palabras cariñosas y media sonrisa. Dice que allí no hay nada que atraiga a los turistas como en San Francisco o Los Ángeles, pero que tienen a los Kings de baloncesto y los edificios públicos que dirigen el estado dorado. Tiene veinte años y cursa su tercer año en UCLA.

Ronald vive en un apartamento dos pisos más arriba que el mío, en un edificio rectangular, bajito, construido con tejas marrones de madera falsa. En los alrededores sólo hay otros edificios iguales, pinos de copa piramidal y un silencio tranquilo que recorre la carretera que sube por la colina del campus.

Recuerdo perfectamente mi primera semana en la universidad de Los Ángeles, y mi necesidad de enterarme dónde estaban las facultades o los comedores, dónde se podía comprar cerveza y cómo moverme por unas instalaciones que me parecían inaccesibles. El barrio de Westwood y el campus universitario están construidos para servir al estudiante americano, que vive en un ambiente idílico: en una bonita postal de personas y asfalto. El lunes de aquella semana, un veintipocos de septiembre, había un acto de inauguración del año académico en el estadio de fútbol americano. Yo estaba en mi habitación ordenando la lámpara nueva, las perchas y los zapatos debajo de la cama, cuando llamaron a la puerta. Era Ronald. Se presentó como uno de los encargados de nuestra residencia, el responsable del edificio E, y nos agrupó a todos los inquilinos para llevarnos al acto. Le dijé que era recién llegado, español y estudiante de periodismo. En seguida me preguntó si jugaba al soccer y me felicitó por la Copa del Mundo que ganaron los nuestros en la punta de África.

Ronald es el vice-presidente de una de las residencias de la universidad, los apartamentitos que se agrupan bajo el nombre de Saxon Suites. Acude todos los lunes, al caer la tarde, a una reunión con otros representantes de los edificios. Discuten qué hay que cambiar y dónde invertir el dinero. Sacan poco en claro y no han avanzado mucho durante al año. También es el organizador-entrenador del equipo de fútbol de la residencia en las competiciones internas, donde yo juego de extremo derecho, pegado a la línea de banda. El equipo, Saxon United, ganó la liga de fútbol sala en otoño y cayó en los cuartos de final en el torneo de fútbol siete de invierno. Ronald nos dio las gracias por el esfuerzo y nos citó para el año que viene.

Además, es colaborador en la sección de deportes del periódico de la universidad, el Daily Bruin, e hizo de guía por el campus a los grupos de padres que vinieron de visita un fin de semana de marzo. Ronald está orgulloso de ser de UCLA. A pesar de salir con una muchacha americana y acudir a fiestas en apartamentos, encuentra tiempo para participar activamente en la organización de la vida en el campus.

El otro día me lo encontré en la plaza de Rieber. Vestía sus pantalones de verano, una camiseta con el logo de la universidad en el pecho, y tenía prisa: iba o venía de alguna reunión, tenía asuntos que resolver y pensaba en qué hacer por su universidad querida.

lunes, 23 de mayo de 2011

En California también brilla el Sol madrileño

"Great minds discuss ideas;
average minds discuss events;
small minds discuss people" -Eleanor Roosvel
En el pintoresco paisaje de la playa de Venice, en Los Ángeles, había un elemento nuevo en la soleada mañana del sábado pasado. Un grupito de gente se reunía, pintaba carteles y coreaba canciones, entre el parque de patinadores, y la comisaría de policía del barrio. No buscaban la atracción de los turistas, ni vendían fotografías de las playas.

Eran un grupo de españoles e italianos, llegados desde diferentes lugares del sur de California. Su intención era mostrar su apoyo a la ola de protestas que recorre España desde el domingo 15 de mayo.

Había, por ejemplo, un ingeniero de telecomunicaciones que lleva cuatro años trabajando en Estados Unidos, acaba de tener un hijo, y le encantaría volver a su país. No encuentra ninguna oferta. Y un periodista de veintinueve años, que se marchó de España hace año y medio cuando estaba en las colas del paro. Ahora trabaja para una televisión americana. Y también un investigador en una universidad de prestigio de la ciudad, que denunciaba la escasa inversión en investigación científica en España.


Allí estuve también yo: un buen estudiante de último año de carrera que termina un programa de intercambio en el extranjero. Ahora intento asomar la cabeza al mundo laboral, y estoy inquieto, expectante, tengo ganas de hacerlo bien, de poder empezar. El consejo que más he recibido en estos últimos meses, sin embargo, ha sido: si puedes, buscate algo por allí, porque aquí está la cosa mu'mal. La situación es dificil, pero mis sueños siguen intactos, en lo más alto.


Lamento no haber estado en España cuando esto ha sucedido. No he podido comprobar con mis propios sentidos el ambiente de las plazas. No he podido conocer la fuente de la energía: la madrileña plaza de Sol. Ni participar activamente.

Me han narrado buenos amigos, y he leído por muchas fuentes, que la tolerancia en la protesta es verdadera. Que los jóvenes no excluyen a los mayores, ni a los que llevan camisas y zapatos. Que los de las rastas hablan con los que llevan corbatas. Ese era mi mayor miedo. Los más jóvenes y más progresistas, a veces, son víctimas de su propio discurso: piden derechos para todo el mundo, pero abuchean a su vecino del quinto, el que conduce el cochazo nuevo. Es que vota al Partido Popular. También pasa al revés: los más conservadores insultan a los que votan a los partidos socialistas. Es que ese es un rojo, un perroflauta.

Si esa tolerancia se esfuma, dejarán de contar conmigo.

