martes, 2 de noviembre de 2010

Sobre el sol y la lluvia

-Buenos días. Pues a ver si vuelve el buen tiempo de una vez, ¿no?
-Tú me dirás, lleva dos semanas que no hay quien salga de casa.
-Bueno, que vaya bien, recuerdos a tus padres.
-Adiós, adiós.

            Se ha instalado entre la gente la creencia de que el tiempo meteorológico no es sino un tema banal para llenar conversaciones de ascensor. Yo no puedo estar más en desacuerdo. Reconozco que es una táctica utilizada con astucia por las personas para evitar silencios incómodos con personas incómodas. Todos nos hemos encontrado en la situación alguna vez: hay tipos con los que te cruzas a menudo y tienes la educación y el placer de saludar, pero que no te generan ninguna confianza para comentarles apenas algún dato relevante o detalle sobre tu día a día. A veces son vecinos, a veces compañeros de gimnasio, a veces amigos de tus amigos, a veces antiguos compañeros de colegio. Entonces, le comentas que a ti siempre te han gustado las lluvias y tormentas, pero que ya es hora de pasear al perro a gusto en un día soleado, y se acabó.

        Pero la verdad es que el tiempo meteorológico es algo muy importante. El clima de los continentes, países, regiones y ciudades determina, junto con sus condiciones geográficas, aspectos decisivos de la economía del lugar y de la personalidad de los ciudadanos. No es ninguna casualidad que los finlandeses sean tipos tan serios, meticulosos y trabajadores: sus inviernos son muy crudos, y siempre se recogen en casa después de la jornada de trabajo, pues la temperatura no permite salir a bares o comercios. Los ingleses han optado por la resignación y han generado un humor irónico, ácido, hartos de ver llover y llover sin parar; mientras que los españoles somos un pueblo extrovertido, con ganas de salir a bailar y beber vinos bajo el cielo despejado.

      Cuando llegué a la ciudad de Los Ángeles, a mediados de septiembre, me sorprendió el caluroso tiempo que hacía en comparación con la ciudad de Madrid de la que partí. Cuando los días fueron pasando, aquella sorpresa se convirtió en normalidad. Recuerdo que el veintisiete de septiembre se alcanzaron las temperaturas más altas en la historia de la ciudad: 113º Fahrenheit o 45º grados centígrados. Yo apenas le dí importancia. Durante este mes y medio hemos tenido una semana y un par de días lluviosos, en los que eran necesarios paraguas y chaqueta. Pero siempre volvía el sol de California, con unas temperaturas en torno a los veintidós, veintitrés grados de media. Hace una semanas, un gran amigo que estudia en Londres me comentó que allí no se quita el abrigo desde que amanece hasta que anochece. He querido dar de margen todo el mes de octubre, pensando que esto acabaría una noche cualquiera, pero la llegada del mes de noviembre en estas condiciones me ha obligado a escribir unas líneas sobre el tiempo meteorológico.

En la mañana de hoy, dos de noviembre, he acudido a clase a hacer un examen, he comido en un bar viendo el partido entre el Tottenham y el Inter de Milan de Copa de Europa, y he merodeado por el barrio, leyendo el periódico del día previo a las elecciones, con la misma ropa que suelo llevar en la playa de la Barrosa de Chiclana, Cádiz, cuando voy a tomar helados de stracciatella o batidos en una calurosa tarde del mes de agosto: con un pantaloncillo corto, una camiseta y mis gafas de sol. Y para mañana se prevén 35º grados. Claro que no es normal. Es California.

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