domingo, 3 de abril de 2011

Las playas del sur

(En primer lugar, solicito sus disculpas por el parón en la escritura de estos relatos. La visita de dos seres queridos, y nuestros viajes por el Oeste americano, me ha entretenido en empresas mayores, y mucho más interesantes, que atenderles a ustedes. Algunas de estas aventuras servirán de inspiración para algún artículo; otras, sin embargo, no pienso ni mencionarlas, pero permanecerán en nuestros dulces recuerdos).

Igual que no se puede entender la nueva villa de Bilbao sin el paseo de Abandoibarra, que recorre paralelo a la ría, o la ciudad de Madrid, sin pasear tranquilamente por los jardínes de Sabatini, uno no puede comprender la leyenda de California sin conocer sus playas soleadas.
Al norte del estado, en las ciudades de la Bahía de San Francisco, uno aún puede encontrar escritores políticos, ingenieros ambiciosos o jóvenes incorformistas. En el sur de California, la vida se organiza en torno a sus playas.

A pesar de que aún no he paseado por las playas sureñas de Hermosa, Redondo o Manhattan, puedo presumir de haberme integrado, bastante a menudo, en el ambiente de las playas más populares de Los Ángeles: Santa Mónica y Venice Beach.

Santa Mónica está construida alrededor de su muelle de madera, donde se sitúan su famosa noria solar, una montaña rusa, puestos de comida rápida y tiendas de recuerdos. Aquí finaliza la antigua carretera 66 y se acumulan los turistas, que reconocen un embarcadero ya conocido: muchas películas y series han mostrado su agotante actividad. Detrás de su cómoda playa, vive una comunidad de personas felices. Sus calles permiten pasear sin coche. En el Third Promenade, una bonita avenida peatonal, los músicos callejeros alegran el ambiente, los restaurantes ofrecen comidas apetecibles y las grandes marcan venden ropa para urbanitas.


Algo más al sur aparece la playa de Venice Beach, cuya orilla está más deshabitada, pues la atención se concentra en el paseo marítimo: estamos ante una versión chiflada y bohemia de Santa Mónica. Aquí, los vendedores ambulantes, vagabundos desorientados y pintores incomprendidos compiten por captar la atención del paseante. No hay restaurantes cuidados ni tiendas caras, sino centros donde recetan marihuana medicinal y puestos de tatuajes y pendientes. En su parte central se encuentran un parque para artistas del monopotín y un gimnasio al aire libre. Si uno tiene tiempo, no debería perderse las vistas desde el bar que ocupa la azotea del hotel Erwin: las vistas son magníficas y los sofas, bastante cómodos.

Mi rincón favorito de Los Ángeles se encuentra entre ambas playas, en el ancho paseo que las conecta, por donde circulan lugareños en monopatines, abuelos retirados, turistas en bicicletas, familias con sus perros. En esta zona, la multitud no es agobiante, hay pistas de volley-playa, los vagabundos juegan al ajedrez en mesas callejeras, y las palmeras coronan un lugar relajado, donde se valora vivir sin prisas, disfrutando cada paso.

Y, aún así, uno puedo seguir admirando, a la derecha, las vistas del popular muelle de Santa Mónica, y sentir, a la izquierda, los vientos hippies del paseo marítimo de Venice Beach.

1 comentario:

  1. Por eso no tienes que pedir disculpas ¡faltaría más, Luisete! que lo que tocaba era cuidar a los visitantes y disfrutar de su compañía ejerciendo de magnífico anfitrión. He ido viendo tus fotos, qué gozada. Seguro que ha sido una de las mejores aventuras de tu vida :) así que gracias por compartirlas un poquito ;) Besoteee

    Marta.-

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