La verdadera magia de este movimiento no está en su ideología sino en su idea: es una revolución de las mentes. Llevaban años diciendo que a los jóvenes nos daba igual todo, pero los jóvenes han sido los artífices. La tasa de paro y la actitud de la clase política han sido la chispa, las redes sociales de Internet han sido el medio. El resultado ha sido una revuelta pacífica extraña: ni sus mismos miembros conocen su desenlace. La idea de fondo está clara. Los ciudadanos corrientes están hartos de los gobernantes occidentales, políticos y económicos, cuya forma de aplicar el sistema lo hace insostenible. El sistema ve números en vez de personas, y eso no es política ni de izquierdas ni de derechas. Eso es inhumano.

Echarán de menos que mencione las propuestas o la falta de ellas, pero perdónenme: el despertar, el grito para un cambio, la toma de conciencia, me saca una sonrisa. Es un proceso nuevo. Los nombres empleados no encajan bien: revolución, acampada o protesta no son exactos. Es algo nuevo, un cambio, una incertidumbre.

Y ante todo cambio, las personas, las familias, los pueblos, las sociedades, tenemos miedo. Pero después, lo afrontamos y damos forma, y siempre sale algo bueno. Mientras tanto, que siga brillando el Sol.

martes, 17 de mayo de 2011

Cuando éramos reyes

El balón lanzado desde el saque de esquina por Kiko voló entre las cabezas de los jugadores de la Fundación, golpeó en el cuerpo de un defensor y quedó abandonado, plácido, en un rincón del área grande. Entonces Sergio, nuestro ministro de defensa, nuestro número tres, empujó la pelota a gol con un tacón de magia. No podía ser otro: mi mejor amigo, mi compañero de equipo desde que debutamos con el Fuentelarreyna en una fría mañana de octubre allá por 1995. Aquella vez jugamos a las ocho de la mañana, el campo era de tierra con barro y nuestros padres nos corregían desde la grada. Perdimos por once goles a cero contra el equipo de otro colegio del barrio.

El partido iba empate a uno y necesitábamos la victoria para conseguir el ascenso a la modesta Segunda Regional madrileña.
Las bandas del polideportivo La Masó, en el acomodado barrio de Mirasierra, estaban abarrotadas por nuestras madres, amigos, novias, padres, hermanos, ex-compañeros, vecinos, ex-entrenadores. Quedaban apenas treinta y cinco minutos, y necesitábamos al menos un gol más. El murmullo de nuestra gente iba acompañando las jugadas. Nunca había sentido tal sensación en mis carnes. Siempre había sido al revés: yo era el que empujaba a los futbolistas desde el graderío.

De repente, dos jugadas elaboradas por nuestro equipo fueron finalizadas por el jugador más en forma, mi amigo Armandín. El carrilero de nuestra banda derecha acabó el partido en la zona de ataque, y remató dos centros laterales con perfecta puntería. Todos sabíamos que él marcaría el gol del desempate, ese que se recordaría para siempre.

Lo habíamos conseguido, y yo aún no me lo podía creer. Llevaba imaginándome aquel momento más de catorce años. Mi sueño de la infancia se había condensado en unos minutos. Cuando el árbitro señaló el final del encuentro, ví a mis amigos de siempre correr enloquecidos hacia todos lados. Nos juntamos en el centro del campo y saltamos entrelazados. Disfrutamos aquel momento como lo que era: un paraíso de emociones.


Yo sé que todas las personas guardan, en secreto, el recuerdo de un momento y lugar mágicos de su vida, un momento al que volverían encantados. Normalmente se localizan en la infancia o juventud. Para algunos son esas vacaciones en el pueblo del abuelo donde perseguían ranas con sus primos, después de merendar pan con chocolate. Para otros es aquel colegio mayor de la capital donde fumaron sus primeros cigarrillos y conocieron a su primera novia. Para algunos es el club de tenis de al lado de casa, donde pasaban horas y horas en pantalones cortos y camisetas de algodón. Para otros es el parque del barrio al que bajaban a beber cerveza a escondidas. Son micromundos perfectos, que van y vienen, pero que siempre están ahí, en nuestro recuerdo, para inspirarnos a ser mejores.

Para mí, ese momento y ese lugar se encuentran en un campito de fútbol, hoy de hierba, en la ladera de una larga calle que conduce hasta mi colegio, donde entrené y jugué partidos con mis amigos, semana tras semana, desde que era pequeño. Es la escuela de fútbol Fuentelarreyna dirigida con cariño y maestría por nuestro presidente Jesús.

Aquel partido contra la Fundación sucedió el 17 de mayo de 2009, hace exactamente dos años. Os doy las gracias a todos los que estabáis allí aquel día, en el campo y en la banda, y a los que estuvistéis en los años anteriores, y a los que vinistéis después, y a los que hoy defendéis nuestra camiseta. Habéis creado mi micromundo perfecto. Siempre Fuente.

lunes, 9 de mayo de 2011

La personalidad americana

Cuando se cruzan con un visitante europeo, algunos americanos son muy americanos, en el buen sentido de la palabra. Con esto quiero decir que son amables a raudales, campechanos como un aldeano, entregados a la acogida de los viajantes. Los americanos saben que, salvo los indios nativos, todos fueron recién llegados en su día. Es la personalidad americana.

Si por alguna razón, usted llega a ser el invitado de un americano, amigo suyo, amigo de su amigo, conocido de su tío, tenga claro que no le faltará de nada. El americano le guiará por la cultura, explicándole lo que va sucediendo, le llevará a visitar lugares, y no suavizará su entusiasmo inicial. Su cantidad de energía es ilimitada.

Recuerdo cuando fui a ver un partido de fútbol americano de los Bruin en el estadio Rose Bowl allá por el mes de noviembre. Iba con una amiga francesa que había conseguido entradas a través de un chico de Taiwan que, a su vez, había sido invitado por un americano. Todos los invitados (cuatro asiáticos, la francesa y yo) fuimos acogidos por este americano. Durante el trayecto en autobús a Pasadena, nos preguntó nuestros conocimientos sobre aquel deporte raro, y respondimos con tímidas muecas de verguenza: apenas sabíamos algo más que el nombre. Nuestro anfitrión nos explicó las jugadas, las normas, las posiciones, las estrategias, y atendió nuestras tontas preguntas, sin vacilar con marcharse. Todo ello con una explicación imaginativa, llena de energía. ¡Imagínense! ¡Un europeo nos hubiese mandado al carajo a la media hora!

Al llegar a los alrededores del estadio fuimos a una barbacoa con el grupo de amigos de nuestro americano. Fuimos presentados como los invitados, y nos llovieron ofrecimientos de cervezas, a los que respondí agradecido, thank you, nice to meet you, ¿una cerveza más?, please, ¡claro, pongáme dos! Después me autoserví una hamburguesa, y seguí atendiendo las explicaciones.
Durante el juego, el americano nos explicó qué cánticos estábamos coreando y por qué, con infinita paciencia, de manera entuasiasta, sin mostrar cansancio alguna por nuestra cargante compañía. Al final, los visitantes correspondimos la amabilidad saltando de alegría con la victoria de los Bruin en el último segundo.

Aprecié lo mismo hace dos veranos cuando, por el centro financiero de la ciudad de Boston, buscaba con dos buenos amigos el parque Boston Common. Estábamos parados en una esquina de la ciudad, analizando el mapa, cuando un buen hombre nos preguntó nuestro propósito y nos dijo que le siguiéramos, que nos llevaría hasta las cercanías de aquel entretenido jardín.

Esta forma de ser también se manifiesta en algunos americanos en una energía arrolladora. Conozco a varios chicos de la universidad que saludan con una efusividad sorprendente, sacudiendo tu mano con tal fuerza, que pueden dejar a uno temblando. Son gentes que también gustan de hablar en público. Levantan la mano en clase sin prudencia y disfrutan de los minutos de oratoria. He cursado varias asignaturas sobre discursos, y los americanos son especialistas. Dominan el escenario, el protagonismo. Se les enseña desde las aulas.

También queda patente en los comercios de cualquier barrio. En todos los establecimientos hay un trabajador en la entrada que le saluda al llegar, le pregunta cómo está y le desea que tenga un buen día cuando usted se marcha. Los comerciantes son eternamente amables, muy pacientes y cuidan al cliente.

Aunque todo esto no son más que generalidades y también puede usted encontrar casos que demuestren lo contrario: como la regente de una compañía de alquiler de coches de mi barrio, que tiene muy malas pulgas, y medio responde antipática cualquier duda. La personalidad americana también tiene excepciones.

jueves, 5 de mayo de 2011

La muerte del símbolo

La vida de Osama Bin Laden cambió en el año 1979, cuando decidió acudir a las montañas de Afghanistán para luchar contra la invansión soviética. Hasta aquella guerra, era un árabe universitario descendiente de una familia rica saudí, educado en las estrictas creencias Wahhabis; después de aquella guerra, se convirtió en un lider para los creyentes de la jihad violenta.
Su mitificada historia era atractiva para las almas radicales: el joven rico que se convirtió en guerrero.

Su fama y riqueza le permitieron crear la organización Al Qaeda (la base). En un principio, nació como un mero registro de muyahidin, el ejército, financiado por saudíes y americanos, que combatió en Afghanistán contra la Unión Soviética. Con el fin de aquella guerra, Bin Laden convirtió a America en su gran objetivo: "Descubrí que no era suficiente con luchar en Afghanistán, pero que teníamos que luchar en todos los frentes contra el Comunismo y la opresión occidental. Lo urgente era el Comunismo, pero el siguiente objetivo era America", declaró en 1995 a un periodista francés, según redacta The New York Times. Al Qaeda se constituyó así como una red internacional y descentralizada de terroristas.

El 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda secuestró cuatro aviones americanos comerciales y los estrelló contra las Torres Gemelas en Nueva York, el Pentágono en Washington y un campo de Pensilvania. Murieron cerca de tres mil personas. La imagen de la caída de los dos rascacielos de Manhattan se grabó en nuestra memoria: las sociedades occidentales podían ser atacadas, los peligros eran mundiales, nuestra seguridad era vulnerable. Comenzó una nueva era occidental: nuestro mundo ya no era seguro.
Osama Bin Laden, el creador del grupo terrorista, fue el arquitecto de la matanza. El mundo personalizó aquella amenaza incierta. Su cara se convirtió en el rostro del terrorismo internacional. Su persona se convirtió en el símbolo del terror global.


El pasado domingo, cuando los americanos mataron a Bin Laden en su refugio pakistaní, miles de ciudadanos lo celebraron en las calles. Este hecho, y la legitimidad de la acción, ha sido apoyado por algunos, y cuestionado por otros.

El editorial del miércoles 4 de mayo del "New York Daily News" lo tiene claro y asume una tesis concreta: no hay nada inmoral en celebrar una victoria en una guerra y Osama Bin Laden era un enemigo de guerra. El profesor holandés de Derecho Internacional, Geert-Jan Knoops, encuentra interesante la cuestión, y opina lo contrario: la coherencia con el Derecho Internacional hubiera sido arrestar a Bin Laden y juzgarle en Estados Unidos.

Richard Bulliet, profesor en la Universidad de Columbia, ha concluído en el "New York Times" que Osama es un icono irreplazable para los jihadistas, y que eso perjudica al terrorismo. El que fuera alcalde de la ciudad de Nueva York en 2001, Rudi Guliani, comentó que Bin Laden era "más un símbolo que otra cosa", y que "también es importante que caigan los símbolos".

Una de las reacciones más comentadas ha sido la euforia desatada en muchas universidades del país, en Pensilvania, Washington, Tenneesse o California. Estos jóvenes estudiantes tenían apenas diez años cuando los ataques del 11 de septiembre. Precisamente por eso, comentan algunos expertos y los propios estudiantes, su mundo siempre ha estado amenazado por la sombra de Osama Bin Laden. Como afirma una noticia de CNN, la muerte de Bin Laden supone la muerte del coco para esta generación. Uno de mis contactos americanos en Facebook publicó el domingo por la noche: "Se acabó el juego del escondite más largo del mundo. Le tenemos. Vamos América".

La memoria infantil de estos niños se formó a la vez que el ideario colectivo adulto del siglo veintiuno. Osama Bin Laden era el "monstruo de debajo de la cama". Osama Bin Laden era el símbolo del terrorismo global, el icono de la inseguridad post-moderna.

domingo, 1 de mayo de 2011

Un oasis de tentaciones

Cuando caminábamos por la acera del hotel Caesar Palace, nos encontramos con un hombre de traje, sonrisa perfecta y peinado impecable. Era uno de los encargados de las relaciones públicas de la discoteca Pure, en la planta décima del famoso hotel.
Le dijimos que queríamos entrar en la sala de fiestas aquella noche, y el hombre apuntó nuestro nombre en la lista de invitados de su blackberry. Inmediatamente, envió nuestra referencia a alguno de sus compañeros que esperaban en la puerta de la discoteca. Allí estos gorilas refinados revisaban las listas de invitados. No lo hacían en papel, ni en teléfonos móviles, sino en Ipads. Nuestro nombre estaba registrado. Era nuestra segunda noche en Las Vegas.

Las Vegas es una ciudad artificial en medio de un paisaje rocoso y polvoriento. Para llegar hasta aquí desde Los Ángeles, hay que recorrer la autopista interestatal I-15, que atraviesa el desierto de Mojave. Durante cuatro o cinco horas, uno recorre un mar de dunas de arena, cactus, y casas desorientadas, para, de repente, chocar con una aglomeración de anuncios luminosos, hoteles inmensos, espectáculos ruidosos. Llegar por la noche es, aún, más sorprendente: las luces de neón de los hoteles de su calle principal, El Strip, o Las Vegas Boulevard, deslumbran al visitante, que no da crédito ante tal espejismo.

El crecimiento de esta ciudad tuvo lugar con la llegada del ferrocarril en 1905 y la construcción de la presa Hoover en 1930. Era un lugar de paso de los aventureros que se dirigían a California. En 1931, sin embargo, todo cambió. Los gobernantes del estado de Nevada decidieron hacer algo para superar el desastre económico que provocó la Gran Depresión: legalizaron el juego de apuestas y, con restricciones, la prostitución. También redujeron los trámites para contraer matrimonio y divorciarse. Entonces nació la ciudad del pecado. El primer gran hotel-casino, el Flamingo Hotel, fue construido en 1946 por el mafioso Benjamin Bugsy Siegel. El primer campeonato de poquer se celebró en 1951. Desde entonces, turistas, aventureros y espectadores de todo el país y el mundo vienen a este lugar para entretenerse, divertirse y asombrarse.

No toda la ciudad vive dentro de ese mundo loco e irreal. Las Vegas tiene más de medio millón de habitantes permanentes, algunos museos e universidades y hay gente que, incluso, ha nacido y establecido su vida habitual aquí, como es el caso del popular tenista retirado André Agaasi.

Sin embargo, la realidad es que la esencia de la ciudad se concentra en la calle de las tentaciones, Las Vegas Boulevard. El renacimiento tardío de esta calle comenzó con la construcción del hotel Mirage, en 1989, en cuya discoteca "Jet" bailamos un par de noches. Aquí se levantan inmensos hoteles-casinos como el Bellagio, cuyo espectáculo de fuentes concentra a los paseantes; el Luxor, con el rayo de luz más potente del mundo; o el New York-New York, con una montaña rusa externa. Todos ellos tienen piscinas internas, casinos inmensos, restaurantes, tiendas y una concurrida agenda de conciertos y espectáculos de grandes artistas, como Elton John o Celine Dion. Por sus aceras, hay artistas callejeros, tiendas de grandes marcas y bailarines ambulantes. En sus interiores, la gente continúa apostando dinero, jugando a cartas o sentado en las máquinas tragaperras.


Un oasis se define como "un sitio con vegetación y a veces manantiales que se encuentra aislado en los desiertos arenosos". Las Vegas no tiene vegetación ni manantiales. Pero sí es un paisaje distinto dentro del desierto que la rodea, y del mundo en que vivimos. Es un oasis, pero de tentaciones.

martes, 19 de abril de 2011

El ejemplo de William R. Hearst

"Usted ponga las fotos, que yo pondré la guerra", le dijo William R. Hearst al corresponsal de su periódico en Cuba cuando no llegaban noticias en la antesala de la guerra contra España en 1898.
William R. Hearst (1863-1951) fue una persona ejemplar: demostró al mundo cómo ser un gran empresario, y, al mismo tiempo, un pésimo periodista. En consecuencia, fue un rico multimillonario, compró objetos de arte en todos los lugares del mundo, hizo amistades con los personajes más deseados de su época y se construyó un castillo en una finca inmensa en la costa de California. Su vida fue reflejada en la famosa película Ciudadano Kane, de Orson Wells.

Después de una cuidada formación académica, Hearst comenzó su carrera periodística en San Francisco, en el diario "The Daily Examiner". La dirección del periódico fue un regalo de su padre. En él aprendió su fórmula mágica para captar lectores: inventaba noticias, publicaba rumores y distorsionaba hechos. El objetivo era alarmar y atraer los sentimientos más profundos del ser humano: el miedo y la curiosidad. Después de enriquecerse en la costa Oeste, Hearst decidió mudarse a la ciudad de Nueva York en 1895. Allí, en un solo año, elevó la tirada del diario "New York Morning Journal" de 77.000 ejemplares a 1 millón. Sus páginas estaban cubiertas con historias de deportes, escándalos, crímenes, sexo y sucesos. Había perfeccionado el estilo comenzado por su máximo competidor, Joseph Pulitzer, con el diario World: el sensacionalismo o amarillismo.

Uno de sus redactores, Arthur James Pegler, lo resumió en una frase: "Un periódico de Hearst es como una mujer gritando corriendo por la calle con su garganta cortada".

Entre sus métodos novedosos, estaban los grandes titulares, las imágenes espectaculares y la tira cómica satírica. En 1898, decidió ir más allá y provocó una guerra entre Estados Unidos y España por la isla colonial de Cuba. El gobierno de Estados Unidos no aguantó más: los españoles estaban maltratando sin piedad a los cubanos. La situación era delicada, pero todos aquellos últimos sucesos no eran sino ingeniosas mentiras vertidas por el periódico de Hearst. Él estaba encantado: todo el mundo sabe que las guerras venden periódicos.

Cuando heredó el patrimonio de sus padres, decidió volver a vivir en California. Allí construyó un gran castillo en un rancho 68.000 hectáreas en la localidad de San Simeon. Esta construcción se encuentra en lo alto de unas montañas deshabitadas, en frente del océano Pacífico, a medio camino entre Los Ángeles y San Francisco. Ahora es propiedad del estado de California y es visitada diariamente por miles de turistas, como mi amigo Pablo y yo, que alucinamos entre sus salones, piscinas y habitaciones. La arquitectura del castillo es una mosaico de estilos europeos mal combinados, sin orden ni coherencia. Tiene habitaciones de invitados con baños particulares, pistas de tenis, salones comedor, una habitación con billares. En todas ellas, hay objetos de arte colocados al azar, desentonando con las paredes, con los suelos o fachadas. También hay un edificio que imita a una capilla, y dos piscinas espectaculares, una cubierta, la otra con adornos romanos. En el bosque que se extiende en las laderas de la finca, hay ciervos y cebras, donde en su día se ubicó el mayor zoo privado que jamás ha existido.

William Hearst fue un ejemplo de buen empresario y de mal periodista. Su castillo, donde gastó parte de su fortuna, también se puede considerar un ejemplo, un ejemplo de mal gusto.

martes, 12 de abril de 2011

Los estereotipos del fútbol

Puedo afirmar bien alto, sin miedo a contradecir mis principios tolerantes, que he visto prejuicios. Siento decirselo así, a través de una pantalla fría e impersonal, pero puedo prometer que existen: los estereotipos son verdades.

Ustedes coincidirían conmigo si tuvieran la oportunidad de bajar al estadio de deportes de UCLA todos los viernes por la tarde, cuando el reloj pasa ligeramente de las tres. Todas las semanas a la misma hora nos acumulamos en el césped estudiantes llegados desde todos los rincones del mundo.

La dinámica es la del juego auténtico: seguimos las normas aprendidas en el patio del colegio. No hay fueras por las bandas, las porterías se marcan con mochilas y el final del partido llega con el cansancio generalizado. Los equipos se hacen según el color de las camisetas, y se admite a todo aquel que pregunta con timidez si puede meterse al partido.

Durante el desarrollo del juego, uno puede casi adivinar la nacionalidad del jugador que lleva el balón atendiendo a sus movimientos, su actitud, su trato del balón. Y es que la gente deja ver el estilo nacional en su carácter deportivo.

Recuerdo uno de los casos más llamativo. A mitad de partido, entró un nuevo jugador en el equipo rival. El tipo pidió la pelota, la controló y se la quedó con él. La pisaba y volvía a pisar, cubriéndola con el cuerpo, manoseándola. Lo hacía en cualquier lugar del campo, y no se la pasaba a nadie. Era como bailar un tango, despacio, con ritmo, pero sin prisa. Como era de esperar, en su tercer intento, un americano descontrolado le entró con todas sus fuerzas, haciéndole una falta espectacular. El bailarín se quejó con aspavientos, rodó por los suelos, gritó con fuerzas, insultó sin parar. Era argentino, siempre dandole vueltas a las cosas.

De vez en cuando, aparecen dos o tres asiáticos desconocidos. Siempre llegan juntos, en silencio, y están apartados de los demás: tratan de mantener el balón entre ellos, y no interactuán. Son misteriosos. A veces, algunos deciden abandonar la timidez y mostrarse al mundo. Muchos son muy buenos jugadores, técnicos y desequilibrantes. Hace semanas, uno decidió desperezarse y no dudó en placarme, con una zancadilla en el aire, cuando le robe el balón y encaraba portería. Nunca se sabe que se esconde detrás del misterio asiático.

El pasado viernes me quedé bastante sorprendido con la incorporación de dos o tres americanos nuevos. Eran fuertes, incansables en carrera, se dejaban la piel en el césped. Entraban a por el balón con ansia y sin control. Cumplían a la perfección el molde americano, salvo por un detalle importante: eran buenos jugadores. Además del entusiasmo americano, sabían desmarcarse, mover el balón, controlar el juego. Uno de ellos, de nombre Oliver, acertó, incluso, a marcar muchos goles. Yo no podía dar crédito. Al acabar el partido, Pablo explicó mi asombro: aquellos tipos eran británicos, la versión refinada de los americanos.

Uno puede reconcer el lugar de nacimiento, la personalidad del jugador, con sus andares, su control del balón. Los estereotipos se cumplen.

Pero les recuerdo que estamos hablando de fútbol: como dijo Jorge Valdano, la cosa más importante del mundo, dentro de las menos importantes. En las otras cosas, los prejuicios también existen. Pero no deberían.

domingo, 3 de abril de 2011

Las playas del sur

(En primer lugar, solicito sus disculpas por el parón en la escritura de estos relatos. La visita de dos seres queridos, y nuestros viajes por el Oeste americano, me ha entretenido en empresas mayores, y mucho más interesantes, que atenderles a ustedes. Algunas de estas aventuras servirán de inspiración para algún artículo; otras, sin embargo, no pienso ni mencionarlas, pero permanecerán en nuestros dulces recuerdos).

Igual que no se puede entender la nueva villa de Bilbao sin el paseo de Abandoibarra, que recorre paralelo a la ría, o la ciudad de Madrid, sin pasear tranquilamente por los jardínes de Sabatini, uno no puede comprender la leyenda de California sin conocer sus playas soleadas.
Al norte del estado, en las ciudades de la Bahía de San Francisco, uno aún puede encontrar escritores políticos, ingenieros ambiciosos o jóvenes incorformistas. En el sur de California, la vida se organiza en torno a sus playas.

A pesar de que aún no he paseado por las playas sureñas de Hermosa, Redondo o Manhattan, puedo presumir de haberme integrado, bastante a menudo, en el ambiente de las playas más populares de Los Ángeles: Santa Mónica y Venice Beach.

Santa Mónica está construida alrededor de su muelle de madera, donde se sitúan su famosa noria solar, una montaña rusa, puestos de comida rápida y tiendas de recuerdos. Aquí finaliza la antigua carretera 66 y se acumulan los turistas, que reconocen un embarcadero ya conocido: muchas películas y series han mostrado su agotante actividad. Detrás de su cómoda playa, vive una comunidad de personas felices. Sus calles permiten pasear sin coche. En el Third Promenade, una bonita avenida peatonal, los músicos callejeros alegran el ambiente, los restaurantes ofrecen comidas apetecibles y las grandes marcan venden ropa para urbanitas.


Algo más al sur aparece la playa de Venice Beach, cuya orilla está más deshabitada, pues la atención se concentra en el paseo marítimo: estamos ante una versión chiflada y bohemia de Santa Mónica. Aquí, los vendedores ambulantes, vagabundos desorientados y pintores incomprendidos compiten por captar la atención del paseante. No hay restaurantes cuidados ni tiendas caras, sino centros donde recetan marihuana medicinal y puestos de tatuajes y pendientes. En su parte central se encuentran un parque para artistas del monopotín y un gimnasio al aire libre. Si uno tiene tiempo, no debería perderse las vistas desde el bar que ocupa la azotea del hotel Erwin: las vistas son magníficas y los sofas, bastante cómodos.

Mi rincón favorito de Los Ángeles se encuentra entre ambas playas, en el ancho paseo que las conecta, por donde circulan lugareños en monopatines, abuelos retirados, turistas en bicicletas, familias con sus perros. En esta zona, la multitud no es agobiante, hay pistas de volley-playa, los vagabundos juegan al ajedrez en mesas callejeras, y las palmeras coronan un lugar relajado, donde se valora vivir sin prisas, disfrutando cada paso.

Y, aún así, uno puedo seguir admirando, a la derecha, las vistas del popular muelle de Santa Mónica, y sentir, a la izquierda, los vientos hippies del paseo marítimo de Venice Beach.

martes, 15 de marzo de 2011

Rutina

El diccionario de la Real Academia dice lo siguiente:
Rutina: Costumbre inveterada, hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas.
En general, la gente ha otorgado a este concepto un carácter negativo. La rutina es aburrida, la rutina es desesperante. Se asocia el término con el trabajo diario, con los estados permanentes, con las relaciones duraderas: con todo aquello que deja de ser novedoso. Es lo que damos por hecho, y, por tanto, nos aburre. Queremos sorpresas.

Yo comprendo esta opinión, pero quiero descubrir otro carácter de la rutina. Desde hace años, he intentado adoptar costumbres que se convierten en práctica, y que me llenan de gusto. Ni les digo la felicidad con la que acudo al Santiago Bernabéu todo los domingos, con la misma camiseta y los mismos pantalones vaqueros, parando a tomar el mismo pincho de tortilla, y bebiéndome las mismas cervezas. Pero es que el fútbol en la grada es lo máximo, dirán. También saboreaba con gusto los cafés que me bebía en la facultad con mis amigos, antes o en horas de clase, día sí, día también.

Estas rutinas son placenteras, y en Los Ángeles he adoptado algunas que celebro con ustedes.

Julien, francés; Keiji, japonés; Aysha, turca, Julia, española; y un servidor llevamos semanas realizando una cena semanal, con estricta puntualidad, en restaurantes con servicio de nuestros países originarios. Cada semana, un participante se encarga de elegir mesa, menú y restaurante: todos acabamos más que satisfechos. Hemos probado vinos y quesos franceses, noodles y bocaditos de carne roja japoneses, carnes turcas bañadas con yogurt, y croquetas y paella a la española. No negarán que es una rutina deliciosa.

Cada domingo, hacia las ocho de la tarde, acudo al mismo bar americano con mi amigo Pablo, degustamos varias cervezas y conversamos sin prisa, en la misma mesa, bajo la misma luz tenue. El bar, acostumbrado al bullicio del fin de semana, nos recibe agradecido cada domingo. Cuando alguna obligación nos impide reunirnos, rara vez, nos adaptamos sin duda a la noche del lunes. No negarán que es una rutina insustituible.

Cualquier día de la semana, sin mucha demora, veo uno o dos capítulos de la serie de televisión "Mad Men", con mi compañero de habitación, Alex. Entre ratos de estudio, después de un largo día de turismo, en mañanas con resaca: cualquier momento es adecuado para disfrutar de los Estados Unidos de los sesenta en forma de obra de arte. No negarán que es una rutina reconfortante.

No se atreverán a negar ustedes que las rutinas también pueden ser positivas.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Crítica al mundo de los adultos

"Somoza may be a son-of-a-bitch, but he is our son-of-a-bitch".
"Somoza puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
- el presidente americano Roosvelt, in 1939, sobre Anastasio Somoza, dictador de Nicaragua desde 1936 hasta su asesinato en 1956.
Tomo prestada la anécdota de Aytekin, un amigo turco.

Eran otros tiempos, durante la Guerra Fría: las dos superpotencias Estados Unidos y la Unión Soviética se dedicaban a jugar al risk con el mundo para expandir sus ideologías: el capitalismo y el comunismo. Para ello, ambos países apoyaban a dictadores, provocaban golpes de Estado, o armaban revoluciones. Cualquier medio era válido para defendir la ideología global. En uno de tantos casos, Estados Unidos defendió a la dinastía de los Somoza, dictadores de Nicaragua, que se mantuvo en el poder hasta 1979.

Los primeros meses del invierno de 2011 han sido protagonistas del levantamiento de los pueblos árabes contra sus dictadores. Túnez, Egipto, Libia. También hay protestas en Yemén, Omán, Bahrein, Argelia, y Marruecos. Y aún quedan muchas revoluciones contra dictadores por suceder, que sucederán, en estos y otros lugares del mundo: Cuba, Korea del Norte, Arabia Saudí, etcétera.

Estos acontecimientos provocan en un joven occidental, en primer lugar, admiración: tarde o temprano, ningún tirano está a salvo del hartazgo de su pueblo. Las opiniones de todas las personas se tienen en cuenta a la hora de gobernar, y la democracia se expande en el mundo.
Estos acontecimentos también provocan orgullo, pues han sido los jóvenes quienes han liderado los movimientos.
Estos acontecimientos también provocan incertidumbre: los rebeldes no tienen un plan político asentado e inmediato. Existe miedo por la radicalización de las oposiciones en alza. Muchos rebeldes son jóvenes árabes que sólo quieren libertad, dignidad y futuro. Quieren elegir su vida, y tienen derecho a ello. Les da igual la política.

Estas revoluciones también se pueden mirar desde la perspectiva del adulto de Estados Unidos o Europa. La perspectiva de ese que, con el culo en su salón, lee las noticias en el Ipad. Entonces, la perspectiva cambia, claro.
Para los europeos, lo más preocupante de estos acontecimientos son la subida del precio del petróleo y la posible llegada de inmigrantes del norte de África y Oriente Medio. Para los americanos, lo más preocupante de estos acontecimientos son la subida del precio del petróleo y el juego de alianzas de los países árabes con Israel. A cambio de que todo esto permanezca en calma, los políticos occidentales han abrazado sin rechistar la eternidad de los dictadores que ahora están cayendo. Ningún país democrático occidental hizo nada por mejorar la situación de estos pueblos.

Desde una mirada alejada de la política, esta posición resulta difícil de entender. Es lo que los expertos llaman intereses geopolíticos, realpolitik, o diplomacia política.
La sentencia de Roosvelt puede despejar bastantes dudas: eran hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta.

(Este artículo no tiene vocación política. No es una crítica a gobiernos de derechas ni a gobiernos de izquierda, sino una crítica a todos los gobiernos poderosos. Creer en una política internacional diferente, verdadera, multilateral y democrática suele calificarse de idealista, inocente, de jóvenes. Este artículo es una crítica al mundo de los adultos: seremos jóvenes y pensaremos como tal hasta cuándo nos dé la gana, incluso cuándo ya no lo seamos).

jueves, 3 de marzo de 2011

Estudiantes

(Comencemos reconociendo el vicio humano de dejar todo para el último momento. Por qué hacer hoy lo que podemos hacer mañana. Existen algunas personas excepcionales que se empeñan en demostrar lo contrario, claro, pero son eso, excepcionales.
Les solicito también disculpas por la subjetividad y la generalización comparativa.

Después de esto, les sirvo un nuevo artículo, esta vez sobre los estudiantes universitarios).

Las tradicionales licenciaturas universitarias en España se organizan, en su mayoría, en dos cuatrimestres. Después de cada uno de estos periodos, se celebran los exámenes, en los meses de enero o febrero, y junio.

Esta fórmula permite al estudiante español llevar una vida bastante desahogada. Recuerden sus años de facultad, ya lejanos, o aún actuales. Durante dos o tres meses, usted se dedica a fumar pitillos en la calle, practicar deportes de equipo, ir de cañas y tapas, beber copas baratas hasta el amanecer, ver películas clásicas, bailar con desconocidos, intentar aprender inglés. Incluso se echa unas siestas que parecen noches de sueño. Metánse en una biblioteca pública en el mes de octubre, o de marzo, y podrán escuchar el silencio.

Después, durante uno o dos meses, toda su actividad se condensa en un sólo lugar: la biblioteca o su mesa de estudio. Entonces es el momento de conseguir, subrayar, leer, comprender, resumir y memorizar los apuntes de sus asignaturas. Todos los conceptos explicados durante tres o cuatro meses se asimilan en tres o cuatro días o noches. No hay tiempo más que para estudiar. Intenten ir a una biblioteca pública en el mes de enero, o de junio, y tendrán que hacer hasta cola de espera.

Reconozco que mi experiencia académica es parcial: se limita al terreno de las letras, y mis escritos parten de esta experiencia. Sé también, porque conozco a buenos muchachos implicados, que los estudiantes para médicos, arquitectos o ingenieros, tienden a estudiar durante periodos más largos. Pero, en general, todos los estudiantes tendemos hacia la misma rutina: hacer lo máximo factible en el menor tiempo posible.

El sistema aplicado en la Universidad de Los Ángeles es distinto, pues se basa en tres trimestres. Estos periodos duran diez semanas, y son tan cortos que aceleran el paso de los días. En la mitad del periodo, durante las semanas cuatro y cinco, se celebran los exámenes parciales. Después, en las dos semanas finales, tiene lugar la segunda tanda de exámenes. En ambos casos, la cantidad de materia que uno debe estudiar es breve: son los apuntes de apenas un mes de explicaciones. Entre tanto, uno tiene que ir entregando trabajos, haciendo discursos, leyendo artículos.

Esta estructura hace que la exigencia sea mucho más moderada, pero más difusa. Siempre hay algo que hacer, pero nunca hay tanto que hacer. En la biblioteca de la universidad, la majestuosa Powell Library, siempre hay gente preparando presentaciones, consultando manuales, memorizando fórmulas. Los exámenes no son nada difíciles, y la evaluacion del alumno se fracciona. Esto hace que el aprobado sea asequible, y que poca gente pierda el año.

El sistema, por tanto, es muy diferente. Pero no se equivoquen. Los estudiantes americanos hacen exactamente lo mismo: dejan todo para la fecha final. Lo que pasa es que, en la Universidad de Los Ángeles, la fecha final se reparte entre varias fechas finales, y llega antes.

lunes, 28 de febrero de 2011

Los otros Óscar

Hoy, domingo 27 de febrero, se ha celebrado la entrega de los premios anuales de la Academia estadounidense de las Artes y Ciencias Cinematográficas, los Óscar, y ustedes ya habrán conocido por televisión los ganadores, las decepciones, los mejores vestidos, los más elegantes.

Si quieren atender a un análisis acertado sobre todo ello, les recomiendo visitar el blog de mi gran amigo Pablo, un prometedor guionista.

En Los Ángeles, la gran preocupación del día era la posible lluvia, pero, finalmente, California ha aportado su mejor solución: ha lucido su sol habitual. Nosotros, Pablo y yo, hemos querido comprobar cómo puede vivir este día un tipo normal y corriente, cualquier ciudadano medio, y nos hemos acercado a la zona de Hollywood hacia las tres de la tarde. Queríamos ver la otra manera de acercarse a la gala de los Óscar: la manera al alcance de todos aquellos que no conducen todoterrenos lujosos o tienen hermanos multimillonarios o amigos actores populares, hechos no muy frequentes.

El primer paso ha sido aparcar el coche cuatro o cinco bloques más abajo del lugar del evento, el teatro Kodak, en la calle Hollywood Boulevard. Entonces, hemos caminado hacia allí, entre palmeras, mientras veíamos pasar una cantidad ilimitada de limusinas. Dos intersecciones antes de llegar, la policía cortaba el paso a cualquier vehículo, salvo a las mencionadas limusinas. Por ello, hemos intentado probar suerte, y aplicar la táctica del ciudadano medio: la táctica de echarle cara. Hemos visto que había una limusina echando gasolina, a pocos metros de nosotros, sin ningún ocupante visible. Nos hemos acercado levemente, y le hemos dicho al conductor que ibamos hacia arriba, que si nos podía llevar. Esto hubiera significado soltarnos en plena alfombra roja, entre fotografos, pajaritas, damas y caballeros. El tipo, impasible, antipático, ha dicho, sin apenas vocalizar, que lo sentía, pero que tenía clientes.

Hemos continuado caminando hacia arriba, y después de callejear, nos hemos acercado lo máximo posible hacia el teatro. En el cruce de las calles Hollywood Boulevard y Highland Avenue, dos vallas alargadas encerraban a una gran multitud, en ambas aceras, entre el punto de la carretera donde todas las limusinas descargaban a los asistentes a la ceremonia. Y allí nos hemos colocado, después de pasar un control policial, entre jovencitas gritonas, muchachos excéntricos, turistas mirones, familias agradables.

Cada vez que alguien bajaba de alguna limusina, todos gritábamos, nos empujabamos, nos poníamos de puntillas. A muchos no les conocíamos, claro. Pero, de cuando en cuando, reconocíamos caras, personajes de ficción. Algunas han gritado que han visto a Matthew McConaughey o Justin Timberlake, pero nadie lo podía confirmar, y yo creo que eran rumores, nacidos del deseo.
A pocos metros, sin embargo, sí hemos podido admirar a Kevin Spacey, Reese Witherspoon y al gran triunfador de la noche, vestido con camisa blanca y pajarita negra, el británico Colin Firth.

Después, nos hemos vuelto en coche al barrio de Westwood, y, al rato, he bajado a cenar, con mi amiga Eva, al bar O'Haras para seguir la ceremonia por televisión. Y, allí, en una mesa de madera, con una cerveza y unas mini-hamburguesitas, he visto el desenlace de la ceremonia. Tranquilamente, como todos ustedes, y millones de personas más. Como ciudadanos normales y corrientes.
Yo creo que también nos merecemos un Óscar: el de los imprescindibles espectadores.